CAPÍTULO UNO: LAS CONSECUENCIAS DE UNA PROMESA ETERNA.
Naoko estaba convencida que el tiempo era una maldición. El tiempo era el responsable de la decadencia de las cosas que alguna vez disfrutábamos y queríamos. No importaba qué fuera. Una amistad que creías que sería infinita perecía con el tiempo, tu comida favorita eventualmente pierde su encanto y cambias de parecer, los juguetes se vuelven aburridos... y una promesa se convierte en un castigo.
Ella podría jurar que el tiempo era el mayor némesis de la Humanidad. Sin embargo, ella no era humana (al menos no por completo), y aún así tenía que lidiar con las maldades de este villano inevitable. Especialmente cuando recordaba cada detalle a la perfección de aquel evento... imposible no saberlo de memoria cuando la escena ocupaba sus sueños noche tras noche. Era un recordatorio constante, que la tentaba a no volver a dormir.
El hecho de que todo había comenzado como una promesa entre amigos solo la amargaba más. Y ella ya estaba más que amarga, porque no tenía ni una pista de cómo romper la promesa-convertida-en-maldición.
Y aún así, sabiendo lo que significaba, conociendo perfectamente las consecuencias, estaba dudando. Dudando de tomar el primer paso, de saltar y declarar la guerra. Estaba claro que no habría marcha atrás, y eso era lo que la hacía vacilar. El tiempo avanzaba, nunca volvía. Y solo nos hace pagar las consecuencias de nuestros errores.
El silencio fue cortado por el sonido de su mano conectando con su propio rostro. Se sentía estúpida por dudar. No podía permitírselo, no cuando del otro lado se encuentran las personas que más le importan. No cuando están sufriendo.
Tal vez no es el momento adecuado... no. A pesar de la inseguridad y la incertidumbre que la consumía desde el fondo de su pecho, era consciente que lo había pensado más que suficiente. No solo ella, sino que también había tenido ayuda, y juntos arribaron a una sola conclusión: ésta era su única oportunidad.