Capítulo 8: Destino

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Los años pasaron, Lucinda creció sana y feliz, viviendo con sus padres y con las visitas casuales de Anabell, su madrina. Se había convertido en una jovencita fuerte e inteligente que no hacía caso de las burlas o las miradas inquisitivas y curiosas.

La esperanza de que sus compañeros la tratasen como una persona normal había quedado descartada hacía mucho tiempo, pero ya no le importaba. No necesitaba de personas que no la aceptaban tal cual era. Sin embargo, si existía alguien que para ella era especial, si existía esa mejor amiga que se había acercado a ella un dia frío y nublado de principios de mayo, cuando tenían 15 años.

2 años atrás

Lucinda se encontraba sentada en el patio de la escuela, escuchando música con sus auriculares. Estaban en la hora libre, sus compañeros jugaban a las cartas o juegos de computadora, excluyéndola ya por costumbre. Tan absorta en sus propios pensamientos estaba, que no se percató de la presencia que la observaba con curiosidad.

—Hola, eres Lucinda, ¿Cierto?

La chica que la observaba con cierta curiosidad era nueva, Jazmín se llamaba.

Era la primera vez que Lucinda la miraba con atención, su cabello rojo y rizado no había sido pasado por alto por ella, pero ahora notaba las pequeñas pecas que surcaban sus mejillas y nariz, resaltando en su piel casi pálida. El color verde de sus ojos resaltaba con la bufanda que rodeaba su cuello que tenía casi el mismo color, destacándose por encima del uniforme reglamentario.

Jazmín había llegado hacía un mes y era amiga de todos en el curso, lo que conllevaba que no se hablara con Lucinda por las malas lenguas de sus compañeros. Ella solo los había escuchado por educación, pero siempre sintió intriga por la chica que se sentaba sola en el rincón del aula.

—Mmm la última vez que miré en mi documento ese era el nombre que me dieron mis padres.

Respondió Lucinda con cierta seriedad en su rostro, intentando ocultar una sonrisa, pues le había hecho una broma a la chica.

—¿En serio?— Jazmín estaba ocupando el asiento libre a lado de Lucinda.— Bueno, mi verdadero nombre es Agatha y soy la princesa de un país que nadie conoce— Una sonrisa estaba dibujándose en el rostro de ambas— Así que para ocultar mi identidad me lo cambié por un nombre más común.

—¿Y Jazmín fue el mejor que se te ocurrió?— Lucinda fingió un gesto de desagrado, un gesto que solo hizo estallar en carcajadas a su compañera.

Desde ese día se volvieron inseparables, las mejores amigas, y ese era un término que les quedaba chico, pues más parecían hermanas. Realizaban pijamadas, iban al cine, sus padres se conocían y entablaron una amistad gracias a las chicas. Si Lucinda estaba en casa de su amiga, María estaba tranquila pues estaba segura de que Elena, la madre de Jazmín, la cuidaría como si fuese suya. Lo mismo hacia María con Jazmín, adoraba a esa niña como su hija y estaba agradecida de que haya aparecido en la vida de Lucinda.

Festejaban sus cumpleaños juntas y en las fiestas de Jazmín llegaban todos los compañeros del colegio, todo lo contrario a las fiestas de Lucinda, en las que solamente asistían Jazmín, sus padres y Anabell. Al principio Lucinda se sentía algo triste, pero con el tiempo se dio cuenta de que solo necesitaba a las personas que realmente la querían y a las que ella realmente amaba. O eso quería hacerles creer a todos.

Así pasaron los años, ya casi se acercaba el cumpleaños número 17 de Lucinda y Jazmín quería festejar a lo grande.

Se encontraban en la habitación de la primera, recostadas en la cama, conversando de la vida, como solían hacer.

—Ya te dije que es inútil hacer una gran fiesta— Lucinda estaba casi fastidiada, pues estaba soportando la insistencia de su amiga desde hacía varios días.

Un mundo olvidado (En Proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora