Capítulo 4. She felt like the one, maybe the heat just got me blind

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LISELOTTE

Era cierto que tuve mis dudas cuando Sam me dijo que se estaba mudando con Dawn. Hubiera preferido mil veces que se mudara a nuestra casa, había mucho espacio y era un lugar conocido donde podía sanar sus heridas por el drama familiar. Sin embargo, tras ver sus fotos en Instagram, me había dado cuenta lo a gusto que se encontraba. No había pasado ni dos semanas viviendo en su pequeño departamento y ya estaba reventando la tarjeta de crédito negra con nuevos cuadros y muebles que la habían convertido en toda una diseñadora de interiores. Su pequeña caja de zapatos podía pasar por una casita de verano en los Hamptons; lo cual me había sorprendido teniendo en cuenta que Dawn me parecía muy controladora con lo suyo. O quizá solo era el hecho de que no parecía soportarme.

Pero lo importante era que Sam se veía tan ilusionada y contenta luego de horas de llorar en nuestras llamadas, o por lo menos, eso era lo que reflejaban sus fotos sonriente o besando a su novia. Si hubiera sido un poco mayor hubiera sido como esas jóvenes esposas influencers que llenaban de colores pasteles y agua su perfil decorado con fotografías que parecían profesionales sin ningún maldito filtro. No me imaginaba a mí misma en su piel, ni siquiera podía considerar mudarme a un apartamento con una pareja estable, obviamente, no ahora cuando ni habíamos terminado la escuela, ni en un futuro. No tenía ese instinto de preservación moralista dentro de mí. Creo que se sentiría como tener una correa aplastando mi tráquea, sin importar lo acostumbrada que estaba a pasar el tiempo aquí con Claude. Los minutos que pasaba parloteando sobre su arte, su creatividad, su maldita música evidenciaban lo harta que comenzaba a hacerme sentir siquiera compartir una conversación banal después de tener sexo.

Poco a poco me daba cuenta cuan fastidiosa podía ser su voz cuando se ponía en modo profesor condescendiente, era como esas abejas que te arruinaban la gloriosa experiencia de comer un helado de mango en una tarde de verano. No paraba de hablar de mi futuro, cualquier tema adulto lleno de responsabilidades que me tenía sin cuidado; inclusive, hace unos momentos había intentado entablar una conversación acerca de cómo mi antiguo equipo de softbol me había contactado y habían planeado una salida para que las ayudara a practicar, sin embargo, Claude lo había disminuido como si no fuera más que tonterías sin importancia. Esa había sido la principal razón de mi irritación contra su estirada persona. No le interesaba mucho lo que pasara en la vida de una chica de mi edad pero sí ansiaba llenarme la cabeza de cosas que no me interesaba entender.

Por lo que por veinte minutos me dediqué a fingir que lo oía y averiguar que pasaba por la cabeza de mis "amigos" en estos días. Por lo que podía ver, Dillon seguía saliendo y besándose en público con su pequeña insignificante, todavía me preguntaba a qué demonios estaba jugando dándole esperanzas a esa pobre chica. Por otro lado, Ken parecía bastante feliz con su chico de ojos misteriosos, todavía no encontraba ninguna foto en la que saliera su rostro completo, lo cual era raro pero decidí olvidar ese tonto detalle. Dios sabía que Ken necesitaba un poco de cariño y tranquilidad en estos tiempos, era un buen chico y por más que quisiera negarlo, estaba rebosante de amor para dar. Mientras que Crys... Bueno, Crys se veía como toda una ejecutiva de la moda en cada foto que se atrevía a publicar, salida de las pasarelas de Manhattan o de asistente de Miranda Presley. Se veía todavía como un conejito tímido con un estilo imponente. Con su inseparable accesorio de diseñador, alias mi hermanito misterioso, que últimamente había estado en extremo ausente por más que mamá quisiera justificarlo con los ensayos de su próxima obra. Pero lo conocía lo suficiente como para entender lo que le sucedía, aunque no dependía de mí decírselo a su novia, era el asunto de Hennie y nadie más debía meterse.

Salí de Instagram y levanté la mirada encontrándome todavía con el parloteo del profesor sustituto, por lo que no dudé en abrir Tinder y darme algo interesante que ver. En mi aventura digital encontré a un rubio de apariencia vikinga de 22 años llamado Karl, también hallé a un veinteañero con el nombre de "Robin Hot", lo que definitivamente me quitaba la inspiración sexual sin importar cuan bueno estuviera con su piel color caramelo y sus excitantes tatuajes. Aunque, por más vergüenza que me diera, debía admitir que había guardado su perfil para cualquier acostón de emergencia.

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