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31 de mayo de 1893



A Niall le habría gustado poder predecir mejor al hombre que era su marido.

Estaba absolutamente seguro de que le exigiría que hicieran el amor en los confines del compartimiento privado, de camino a Devon; tan seguro, de hecho, que había tomado precauciones. Y el corazón le latía de forma irregular desde el momento en que salieron juntos de la casa.

Pero él se puso a trabajar en el diseño de algún aparato mecánico antes incluso de que el tren saliera de la estación de Paddington, dejándolo con poco que hacer salvo mirar cómo pasaba el mundo a noventa kilómetros por hora, sintiéndose completamente tonto.

Y cohibido. Y un poco aturdido.

Lo había elogiado, con un cumplido sincero, por algo que le importaba de veras. Se sentía como un debutante en su primer baile, después de bailar de forma inesperada con el libertino más extraordinario y famoso de todos. Sabía sin lugar a dudas que aquel burbujeo cálido que sentía no era correspondido, que era insensato y estaba fuera de lugar, pero no podía hacer absolutamente nada para evitarlo.

Él escribía con una letra suelta, inclinada, desarrollando páginas y páginas de ecuaciones que, al no iniciado, le parecerían tan incomprensibles como los jeroglíficos antes de descubrirse la piedra Rosetta. Hasta él, que había recibido una amplia instrucción en matemáticas y mecánica —para que no tuviera trabas, debido a la ignorancia, al tratar con sus propios ingenieros— solo comprendía partes, al mirar los números y símbolos al revés.

Descifró que trabajaba en algo relacionado con el calor y el intercambio de gases. Cuando sus cálculos pasaron a la velocidad angular, dedujo que estaba afinando el diseño de un motor de combustión interna.

Tenía sus dudas sobre el automóvil. Ciertamente, era maravilloso y novedoso y ahora viable. Pero ¿quién, aparte de los más aventureros y más ricos, querría ser dueño de uno y conducirlo, cuando los carruajes eran mucho más sencillos y más cómodos en la ciudad y los trenes mucho más rápidos y más fiables para las largas distancias? Por lo menos, no era probable que los caballos se te murieran tres veces mientras ibas de Londres a Brighton.

Pero sentía la suficiente curiosidad como para haber hecho una visita a Herr Benz, en Mannheim, el verano anterior, y estaba a punto de negociar una licencia para construir motores Benz en su propia fábrica. El ábaco interno que había heredado de sus antepasados Horan calculó rápidamente lo que se ahorraría si pudiera usar el diseño de Harry... si funcionaba.

Y si él fuera de verdad su marido.

—¿Qué problema tienes con tu motor?

—No puede eliminar los gases de combustión lo bastante rápido cuando su velocidad de rotación excede las cien revoluciones por minuto —respondió él, sin levantar la cabeza. Sin expresar ninguna sorpresa ante su conocimiento de temas fuera del alcance de la abrumadora mayoría de las mujeres, genitores... y de los hombres, a decir verdad.

Pero también es cierto que lo sabía todo sobre el honorable señor Williams, que había sido el tutor de Niall antes de convertirse en su amante.

El vacío parcial creado por la salida de los gases de combustión atraía aire fresco y combustible al interior del cilindro. La expansión del gas creada por la ignición de la mezcla de aire y combustible alimentaba el motor, pero los gases residuales que no fueran expulsados reducirían su rendimiento.

Acuerdos Privados [narry] adaptadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora