El Arte de Amarte

Fuego

Había una vez, una reina, con sus fiel séquito de doncellas y un ejército de caballeros en armadura.

Ella, besada por el fuego que arde intenso en la noche oscura, caminaba altiva, orgullosa, elegante, con su cabello carmesí hondeando al viento y la sonrisa más bella para quien quisiese verla.

Tan cálida.

Tan brillante.

Una reina hecha del fuego mismo.

El calor de una hoguera crepitando en el silencio de la noche iluminando el camino del viajero perdido.

Eso eres para mí, calor en el frío y luz en la oscuridad.

Cada palabra, cada gesto tuyo, los conozco con precisión milimétrica, eres para mí un libro, mi libro favorito abierto, con letras grandes y miles de colores brillantes.

Y es por eso que no hay ni una pisca de duda en mi para decir que hoy estabas triste, hoy, tu habitual color fosforescente lucía opaco, no habían arruguitas al final de tus ojos, ni risa contagiosa.

Solo una seriedad que me pareció lúgubre y sonrisas forsadas.

Me pareció que el clima de hoy acompañaba tu ánimo, frío, nublado, sin sol, y he sentido un hueco que antes jamás había estado en mi corazón.

Tus ojos hoy estaban perdidos, y tus mejillas no tenían color, y tu aura Inusualmente gris, yo simplemente  no pude hacer nada para cambiarlo.

Y sentí por vez primera, la angustia que ha de  sufrir el ignorante de los pensamientos de su ser amado, y me sentí inútil, porque cuál bóveda, te cerraste, bajo mil llaves.

Pude ver con frustración el muro de hielo crecer tras tus ojos expresivos.

Cautelosa.

Desconfiada.

Pero he de quedarme a pesar del frío, hasta que el sol salga de nuevo, y las brasas crescan saludables derritiendo todo a su paso.

Por que dichosos son los ojos que ven tu alegría, pero aún más dichoso soy yo que veo tu tristeza y que lucho con ella para ver tu alegría a flote otra vez. 

Porque solo quiero que seas feliz.

Y quiero ser quien te haga feliz.