21|| Gerard

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CHASE

Las palabras que Alfred me dijo ayer al mediodía sobre Wendy no dejaban de dar vueltas en mi cabeza, es así que por la tarde decidí ir a su apartamento y como quien no quiere la cosa comentarle, o mejor dicho preguntarle, cual era el motivo por el que preguntaba por mi, pero las tres o cuatro veces que hice sonar su timbre nadie respondió. Hace varios días que no he sabido nada de ella—irónico teniendo en cuenta que vivimos uno al lado del otro—pero no es la primera vez que sucede, en el poco tiempo que lleva instalada aquí, he notado que no suele salir con demasiada frecuencia de su departamento. No es que esté vigilándola o controlando todo lo que hace y deja de hacer, pero digamos que al trabajar en la recepción del edificio durante casi todo el día, es imposible que alguien pase por delante de mis narices sin que lo note.

En fin, como no he podido ubicarla durante todo el día se me ocurrió la maravillosa idea de decirle a Alfred que me avisara en cuanto la viera cruzar la puerta principal, y pocos minutos antes de las cuatro de la madrugada me llega un mensaje de texto:

Mensaje de texto de Alfred: Wendy acaba de llegar.

Mensaje de texto de Alfred: Por favor no hagas nada  que espante a la pobre chica.

Lo primero que pensé fue: ¿por que va sola a estas horas de la noche? el pueblo es tranquila y el barrio también, pero siempre hay algún idiota rondando por ahí que pueda llegar a hacerla pasar un mal momento, aún mas teniendo en cuenta que es una cara nueva en el barrio.

Esperé unos minutos detrás de la puerta y en cuanto oí ruido en el pasillo intentando hacer el menor ruido posible abrí lentamente la puerta para encontrarme de espaldas a la castaña. Luego de una pequeña charla le dije que estuviera pronta mañana—osea hoy—a las doce del mediodía. No le dije el motivo, —siempre fui del tipo de chico que le gusta sorprender a las personas—

Hoy haré que conozca un poco la tradición de la gente de esta ciudad los sábados por la mañana/tarde: mirar torneos de futbol playa. No estoy seguro si ella está interesada en este deporte, quizás no lo está y hoy puede  que haga esta pequeña actividad en vano, pero en fin... me arriesgaré.

Como es de costumbre en los días qué hay partido me he levantado temprano, desayuné, me duché y ya preparé el bolso de entrenamiento. Es una rutina que suelo hacer como cábala.

—¡Chase!—grita la abuela desde la cocina. Me dirijo hacia ella y una cocina llena de ollas, cucharas, harina y chocolate por todos lados me reciben.

—Mierda abuela, que es todo este desastre—ella me observa de mala gana por haber dicho un insulto, me cubro la boca con la mano riendo y ella niega con su cabeza. A veces olvido que ella detesta los insultos.

—Debo entregar tres pedidos antes de las once—dice ella sin dejar de amasar la bola de masa que tiene frente a ella.

Mi abuela hace ya varios años cuando el abuelo falleció estuvo varios días e incluso meses bajo tratamiento a causa de la depresión que ello le había causado, no había nada ni nadie que lograra apaciguar ese dolor. Ni Alfred, ni yo, ni sus amigas lograron que saliera de su habitación, estuvo meses acostada, sin dormir, comer e incluso hablarnos. Nada la animaba a levantarse y respirar el aire fresco, y ver los diminutos rayos de sol que entraban por su ventana. No puedo decir que la entiendo porque no sé qué se siente perder al amor de tu vida, a esa persona con quien has compartido más de cincuenta años, con quien has vivido los mejores y peores momentos, las mejores y peores experiencias. Que de un día para el otro te arrebaten a quien más amas.

Cierro los ojos y comienzo a recordar aquel frío día de invierno.

Hace unos años atrás

Ese beso en París ||En proceso||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora