Inocencia

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El cabello negro parecía flotar, se mecía como las olas y la sonrisa alegre e inocente no desaparecía de su rostro mientras jugaba a correr entre puestos improvisados por toda la calle principal del pueblo.

Coloridas frutas, diferentes aromas de especies, telas e incluso pequeños animales. Todo estaba dispuesto para vender o intercambiar.

Los padres de los pequeños que corrían, gritaban sus nombres cada ciertos minutos para que no se alejasen demasiado. Pero el entusiasmo de los niños era difícil de frenar y para el ex monarca, era divertido verlos llenos de energía.

—Están bien, Stacia.

Alistair tomó el hombro de su diosa mientras exponía una sonrisa carismática, casi cómplice. Stacia volvió su mirada a sus hijos y suspiró.

—Lo sé, es solo... no puedo creer que crezcan tan rápido.

En sus ojos avellana, Alistair pudo ver la ternura y amor que invadía a su esposa cada vez que de sus hijos se trataba. Dentro de él, había crecido un nuevo amor por esa faceta de su diosa.

Tomó su mano y sus miradas se cruzaron. Nada era más transparente que mirarse a los ojos y entender lo que sentían. Podían perderse horas sumergidos en la complicidad de sus ojos.

A veces a Stacia, le era imposible imaginar que el hombre que tenía junto a ella entregándole todo de él, haya sido el mismo que debió sufrir tanto, desde su maldición, hasta la pérdida de sus alas frente a todo su reino. Y eso era porque al verlo, no podía sentir nada que no fuera ese inmenso amor que Alistair tenía para darle a ellos.

El pueblo estaba lleno de personas y un sinnúmero de voces se superponían. El bullicio no suponía problema para los dos pequeños revoloteando y riendo.

Pero no todas las personas estaban ocupadas solamente en lo suyo.

Un hombre de cabello blanco, ojos cansados pero tan azules como el cielo y arrugas que quebraban su rostro, llevaba largo tiempo mirando a la joven de cabello negro lustroso. Aunque los ojos del hombre eran viejos, su vista alcanzaba por momentos un diminuto brote del color del marfil asomando entre la oscuridad del pelo que se agitaba con el viento y los saltos.

Él los había visto antes, en otras tierras... Tierras malditas por los dioses.

Se levantó del banco de madera con algo de dificultad, apoyando su lánguido cuerpo en un desteñido palo de bambú y caminó con pasos lentos hacia la niña.

Cuando se detuvo, en un salto, la pequeña Yvaine chocó con el anciano.

—Perdón señor, no quise...

Guardó silencio al notar la oscura sensación tras sus ojos azules en donde miró aterrada su propio reflejo. Ese hombre estaba viendo en la dirección de sus cuernos.

Entró en pánico, empero no gritó, no habló; simplemente se quedó mirándose a sí misma en los ojos de aquel hombre.

—¿Onee-san?

Reaccionó al llamado de su hermano. Pero era tarde.

Las manos arrugadas y toscas del anciano se habían posado en su frente, elevando el flequillo que llevaba.

—Demonio, estás maldita. Fue tú culpa... La hambruna fue tú culpa.

Ella no entendió las palabras dichas por el hombre mayor, pero sus inocentes ojos negros se abrieron un poco más; y pronto, el llanto apareció en ellos.

< ¿Acaso es hombre la había llamado demonio? >

Su respiración se había vuelto errática, aunque abría su pequeña boca para tomar aire, seguía faltándole. Y es que esa mirada azul parecía llena de odio y continuaba fijamente puesta en ella.

Lo que para ella se sintió eterno, no habían sido más de unos pocos minutos.

—Yui, vamos es hora de irnos.

La familia voz la reconfortó. Giró sin pensarlo a aferrarse a los fuertes brazos de su padre.

— ¿Ocurre algo?

Ella quiso decirle del extraño anciano. Pero ya no estaba, se había ido.

—Había... estaba...

No pudo hilar su frase, buscó en todas las direcciones, pero no estaba. Fue solo en ese momento que notó que había dejado de oír el bullicio del pueblo, cuando lentamente volvía a notar todo a su alrededor.

Decidió callar.

Aunque su plan de silencio acabó cuando en medio de la somnolencia los ojos cálidos como el atardecer de su madre la miraron con ternura.

Si ella era un demonio, ¿Cómo era posible que una luz tan limpia y resplandeciente la mirara con tanto amor?

Solamente le quedaba llorar aferrada a esos dos seres amados, quienes la protegerían aunque ella fuese todo lo que oyó.

.

—Ya se ha dormido.

Alistair llegó a abrazar los esbeltos hombros de su diosa, quien miraba la azulada luz de la luna entrar por la ventana. Por sus mejillas coloradas, podía verse el camino incesante de sus lágrimas.

Con suma delicadeza, él limpió su rostro mientras no dejaba de mirarla a los ojos. Su propia mirada oscura con sus párpados a medio camino de cerrarse y en su boca una sutil mueca un poco torcida.

Odiaba verla llorar.

—Ella es una bendición, mi diosa. Así lo es todo fruto de su vientre.

Elevó con sus dedos el mentón de Stacia, acariciando su cabello largo. Nada había cambiado en esa mujer para él. Seguía siendo tan dolorosamente bella y tan increíblemente suya como la primera vez que se había entregado a él. Por eso le dolía tanto el pecho esa expresión de dolor de su semblante.

—Se lo haremos ver juntos, Stacia, Yui verá lo maravillosa que es.

Por fin pudo ver una sonrisa en su diosa. Una sutil sonrisa que le hacia regresar su alma al cuerpo.

Y la besó, lenta y apaciblemente, como queriendo saborear su risa y su llanto. Caricias lentas acompañaron la acción de sus labios y en un impulso de sus manos, elevó a su esposa entre sus brazos. La miró sin decirle nada, tan solo la apretó contra su pecho y la depositó sobre la cama tan delicadamente, como su tesoro más preciado y se posó con sus palmas apoyadas a ambos lados de sus pequeños hombros, bajando suavemente para volver a besarla.

Esa noche la amaría hasta que su aliento suspirara el último vapor de sus lágrimas, para esfumarlas con caricias. Para decirle con su cuerpo, que él estaba ahí para ella.

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Nota de autor:
Desvelo nocturno con resultados 😅

Espero les guste y nos leemos pronto.

Gracias por pasar!

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