Capítulo 25

1.6K 194 235
                                    


Nota importante: Le cambié el nombre a Leonora y ahora se llama Monet jaskjas, aviso por si se confunden. Voy a estar editando los capítulos anteriores para cambiarlo también. 


AIMEÉ

Soltó una baja risita cuando Gabriel tiró de su boina hacia bajo, tapando sus ojos y despeinando su cabello. La pelinegra se quejó, lanzándole un manotazo, y volvió a acomodarse el gorro en su lugar.

—Te ves como una turista con esa cosa —señaló él.

—Deja mi gorro en paz —se quejó—. Es lindo.

Si estaba de acuerdo o no, Gabriel no comentó nada. Tan solo la estudio por un par de segundos, con su expresión inalterable y manos en sus bolsillos.

— ¿Ya estás lista?

Se dio una mirada a sí misma. Llevaba unos pantalones —para sorpresa de todos— largos, y anchos en los tobillos. En la parte superior del cuerpo, traía varias capas de suéteres y un enorme abrigo color café. Aun así, sentía que al pisar la calle iba a congelarse de inmediato.

Se encontraban en la mitad del invierno, y aquel día hacía tanto frío, que incluso el pronóstico del tiempo había soltado la posibilidad de nieve.

—Mmm... creo que sí.

Tomó su bolso, su celular, y sus llaves; esperando no estarse dejando nada en el departamento. El castaño sostuvo la puerta abierta para ella, y luego la cerró cuando ambos estuvieron en el pasillo.

—Tendremos que pasar por Léon y Monet —comentó, bajando las escaleras—. Te guiaré hasta sus departamentos.

—Gracias, pero prefiero vivir. Tan solo dime la dirección.

Rodó los ojos.

«Exagerado».

Aunque de todas formas hizo con exactitud lo que le había pedido. Le explicó de antemano donde se encontraba el edificio en el que vivía Léon —donde se encontraban él y su hermana— cerca de que barrios y zonas de la ciudad. Cuando hubo terminado, él asintió con la cabeza, y Aimeé supuso que se había ubicado sin problemas.

El reloj dio las nueve en punto cuando ambos se subieron al auto del castaño, Aimeé estando tan nerviosa que sentía que podía vomitar. Era un domingo por la mañana, y su plan era llegar a Reims antes del mediodía, donde los esperaban Edouard y Adéle, los padres de Léon y Monet. Tenían un viaje de dos horas, mas el castaño había estado sorprendentemente abordo con su idea.

Gabriel le dio una mirada de reojo mientras encendía el motor.

— ¿Estás nerviosa?

—Mmm... Un poco. ¡Aunque no te preocupes, todo saldrá...!

—Bien —interrumpió él, asintiendo con la cabeza. Había repetido la misma frase durante toda la semana, quizá para calmarse más a sí misma.

—Sí, eso —murmuró.

Todo iba a estar bien.

Iba a ser perfecto.

Y si no, no iba a importarle la opinión de los Roux.

Gabriel le dio un leve apretón al dorso de su mano, y comenzó a conducir. La entristeció un poco que no sostuviera su mano durante todo el camino, como en los libros. Sin embargo, Aimeé aprendió rápido por qué: en una ciudad tan densa y activa como Paris, el castaño necesitaba ambas manos para conducir. Tocaba la palanca de cambios por lo menos dos veces por minuto. Todo el tiempo había otros autos interrumpiendo su camino, y ni hablar de los semáforos.

El arte de amarte (DAS #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora