Mis padres nunca habían querido tener una niña.
A día de hoy aún sigo preguntándome por qué decidieron quedarse conmigo si no me querían. También el por qué de no enviarme a un orfanato si tanto se lo plantearon.
Pero a pesar de ese error, decidieron enmendarlo haciéndome lo más parecida posible a mis hermanos. Y una de las primeras cosas que hicieron, tampoco quisieron ser muy originales ni complicarse la vida, fue la elección de mi nombre. Una combinación de los nombres de sus tan queridos y preciados gemelos. Un nombre horrible.
También me hicieron crecer siguiendo los pasos de ambos:
Si sacaban buenas calificaciones, yo también debía sacarlas, pero claro, no podía superar las suyas.
Si se aficionaban a algo, yo también debía hacerlo, pero no tanto como ellos.
Si decidían empezar en un deporte, yo también debía hacerlo, pero no podía estar a su nivel.
Si los dos eran buenos en algo, yo siempre debía estar por debajo, esforzándome para seguirlos pero limitándome para no ponerme por encima.
Porque a mí no me querían.
Y comencé a darme cuenta de eso cuando llegaba la Navidad y tocaba abrir los regalos. Estaba claro quiénes eran los mimados de papá y mamá y quien recibía regalos para no quedar mal.
Pero era una simple niñita. Por poco que fuera, siempre lo agradecía y sonreía emocionada por mi insignificante regalo que no era nada al lado de los suyos.
Y sonreí durante mucho tiempo. Porque yo estaba llena de energía y tenía un corazón enorme que no quería aceptar ese trato tan injusto que me daban.
No quería aceptar que era un estorbo en la familia.
La inocencia es tan dañina y vulnerable que, cuando menos te lo esperas, te conviertes en alguien manipulable. Y cuando tú te manipulas a ti mismo, no te das cuenta de que te has vuelto una marioneta que todo el mundo puede manejar a su antojo.
Porque así como me manipulaba a mí misma más allá de mis padres, ellos tampoco tardaron en hacerlo.
Dos seres muy superiores que siempre habían sido conscientes de que su hermanita era débil. Que todo lo que querían, ella se lo hacía sin rechistar. Hasta que crecieron y se dieron cuenta de que eran capaces de influir en mí por su arrogante superioridad.
Amaba el volleyball. Realmente me dejaba la piel en él para ser una jugadora provechosa, pero siempre tenía que recordarme a mí misma que no podía ser mejor que mis hermanos y que no podía avanzar tanto. Más de una vez había logrado dominar jugadas que ellos tardaron más tiempo en controlar y nunca pude contárselo. Pero ellos a mí sí podían restregarme cómo avanzaban.
Y yo los escuchaba con mucha atención y, sobre todo, con un falso interés. Porque aquella niña de tan solo 10 años estaba comenzando a convertirse en el resultado de un menosprecio y un rechazo como aquel.
Una manipuladora emocional.
Y comenzó a hacerlo cuando se enteró de que la excusa de sus padres de "no, no podremos ir a verte jugar" era mentira. Porque ellos no se perdían ni un solo partido de sus hermanos, pero a los suyos casi ni iban, por no decir que no fueron a ninguno.
Pero todos los humanos tenemos un límite. Y yo también era humana y habían traspasado mi límite de una manera inhumana.
Él, que siempre había sido un niño encantador y vivaracho, podía ser el mismísimo demonio si se lo proponía y no le importaba ni lo más mínimo hacer daño a quien fuera. Porque en su mundo, él era el mejor en todo.
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Strawberries & Cigarettes ━━Haikyuu!!
Fanfiction𝖤𝗅 𝗆𝗎𝗇𝖽𝗈 𝖾𝗌 𝗎𝗇𝖺 𝖿𝗂𝖾𝗌𝗍𝖺 𝖼𝗈𝗇𝗌𝗍𝖺𝗇𝗍𝖾. 𝖯𝖺𝗋𝖺 𝖠𝗍𝗌𝖺𝗆𝗎 𝗅𝖺 𝗆𝗎́𝗌𝗂𝖼𝖺 𝖼𝖺𝗅𝗆𝖺 𝗌𝗎 𝗈𝖽𝗂𝗈. 𝖯𝖺𝗋𝖺 𝖲𝗎𝗇𝖺 𝖾𝗅 𝖺𝗆𝖻𝗂𝖾𝗇𝗍𝖾 𝖽𝗂𝗌𝗂𝗉𝖺 𝗌𝗎𝗌 𝗉𝗋𝗈𝖻𝗅𝖾𝗆𝖺𝗌. 𝖤𝗅𝗅𝖺 𝗌𝗈𝗅𝗈 𝖻𝗎𝗌𝖼𝖺 𝗎𝗇𝖺 𝗏𝗂́...