Damián Wayne II

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Los sentimientos siempre fueron algo realmente desconocido para Damián, desde muy pequeño lo criaron con el pensamiento de que estos te hacían débil, y en este mundo no puedes cumplir tus objetivos siendo débil.
Desde que llegó a los brazos de Bruce entendió que no podía vivir toda su vida evitando sentir, era tedioso, cansador y doloroso, pero la incertidumbre que sentía ahora mismo era abrumadora, estaba loco por descubrir que era lo que su corazón estaba gritando.

La causante del tornado de emociones en su interior tenía nombre y apellido, Rachel Roth, la hija de uno de los demonios más poderosos del mundo lo traía hechizado de pies a cabeza.
No podía sacarla de su mente, le preocupaba, le encantaba, lo enojaba, nunca sintió tantas cosas en descontrol al mismo tiempo, como lo que le pasa cada vez que sus ojos se posan en ella.

Estaba nervioso, esa misma noche debía presentarse para patrullar con la amatista y no tenía nada planeado, un impulso egoísta de su mente lo empujó a invitarla, las horas pasaban y estaba ansioso por verla, quería comprender y aclarar todo para terminar con el asunto.

Llegaron las 11pm y después de terminar de comer cada uno recogió su plato y emprendieron camino a sus habitaciones, Robin y Raven ya estaban listos para partir al patrullaje de aquella noche clara iluminada con los rayos de la luna.

Rachel no entendía del todo el por qué Damián necesitaba hablar con ella, pero no era ninguna sorpresa que la amatista tenía ciertos sentimientos especiales por el petirrojo, después de todo, ambos compartían un vínculo irrompible que ella apreciaba mucho, la hacía sentir más cerca de él de algún modo.

Ya en la sala de estar, con su típico seño fruncido estaba el jóven Robin, esperando a la muchacha con impaciencia, pero en su semblante se notaba un ligero cambio, algo más suave, era notorio, podría esperar siglos enteros si se trataba de ella.

Al llegar Raven decidieron irse, empezaron monitoreando un poco el área más peligrosa, resolvieron unos cuántos asuntos de robos y peleas, al paso de un par de horas decidieron sentarse en la cornisa de uno de los edificios más grandes de la ciudad, eran testigos en primera fila del cuadro más bello de todos, una luna llena hermosa se posaba sobre un mar sereno y tranquilo.

-Para ser sinceros hoy estuvo bastante tranquilo.-La pelivioleta intentó empezar una charla serena pero el petirrojo no podía seguir esperando, necesitaba saber que era lo que sentía, la paciencia no era uno de sus fuertes.

Toda la noche estuvo de maravilla, sentía que estaba completo y en paz, ese sentimiento solo ella podía dárselo, por lo usual cuando combatía el crímen siempre era lo mismo pero estando con Rachel sintió que lo complementaba, sintió que nadie más podía hacerlo sentir de esa forma.

-Rachel, Yo... Tengo algo que confesarte.-En un instante a otro las palabras dejaron de salir, sus labios se paralizaron y sus ojos estaban clavados en los púrpuras de ella, quería decirle todo y nada a la vez, era complicado sin duda, pero tenía que terminar con todo eso está noche.

-¿Qué es Damián? Dime, sabes que puedes contar conmigo si necesitas algo.-con una bella sonrisa la hechicera lo hizo sentir en confianza y sus traumáticos sentimientos dejaron de gritar en su interior, cosas como esa solo el poder de ella podían curarlo.

En ese preciso momento, arriba de ese edificio, bajo la leve luz de la luna y con una suave brisa Damián entendió todo, Su mundo dejo de girar, estaba enamorado, estaba completamente perdido por la hechicera, cómo pudo perder tanto tiempo alejado de ella, la amaba desde hace tanto y solo hasta ahora podía ser conciente de esos sentimientos.

Quien diría que un demonio como él podría tener tales emociones, enamorado él, el heredero de una liga asesina, el nieto de uno de los villanos más inteligentes del mundo, hijo de una asesina y un justiciero, este estaba perdidamente enamorado y ni más ni menos que de su compañera de equipo.

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