Capítulo X

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Punto de vista de Mandy

El trayecto en coche parecía no tener fin y mis nervios aumentaban cada vez que él me miraba de reojo, aunque no podía quejarme si quiera; yo también lo observaba.

Las luces de las farolas parecían hacer brillar su piel, dándole un toque todavía más dorado.

Algunas gotas de sudor le recorrían por la frente y terminaban descendiendo por su pecho, a través de su camiseta blanca ajustada.

Álex se giró y entonces pude ver el color verde de sus ojos, parecían darme calidez y tranquilidad. Todo esto era tan extraño.

—¿Cómo te sientes? —Preguntó volviendo su vista al frente.

Esa era una muy buena pregunta, pero ¿cómo me sentía? no lo podía saber. No entendía nada, estaba...confusa.

—¿Cómo debería sentirme? —Álex no se giró pero pude ver sus manos ejerciendo más fuerza de la necesaria en el volante.

—Eres libre de sentir lo que quieras —me miró de reojo —, Amanda.

Escuchar mi verdadero nombre de entre sus labios me produjo un escalofrío inmediato, por lo que encendí la calefacción y me froté mis manos.

Álex me miró extrañado mientras me cambiaba de posición en mi asiento, incómoda.

—Mira tú... — Él se giró, pero continuó concentrado en la carretera. Le miré, sus ojos eran cautivadores —, tienes que darme alguna respuesta.

—Lo haré —dijo —, pero tienes que tranquilizarte, si te pones así porque me sé tu nombre completo... —me miró —, no quiero imaginarme como reaccionarás a todo lo que está pasándote, Amanda.

Volvió su vista y se concentró en la carretera por completo. Entendí por su voz neutral que, por su parte, la conversación ya había finalizado.

Yo suspiré resignada y entonces mi móvil se removió en mi abrigo.

Tenía un mensaje de mi padre. Lo leí.

«Hija! ¿¡dónde te has metido!? Estoy muy preocupado por ti, hace más de una hora que tendrías que estar en casa! Te he llamado tantas veces...llamáme para saber que estás bien, y vete yendo para casa o tendré que avisar a la policía.»

Deslicé mi dedo de arriba a abajo, desvelando las notificaciones: Tenía nueve llamadas perdidas de Frank y otra de Caroline.

Llevé mis manos a la cabeza con desesperación y gemí con rabia.

¿Qué debía hacer ahora? Sabía que esto era muy raro pero... Tenía que ser cierto, al menos algo tenía que serlo.

Ryan me lo había confirmado y ahora Álex; quien me había salvado de alguna manera.

Y luego estaban esos lunáticos que destrozaron mi móvil, dejándolo irreconocible. No tenía ninguna duda de que ellos estaban detrás de todo esto. Seguramente eran los mismos que habían tratado de acorralarme en aquel callejón.

Creía que me estaba volviendo loca de remate por momentos, no entendía absolutamente nada.

¿Qué era lo que importaba?

No lo sabía, había pedido el rumbo de mi vida y, si seguía sin saber nada por mucho tiempo, también perdería la razón.

La rabia se hizo mucho más presente en mi interior, causando que golpeara mi cabeza con mis manos.

¿Cómo podía tener la cara de mandarme Frank un mensaje después de todo? No quería contestarle, quería escuchar todo lo que Álex tenía para decirme, quería averiguar qué estaba pasando en mi vida y quién estaba intentando destruirla.

Pero no podía huir con Álex, no así. Sabía que Frank llamaría a las unidades para que me buscaran y me llevarán hasta la mismísima puerta de mi casa si hiciera falta.

De repente escuché un frenazo y sentí las manos de Álex sobre las mías que no dejaban de golpearme en la cabeza. Mi mente no podía controlarlas. Estaba en una crisis de nervios demasiado notoria.

—Amanda, detente —Álex consiguió enganchar mis manos entre las suyas y las dejó sobre su rodilla —, tranquila. Ya está, no pasa nada.

