Diciembre de 1882
La carta de Louis llegó con el correo de mediodía, tres días después del encuentro de Harry con el joven Horan. La hoja de papel, perfumada de rosas, le notificaba su inminente boda con un noble polaco; inminente solo en el pasado. La carta había sido redactada dos días antes de la boda, pero habían tardado otros tres en enviarla.
Harry no se podía imaginar a Louis casado con nadie que no fuera él. En general, la gente lo ponía nervioso; hasta cierto punto, incluso él lo ponía nervioso, aunque le permitía que le cogiera la mano y lo besara. Habría sido feliz apartado del resto de la humanidad, un recluso musical en un chalet en lo alto de los Alpes sin más vecinos que las vacas de los pastos estivales.
Louis le preocupaba. Pero incluso mientras se preocupaba, no podía contener el brote de excitación que las noticias engendraban. Deseo. Fascinada lujuria. Deslumbramiento sexual. La codicia, no importa el nombre que se le dé, sigue siendo rapacidad. Quería al joven Horan, quería reír con él, quería arder con él. Y ahora podía hacerlo.
Si se casaba con él.
El matrimonio, sin embargo, era un asunto serio, un compromiso para toda la vida, una decisión que no había que tomar apresuradamente. Trató de abordar el asunto de una manera racional, pero, como todos los jóvenes idiotizados y confundidos de deseo a cuyo club nunca creyó llegar a pertenecer, lo único en lo que podía pensar era en la pasión del joven Horan en su noche de bodas.
Probablemente sería el rubio que acudiera a su habitación, en lugar de al contrario. Le permitiría que dejara todas las luces encendidas para poder devorarlo con los ojos a sus anchas. Abriría del todo las piernas y luego lo rodearía, apretadamente, con ellas. Quizá incluso le hiciera mirar lo que le haría, para poder observar sus mejillas sonrojadas, sus ojos empañados de deseo y escuchar sus quejidos y gemidos de placer.
Dios, le haría el amor días y días seguidos.
Después de una noche de debate interno, durante la cual hubo mucho fantasear voluptuoso y muy poco debate sensato, Harry decidió dejar la elección en manos del destino. Si el joven Horan estaba de nuevo junto al arroyo ese día, le pediría que se casara con él antes de que pasara una semana. Si no, lo tomaría como una señal de que debía esperar hasta que acabara el siguiente trimestre, para tener tiempo de reflexionar con mayor seriedad.
Se pasó el día entero a la orilla del riachuelo, caminando arriba y abajo, haciendo de todo excepto trepar a los árboles desnudos. Pero Niall no acudió. Ni por la mañana ni por la tarde ni cuando el cielo ya era de un azul muy oscuro. Y fue entonces cuando comprendió que estaba loco por él; no solo estaba inmensamente descontento con los hados, sino que además decidió que podían, todos, ir a ahogarse en una fosa séptica.
Devolvió el caballo al establo y pidió que le prepararan un cupé de inmediato.
...
El lacayo vaciló e interrogó con la mirada a Niall. Apenas había tocado su plato. El rubio lo apartó a un lado. El plato desapareció y fue sustituido por otro, una compota de peras.
—Ni, casi no has comido nada —dijo la señora Horan, cogiendo el tenedor—. Pensaba que te gustaba el venado.
Niall cogió el tenedor y extrajo un trozo de pera del transparente almíbar. Su desazón era en extremo evidente. A su madre nunca le preocupaba que comiera tan poco. Todo lo contrario. Con frecuencia, la señora Horan temía que el apetito de Niall fuera excesivo, que sus corsés no se pudieran apretar lo bastante como para acercarse en un grado decente al talle de avispa.
ESTÁS LEYENDO
Acuerdos Privados [narry] adaptada
FanfictionDurante diez años Harry Styles y Niall, lord y Sir Styles, han disfrutado del más perfecto de los matrimonios, basado en la cortesía, el respeto y... la distancia. Un secreto, una traición y un océano les separan desde el día siguiente de su enlace...