Mil Años

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Mil infiernos he vivido. Algunos siguen marcados a fuego en mí piel, como grandes cicatrices que al verlas parecen seguir doliendo, aunque ya no lo hagan.

Un condenado, eso era, con una maldición cayendo sobre mi espalda y aflorando en mi frente. Ese engañoso color marfil puro y pulcro, con líneas que parecían haber sido bellamente talladas a mano, una a una delineando desde la base hasta la punta y aún así, malditas.

Un alma perdida en la oscuridad.
Pero eso era antes de ella, Stacia.
Ella era la diosa de la vida. Ella me había devuelto mi propia vida.

Su luz cálida al sonreírme, su voz reconfortante al llamarme, su tacto tibio al acogerme. Era en esos momentos dónde me preguntaba quién en su sano juicio podría seguir llamándome un condenado maldecido.

Y mi respuesta, era que nadie podía.
No cuando mis manos reposaban en su cintura y mi nariz respiraba tras su cuello esbelto y níveo. No cuando su voz suspiraba mi nombre entre suaves gemidos de placer. No cuando parte de mí podía hundirse profundamente a su cuerpo húmedo.

Y ahí me encontraba, acariciando la delicada curva que definía su cintura, oyéndola respirar despacio mientras dormía apaciblemente.

Di un suspiro lento, volviendo a inspirar su aroma suspendido en ese pequeño lugar. Quería detener el tiempo y guardarla en mis recuerdos. Ahí donde la madre fuerte e inquebrantable se volvía una con la mujer amorosa y gentil, donde habitaba la salvaje forma de amarnos y reposaba el profundo amor que nos unía.

Ella se volvía todo y era todo lo que buscaba proteger.

Nada podía quebrarme más que ver en sus ojos castaños el miedo. Pero ella siempre me demostraba que era más fuerte que todo. Era yo quién buscaba calmarla con mi calor y termino siendo Stacia quien me volvió a llenar el alma de paz.

La mujer que se veía tan frágil entre las sábanas gastadas, tenía el poder de doblegarme; pero yo era feliz de postrarme ante sus pies e incluso besar sobre sus pasos el camino que ella transitara.

Ante mis pensamientos, sonreí por lo bajo al darme cuenta de que si se lo dijera, Stacia enrojecería y golpearía mi pecho diciendo lo tonto que eso podría llegar a sonar. Pero también, dentro de ella, estaba seguro que ella sabría que incluso esa tontería, era verdad.

¡Y cuánto la amaba!

Mis torpes sonrisas entre tanto silencio la llevaron a despertar. Se retorció un poco mientras abría muy lentamente sus bellos ojos avellanas. Acaricié su cabello alborotado acomodándolo tras su oreja y Stacia con una hermosa sonrisa habló en un susurro:

—Ali…

—Perdona, ¿Te desperté?

Negó con suavidad removiéndose en la cama, tomando las mantas cubriéndose.

—¿Puedo hacerle una confesión, mi diosa?

Carcajeó tan bajo, que el sonido de su risa apenas se quedó un segundo en el aire, para luego asentir con su cabeza acurrucada en la almohada.

—Me encanta más sin esas mantas ocultando su bello cuerpo, aunque me condene a mil años de infierno por el sacrilegio de tocarla.

—Ali, eres un tonto.

Sonrojada golpeó sin fuerza mi pecho, sabía que lo haría, siempre lo hacía.

—¿Puedo darle otra condena?

Fue solamente un hilo de voz, tan suave y delicada. Asentí levantando su pequeño mentón para mirarme.

—Mil años amándome.

—Entonces condéneme eternamente, mi diosa, que ni mil años, serían suficientes para amarla.

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Nota de autor:
Pequeño pedazo de amor!
y cómo no amarlos 😍
Gracias a quién pase y nos leemos pronto!

Geme, sabes que es con especial cariño

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⏰ Última actualización: May 20, 2021 ⏰

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