GABRIEL
Blanca... azul... o negra.
Blanca, azul o negra.
Pasó la mirada por la serie de camisas que tenía esparcidas por su vestidor por lo que tenía que ser la quinta vez en toda la noche. Iba a llegar tarde si continuaba dándole vueltas a una elección que en realidad era bastante sencilla. Llevaba pantalones negros y zapatos a juego, no importaba que camisa eligiera, ninguna le sentaría mal.
«Eso, elige cualquiera».
Asintiendo con la cabeza, alargó la mano hacia la negra, al azar, aunque se arrepintió en cuanto la tuvo entre sus dedos. Casi nunca se vestía de forma monocromática, no quería que pareciera que estaba de luto. Suspiró, y decidió elegir la blanca. Lo mejor era ir a lo seguro... aunque quizá era demasiado seguro. Pantalones negros y camisa blanca, ¿Para estar vestido igual que media habitación?
No. Llevaría la camisa azul marino.
Se colocó la prenda de ropa por encima del pecho desnudo, primero metiendo los brazos, y luego comenzó a abotonarla.
Era ridícula la forma en que estaba actuando. Nervioso, como un chiquillo de diecisiete años. El anillo en su dedo anular tintineaba constantemente contra cada cosa que lo rozaba, debido al temblor de sus dedos. Tenía la boca seca, y debía obligarse a tragar cada un par de segundos, para mantenerla hidratada. Ir a buscar agua sería más sencillo, pero no tenía tiempo para eso, no cuando aún tenía que completar su escrutinio diario en el espejo.
O eso pensaba, hasta que oyó el sonido del timbre.
«¿Ahora?».
Apretó la mandíbula con fuerza. Patearía a quien fuera que se atreviera a molestarlo en ese momento.
Caminó a zancadas hasta la puerta, abriéndola de un tirón. Sin embargo, toda su molestia se evaporó en un pestañeo, cuando dio con unos ojos oscuros, casi negros, y unos labios curvados en una sonrisita socarrona.
Channel despegó su cabeza del umbral de la puerta, avanzó hacia él con su usual y suave vaivén de caderas; y alzó las manos hasta colocarlas en los laterales de su cuello.
— ¿Me extrañaste? —murmuró, bajando su boca a la suya con lentitud.
Gabriel cerró los ojos, y por un segundo, se deshizo entre sus dedos. Se dejó besar y manejar como un muñeco. Channel cerró la puerta con sus pies, sin hacer ni un poco de ruido, y con la misma delicadeza, se aferró aún más al agarre sobre su cuello. No sabía cómo lo hacía, se movía con la gracia y sigilo dignos de un felino, repleta de confianza y sin dudar por un segundo en todo lo que causaba en él.
Suspiró sobre sus labios y retrocedió hasta que su espalda chocó contra una de las columnas. Channel rio por lo bajo, y masajeó su cabello mientras pasaba a besar su mandíbula. Si había algo por lo que debía estar molesto, no lo recordaba. Echó la cabeza hacia atrás y gruñó por lo bajo cuando los besos se trasladaron a su cuello.
— ¿Vas a llevarme a la cama, o para eso también te faltan los modales?
Cuando se separó de ella, cuando una brisa de aire fresco lo alcanzó y deshizo la neblina que se había formado a su alrededor, recordó que no tenía tiempo para nada de eso. No esa noche.
Su pecho se hundió cuando recordó el lugar al que tenía que ir, y se odió por sentirse tan contrariado. Porque por un lado, quería continuar lo que habían iniciado con Channel, y hacerlo fuera de su departamento, donde no tuviera que preocuparse por Josette; pero también... también quería terminar de abotonarse la camisa y pasar horas en una galería, admirando cuadros que no comprendería. Y quería volver a ver esa corta silueta, esas mejillas pecosas, esos brazos regordetes...
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El arte de amarte (DAS #1)
RomanceEncantadora, dulce, apasionada. Esa era forma en que la prensa describía a Aimeé Salomón, la joven artista que había conquistado gran parte de Francia con sus pinturas y esculturas. Crítico, cruel, frío. Así veían la mayoría de las personas al pe...