Capítulo 5: Un camino a casa

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Las horas en el hospital se hacían eternas, el miedo y la preocupación crecían en los corazones de María y Pedro.

Habían llegado en 10 minutos, Pedro que siempre había sido prudente cuando se trataba de conducir, esta vez no tuvo reparos en exceder el límite de velocidad y de pasar varios semáforos en rojo. A María no le importaba, lo único que le preocupaba era el bienestar de su hija.
La habían recostado en el asiento trasero y María tenía la cabeza de ella en su regazo, acariciando su cabello y su rostro, cantándole.

El clima parecía reflejar el sentimiento de los padres, pero de una forma más intensa y potente. Una nube de tormenta se formaba a los lejos, proviniendo del bosque, los seguía, como si los acechara y estuviera preparada para descargar su furia y su miedo. El viento incrementaba su fuerza meciendo los árboles, levantando las hojas secas del suelo. Los relámpagos rezonaban, como un aviso de lo que vendría, pero más como una advertencia.

Lucinda se había sumergido en un estado de semi inconciencia, podía sentir las caricias de su madre, podía escucharla cantar y podía escuchar los insultos que lanzaba Pedro a otros conductores, algo que la impresionaba porque nunca lo había oido de esa manera. Realmente estaba asustado, pensó ella.

No quería que sus padres estuvieran así, pero no podía despertar. Estaba encerrada en un cuarto oscuro, sentada en un rincón, más asustada de lo que había estado nunca.

Lucinda sentía terror, gritaba que la dejaran salir, pero no sabía a quien se dirigía. Estaba encerrada en el lugar más recondito de su mente, no tenía idea de como había llegado allí y no sabía tampoco como salir.

En su mente las imágenes del día venían cada dos por tres, pero se iban desdibujando cada vez más. Podía recordar su vestido, que aún llevaba, recordaba el abrazo de su madre, la sonrisa de su padre, las expresiones de sorpresa de la gente en la iglesia, las ventanas de colores que se mezclaban mientras ella caía y unos ojos azules que no dejaban de observarla.

Pero la imágen más nítida que podía distinguir de todas ellas eran los árboles, el bosque que a ella tanto le gustaba. Los colores tan vividos se convirtieron en un pequeño faro. Los tonos verdes de las hojas, el marrón de los troncos.
El movimiento de las ramas cuando soplaba una brisa, trayendo todos los aromas de la naturaleza.
Podía sentirse en casa, relajada sentada en el patio observando el bosque.
De pronto, como si hubiese una conexión entre ellos, recordó esa voz. Esa voz que el bosque traía, esa voz que le dijo que fuera fuerte.

Esa voz que le hablaba otra vez: "Tranquila, no tengas miedo. No estás sola, yo estoy contigo"

La primera vez que la escuchó, Lucinda se asustó. Ahora estaba contenta de tenerla, de oírla, de poder estar con alguien en ese lugar oscuro.

—Tengo miedo, no sé como llegué aquí y no sé como salir.

"No olvides que eres fuerte, más de lo que crees. Algún día lo vas a entender"

—No soy fuerte, solo soy una niña. Tengo diez años.

"La edad no importa. Eres especial y única. Créeme, nunca te mentiría"

—¿Quién eres? ¿Un hada del bosque? ¿Por qué me hablas a mi?

"No soy un hada. Pero si tengo mis habilidades. Tú también las tienes"

—¿Habilidades? ¿Qué son habilidades?

"Todo a su tiempo. Ya lo sabrás con seguridad. Ahora tienes que despertar"

—Pero ya lo intenté, no sé que hacer.

"Solo seguí los árboles"

De una de las paredes de ese cuarto se abrió una puerta que dejaba entrar una luz brillante. Lucinda sintió miedo, no sabía si confiar en ella o no.

Un mundo olvidado (En Proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora