Capitulo 12: Nada es casualidad

45 18 23
                                    

Treinta años atrás.

Siglos después de la creación, siglos después de la caída de los Ángeles, aquellos desterrados por incumplimiento, incluso siglos después de la gran evolución cultural del ser humano, un Ángel, pero no el mensajero, hacía aparición en la entrada de un humilde pueblo ubicado a las afueras de la Gran Ciudad de Esmeralda.

En las viviendas y los negocios ya apagados luego de un largo día de trabajo, descansaban los habitantes de este pueblo sin siquiera imaginarse que una figura envuelta en un largo abrigo negro se paseaba por sus calles, con paso lento y seguro.

La noche cerrada le brindaba un escenario perfecto para no ser descubierto, ni la luna daba el brillo suficiente, como si una vela a punto de extinguirse hubiese ocupado su lugar por esta noche.

El ángel misterioso sabía hacía donde dirigirse, la pequeña capilla situada enfrente de la plaza central le daba la bienvenida, pero no era allí donde residía el motivo de su misión. La casa contigua a la capilla era de tamaño modesto, no se apreciaban grandes lujos desde su fachada y por las ventanas al costado de la puerta pudo vislumbrar una chimenea, que no hasta hace mucho estaba encendida, y al cura del pueblo dirigiéndose a lo que presumiblemente era su habitación.

El padre Patricio cada noche se retiraba a sus aposentos a la misma hora, a las nueve pm. Sin embargo, algo muy dentro de su ser le decía que esa no sería una noche habitual y que debería posponer su rutina unas horas más. Decidió escuchar a esa vocecita que le decía que se quedara en la sala y, después de su cena, se recostó en su silla cerca del reconfortante fuego de la chimenea a leer uno de sus tantos libros sobre religión.

Este hombre tan amable y amado por todo el pueblo resistió el deseo de irse a dormir lo más que pudo, hasta que sus fuerzas fallaron y se dijo a sí mismo que solo eran ideas suyas y que nada extraordinario pasaría hoy. La edad le estaría jugando una mala pasada, pensó.

Pero un tímido golpe en su puerta interrumpió su ida a la recamara; desconcertado, pero no asustado, se dirigió a darle la bienvenida al extraño parado en su entrada. Lo hizo pasar, le ofreció una taza de te que el invitado rechazó con amabilidad y se sentó en el lugar que había ocupado a esperar, pues tenía la certeza de que el extraño debía de tener una razón para su llegada.

Efectivamente así era

—Conozco a cada oveja de mi rebaño— dijo el cura para luego dar un sorbo a su té y continuar—. Se que no eres del pueblo, así que déjame preguntarte, ¿Qué te trae a la casa de un viejo pastor?

—Al igual que usted, yo fui elegido para llevar a cabo una misión—. Pronunció el extraño mientras observaba la sala. El tono de su voz no mostraba emoción alguna, al menos eso era lo que aparentaba.

—Cargas un gran peso en tu espalda. Sea cual sea esa misión no ha de ser sencilla.

El extraño se volteó para observar al cura de cerca, los años habían dejado su marca en el rostro del hombre y las arrugas surcaban las comisuras de sus ojos y labios. Sin embargo, la sabiduría que traían esos años era clara en sus ojos marrones, era un hombre inteligente y bondadoso, siempre dispuesto a ayudar.

—Es sencilla, solo es una entrega—. Sentenció el Ángel, para luego quitarse la capucha dejando al descubierto sus risos color caramelo que enmarcaban un rostro aniñado. Posteriormente se arrodilló en frente del cura, bajando su cabeza en señal de respeto.

De su largo abrigo sacó un sobre, el mismo sobre que años después le sería entregado a Gabriel para ser llevado ante el Gran Señor, y se lo dió al cura. Cuando este último lo interrogó sobre su contenido, el Ángel le respondió que no lo sabía, no habían compartido esa información con él, pero si le dijeron que debía ser entregado con suma urgencia y que, de ahora en más, era su deber protegerlo.

Un mundo olvidado (En Proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora