Amor y Deseo

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Ahogó un suspiro. Había sido tan sutil, que no estaba seguro si lo había imaginado por el movimiento sensual de su boca y la suave inclinación de su rostro. Ella era tan hermosa.

Su dedo siguió rozando sus yemas con delicadeza sobre la mejilla teñida bellamente con un tono de rojo. Sus párpados se abrían y cerraban muy lentamente, mientras sus pestañas castañas se batían mostrando en sus intervalos el color del atardecer humedecido en sus pupilas.

En el silencio, solo se oían sus respiraciones ligeramente agitadas y el perpetuo palpitar de sus corazones.

—Mi diosa.

Susurró con dulzura. Entre más la veía, más se convencía de su naturaleza divina. Es que ahí, tendida en una humilde cama, con sábanas blancas ligeramente amarillentas por la cantidad de veces puestas al sol, aún era una imagen digna de dioses.

Ella le entregaba su cuerpo desnudo, bañado con la luz de la luna que dibujaba complejas sombras en ella. No era la primera vez que la veía; y sin duda rogaba al cielo que nunca llegara esa última vez. Su piel blanca y pulcra, su silueta esbelta y la firmeza de cada curva.

—Es tan hermosa, mi diosa.

—Ali...

Su dulce voz se arrastró mientras atraía a su amado entre sus brazos. Sus dedos se entrelazaron y se miraron fijamente el uno al otro. Ninguno mencionó palabra alguna, no había necesidad, no cuando entre sus ojos eran capaces de transmitir tanto.

Amor, deseo, complicidad y una infinita confianza transmitida en una sola mirada. Esa intensidad de dos amantes a punto de entregarse al otro una vez más, como tantas veces antes, como tantas después; y siempre lo sentían así de únicas.

Los cuernos habían comenzado a asomar sobre su cabeza en cuánto habían empezado su ritual de caricias, pero su diosa lo acogía con tanta normalidad, que incluso besaba las protuberancias sensibles al tacto.

Entre caricias que empezaban a perderse en la calidez de sus cuerpos, Alistair ingresó en aquel tibio lugar escondido entre las piernas de su amada Stacia y con el gemido que arrancó desde las profundidades de la garganta de su diosa, como un cuadro mágico, con un gruñido en la espalda del ex monarca aparecieron grietas en su piel que rápidamente se abrieron para dar paso a las enormes alas negras que dejaron caer sus plumas suspendidas como lluvia entre ellos.

Un vaivén imperecedero siguió sin importar las marcas de la bestia.

Así lo amaba, con sus maldiciones y rincones oscuros. Porque todos se los entregaba. Ellos todo se entregaban cuando se amaban con su cuerpo, como si fuera el camino que los conducía hasta sus almas.

Ellos vivían el amor, conversaban el amor y ellos hacían el amor cada día.


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Nota de Autor:

Ya saben que son drabbles. Este es un cítrico sutil y romántico, muy al estilo del amor de ellos dos que me encantan.

Geme, sabes que amo con el alma ese maravilloso mundo que creaste!

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