El comportamiento de Matías alarmó a las autoridades, lo empezaron a considerar un elemento rebelde que traspasaba los límites de su condición de recluta. Sin embargo, contaba con la simpatía del comandante del batallón, por lo que acudió a su despacho durante su segundo día de arresto.
Cuando ingresó a la recepción de la secretaría, se notó ansioso, tembloroso, como queriendo desprenderse de algo pegado en las manos, lo que a la vista de la secretaria fue interpretado como una respuesta al estrés.
Matías se abalanza sobre la mesa de la recepción y, dando un golpe de puño en la superficie, dice desesperadamente:
—¡Necesito hablar con el comandante!
—Un momento, espere —responde la secretaria sin dejarse intimidar, ignorando la conducta agresiva.
—Es importante —añade Matías ya algo más calmado, poniéndose de cuclillas.
—Ya le dije que esperara —insiste la secretaria llamando al instructor.
Eso fue suficiente para que Matías volviera a enfurecerse. Sintiendo que lo está evadiendo, percibe una amenaza inexistente que hace trastabillar sus impulsos.
—¡Yo pedí hablar con el comandante! ¿Por qué llamas al instructor? —dice con irritabilidad extrema.
—Necesito que se calme, soldado —le responde la secretaria asustada.
En ese momento entra el comandante, quien no se encontraba en su despacho, y Matías es consciente del nuevo error que ha cometido. Se disculpa con la secretaria, mientras el comandante, cogiéndolo del hombro, lo conduce inmediatamente a su despacho.
—Hemos tenido problemas de disciplina, Matías. Eso no se puede remediar, así que tendrás que cumplir con tus sanciones.
—Lo sé, ya estoy arrestado, pero vengo a hacerle una solicitud excepcional. Necesito permiso para ingresar al regimiento de especialización.
—¿Por qué tendría que darte ese permiso? —responde el comandante Ortega mientras sostiene una taza de café.
—Porque allí está una persona importante para mí. Necesito verla —dice Matías con labilidad emocional evidente.
—¿Quién es esa persona? —pregunta con un grado de interés que puede ser percibido por Matías.
—Un comando en especialización que venía a dormir con nosotros. Verá, es el único amigo que tengo en esta prisión —admite Matías, consciente del par de lágrimas que le caen de los ojos. Mientras estas se deslizan por sus mejillas, él no deja expresar ninguna emoción en su rostro.
—En primer lugar, esto no es una prisión, y en segundo lugar, me confunde tu comportamiento. A veces estás y otras veces es como si no estuvieses. En tercer lugar, y por la consideración que te tengo, te concedo el permiso.
—¡Gracias, comandante! —exclama Matías, cuadrándose firme.
—No grites aquí. Ahora vete y espera que la secretaria te envíe una autorización al dispositivo móvil que deberías tener instalado en tu muñeca derecha, que, por lo visto, no lo andas trayendo. Matías, no te puedo ayudar con tus responsabilidades. Ve a buscar tu dispositivo para que te encripten la autorización y puedas acceder a las instalaciones contiguas —dice Ortega con tono paternal y compasivo.
—Lo haré ahora mismo. No volverá a suceder, comandante. Prometo que no me lo sacaré más. Pensaba que era un instrumento por el cual espiaban nuestra intimidad —dice Matías confundido al ir escuchando lo que el mismo decía.
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Biodistopía X Distorsiones de una realidad sin sueños
Science FictionEn esta entrega denominada Distorsiones de una realidad sin sueños, el autor(a) nos sitúa en la tierra en el año 2218 antes de la última gran extinción. Siendo una novela complementaria a Destino prohibido. Se trata de la participación de un persona...