Mis ojos lo miraron inexpresivos.

Álex me dio calor frotando sus manos con las mías, sus caricias me relajaron y comencé a encontrarme más estable.

—No puedo ir —, negué.

—¿A dónde? —Sus manos dejaron las mías sobre su rodilla y apartó un mechón rebelde de mi frente.

—A donde sea que me estés llevando—Sus ojos permanecieron todo el rato en los míos. Suspiré. —Mi padre me acaba de enviar un mensaje. Dice que tengo que volver a casa o llamará a la policía para que venga a por mí.

—No puedo dejarte ir —sus nudillos rozaron mi mejilla y buscó mi mirada cuando la aparté por el tierno toque de su piel —, no voy a dejarte ir, y menos, sola.

Me removí un poco en el asiento para mantener distancia, podía sentir su aliento chocar contra mis labios y esta vez si que me estaba comenzando a poner nerviosa.

—Revélame algo e iré contigo —negocié.

Álex esbozó una pequeña sonrisa mientras pisaba el acelerador y el coche volvía al carril.

Mantuvo su vista al frente y me impacienté porque su respuesta no llegaba. Cuando estaba por decirle que hasta aquí habíamos llegado, él habló.

—Diana te echa de menos.
Diana era mi madre, ella había fallecido. Eso no podía ser posible.

(...)

Nos bajamos del coche. Era de noche pero una hilera de farolas alumbraban el lugar.

Había una gran estatua que adornaba el centro de una pequeña plazoleta, rodeada de algún que otro coche. Algunos árboles se escondían por aquella acogedora urbanización.

Álex me hizo un gesto con la mano, señalando una pequeña casa de piedra, al igual que todas las que conformaban el lugar. Ésta tenía un pequeño jardín con arbustos y alguna que otra flor.

Álex sostuvo la pequeña verja blanca para mi cuando llegamos.

Con un movimiento certero de muñeca abrió con las llaves y me invitó a entrar.

Un pequeño hall, un gran espejo, un pequeño armario lleno de perchas entreabierto.

Álex me ayudó a quitarme el abrigo y lo colgó junto al suyo en éste.

Me cogió de la mano en silencio, a lo que no protesté ya que necesitaba respuestas y lo cierto era que solamente había decidido venir porque necesitaba saber qué pasaba con mi madre. No podía seguir viva, era una maldita locura.

Me solté de su agarre.

—Estamos en Plaza Cataluña, cerca de tu casa. Ahora vivo aquí.

Álex sirvió dos vasos de agua y me ofreció uno, negué. Él, suspirando, lo dejó sobre una pequeña mesa de cristal situada en frente de nosotros.

—Mi madre, ¿dónde está? —Mi voz exigió.

Álex bebió un poco de su vaso y lo dejó junto al mío.

—Tienes que escucharme con atención. Luego me haces las preguntas.

Asentí mientras él sacaba unos papeles de una maleta y me los entregaba.

«Esto es el testamento de Diana que será abierto por un notario cuando cumplas los dieciocho, en el que podrás leer que te deja toda su fortuna a tu cargo. Joad Manson, mi padre, era muy amigo de ella. Mi padre era abogado y parece ser que la estuvo ayudando con los papeles para fingir su muerte; ya que ella estaba amenazada por Frank cuando se enteró de las grandes cantidades de dinero que poseía.
Tu padre no la dejaba en paz, era su maldita sombra y no le quedó otra opción que huir, no la juzges.
Mi padre no murió repentinamente como me quieren hacer creer, él tuvo que ser asesinado por gente a la que tu padre paga para deshacerse de aquellos que entorpecen su meta: hacerse con la fortuna de tu madre.
Incluso me jugaría el cuello a que gente que dice ser tu amiga, no lo es. Ten cuidado Amanda, el más peligroso convive contigo.

Círculo viciosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora