3

10 2 2
                                    


—Hey, Dali.

Levanté la vista de los libros. Desde la mesa del comedor, pude ver a papá. Llegaba del trabajo, con su traje negro y su maletín de cuero. Se estaba aflojando la corbata.

—Hey, pa —respondí con una sonrisa. No era usual que llegara temprano del trabajo, así que dejé los libros de lado y fui a recibirlo.

Nos envolvimos en un abrazo de oso.

—¿Quieres comer algo? Hice carne en salsa —le ofrecí, esperanzada. Papá tenía el paladar muy refinado, pero, desde que era pequeña, se tragaba las bazofias que le cocinaba y me ayudaba a mejorarlas. Me enseñó que sofreír los condimentos naturales antes de echarlos daba sabor, que la mantequilla era un buen sustituto del aceite…

Que torciera la boca no me esperanzó.

—Pensé que no cocinarías hoy, así que pedí una pizza. Debe estar por llegar.

Asentí, algo desilusionada. Había preferido una pizza antes que mi comida casera. Me estrechó de nuevo en sus brazos.

—De todas formas, tengo muchísima hambre —dijo—. Seguro que no tendremos que tirar la pizza luego.

"—¿Y bien? —le pregunté. Papá saboreaba unas galletas de miel que había preparado siguiendo el recetario que usaba mamá. Su rostro estaba neutral.

—Creo que faltó un poco de miel. El sabor es agradable, pero no lo suficiente —explicó. La yo de nueve años se dirigió a la cocina y trajo otra tanda de galletas.

—¿Y estas? —le acerqué una, la cogió y la mordió.

—Estas tienen mucha miel, son algo repugnantes para el paladar.

Aunque en ese momento no lo entendí, papá me explicó que no debía seguir el recetario al pie de la letra. Las dos variantes de cantidad de miel estaban bien, así que el problema no era eso: el tipo de harina, de huevos, de azúcar e incluso de sal en la masa determinaba mucho. Traté de recordarlo, pero mi mente de niña no lo retuvo lo suficiente; solo estuvo en mi mente hasta que lo anoté en un diario, luego desapareció el primer consejo que me ayudaría a no vivir encasillada en la rutina.

Puedes tener toda la harina del mundo, pero si no la horneas es solo polvo; puedes ser el dueño de todos los huevos, pero si están pasados debes tirarlos; y aunque le eches toneladas de azúcar, la cantidad correspondiente de sal lo equilibraría sin esfuerzo. Y sin la miel, serían solo galletas de azúcar.

El talento, las oportunidades, la felicidad y la tristeza y la esperanza. Todo aquello en una galleta que sostuve de pequeña.

Es gracioso: la vida es una galleta de miel".

Al final, una llamada de urgencia de su jefe me hizo comer sola en la mesa. Sin embargo, que su plato de carne y pizza estuviera empezado me hizo sonreír un poco. Aunque no tomé mucho más de mi propia comida, me sentía muy satisfecha, porque no recordaba mucho la última vez que había cenado con papá.

Quería que papá llegase a cenar conmigo todos los días.

Quería que eso fuese una rutina.

ꜱ ᴇ ᴇ ꜱ ᴀ ᴡ #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora