𝟸. 𝑄𝑈𝐴𝑇𝑇𝑂𝑅: 𝐿𝑎 𝑝𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑐𝑖𝑎 𝑑𝑒 𝐷𝑖𝑜𝑠 𝑠𝑜𝑏𝑟𝑒 𝑙𝑎 𝑡𝑖𝑒𝑟𝑟𝑎

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Por otra parte, Na Jaemin podría ser bien descrito por sus compañeros como un adolescente ejemplar, el ejemplo perfecto de que no importa lo que hagas, algo siempre puede salir mal.

O también de que las fachadas engañan, una pared de cal, para los conocedores del emperador romano Calígula. El demonio vestido de monaguillo, más preciso entre sus compañeros que decir que es un lobo vestido de cordero, porque Jaemin es mucho más astuto que un acarreado.

Si bien, su talento para actuar fue evolucionando con el pasar de los años, mentiras o no, hubo alguien que jamás llegó a creer una palabra que brotara de su boca y, entre sus más cercanos, se atreverían a decir que su mártir seguía destilando plumas negras desde su caída. Una monja.

Aunque nunca lo han dicho en voz alta y, mucho menos, insinúan que algo dentro de Jaemin es menos puro de lo que aparenta, porque el respeto que emana al cargar con su propia cruz todos los días, los mantiene a raya, Jisung y Sungchan saben la sinergia entre la Madre Superior y Na Jaemin va más allá de una relación alumno-profesora.

O eso es lo que piensa Jisung en voz alta a su tarde camino al salón de clases hasta que el sonido sordo de sus propios pasos comienza a ser un alboroto diminuto, los libros se caen al suelo e inundan el pasillo con golpes de tormenta y lo acompañan las campanas de la iglesia bailando para darle una sonata a su corazón nervioso. Quedan quince minutos de clase antes del almuerzo.

—Mierda—dice para completar la sinfonía con los dientes cerrados y alza un pie de modo que los libros dejen de apilarse sobre sus zapatos. Duele. —Voy a matarlo.

—Jisung.

Si hubiese sido cualquier otra persona, Jisung no se sentiría tan mal, es decir, a cualquier monja sería capaz de mentirle y no es como si por ello obtuviese un pase gratis al infierno de inmediato, tendría que tener varias fallas más allá de las comunes. Pero para su mala fortuna es el hyung con el que ha crecido y a quien también le debe una buena conducta más que nada, porque el regaño en sí no importa mucho cuando se trata de Na Jaemin, sus suaves palabras de maestro de kinder no lo reprimen como debería, el problema es la culpa que recae sobre Jisung por las veces en las que Jaemin ha metido literalmente las manos al fuego por él.

Incluso si la llama estaba apagada o nunca existió.

—Lo siento—pide directamente a la figura de Jesucristo que yace en la pared.

Le da un escalofrío andante. Desde muy niño, casi desde que lo recuerda, al mirar por primera vez la imagen de Cristo crucificado, sangrando y con el rostro derrochando la peor pasión registrada en la historia, Jisung comenzó a tenerle miedo, más miedo que a los dibujos que las monjas le mostraban sobre cómo luce Lucifer, quien a veces es una cabra, a veces es un hombre de tonos rojos con cuernos, o simplemente, un hombre millonario y seductor, cosas que pueden atraer o causar repulsión; sin embargo, Jesús siempre es el mismo, siempre soporta el mismo dolor, aunque vista sedosas y adornadas túnicas, siempre se puede ver el dolor de su alma al visitar un santuario.

Jisung da media vuelta, no importa a dónde mire, las pulcras y arremangadas ropas de Jaemin no dejan de envejecer o cubrir moretones.

Si hay una forma de llorar, sangrar o gritar internamente, Jaemin conoce la clave perfecta.

Está frente a él bien peinado y con una sonrisa gentil que va dirigida única y exclusivamente para él, con un afán de inocencia bien practicado. No es que Jisung diga lo contrario, porque sí, Jaemin es muy puro, pero para ese momento le han quitado pedazo a pedazo la inocencia que alguna vez pudo haber portado.

—¿Qué hemos dicho sobre las malas palabras? —Pregunta finalmente con la amenidad paseando por su lengua, es una voz rasposa y a pesar de eso, siempre llena de miel, varonil y tranquila.

Ivory Cherry: Church of burned romances [JAENO - JAEMJEN] (Re-publicación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora