Capítulo 1 Una nueva oportunidad

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            Matías Drachen, un joven recluta de la cuarta división del Cuerpo de Infantería de Marina de Nueva Esperanza, lleva nueve meses de entrenamiento para egresar en los próximos tres meses como un infante.

A sus veinticinco años, es el mayor de los demás reclutas, de los cuales poco a poco ha ido adquiriendo distancia para transformarse en una persona solitaria que sobre todo se dedica a cumplir con las órdenes que provienen de sus superiores, para lo cual es muy bueno y disciplinado.

Matías destaca por su gran estatura, de aproximadamente 1,95 m. Su tez blanca presenta un verdadero lienzo donde se plasman los caracteres de su fisionomía. Tiene el cabello negro levemente rizado, que demarca un rostro rectangular, con nariz prominente y ojos almendrados color café oscuro de largas pestañas arqueadas. Su rostro permanece inexpresivo la mayor parte del tiempo. Suele caminar alrededor de la cancha de fútbol en sus tiempos libres, donde da la impresión de querer recorrer algunas grietas intelectuales que lo incomodan y que nunca se conocerán. Sus camaradas han asumido como normal su comportamiento evasivo y solemne, porque solo en ejercicios de entrenamiento esboza algún gesto de fatiga o dolor en el rostro, asociado a la plana interacción colaborativa con el resto del batallón.

Al finalizar un día de entrenamiento cualquiera, comienza a retirarse cada prenda de su equipo de combate y, sentado sobre un banquillo, nota que las palmas de sus manos están rojizas de tanto agarre en las estaciones. Se las lleva hacia los ojos, tapándolos por completo mientras descansa los codos en las rodillas. Permaneciendo inmóvil por un momento, piensa para sí mismo:

«Esto no es lo que yo estaba buscando. ¿Por qué cometí este error? ¿Acaso era posible evitarlo? Probablemente, si hubiese dejado pasar menos tiempo, hubiese salido de aquí antes de cumplir con el mes de inducción», se responde en silencio.

Mientras cae cada vez más profundo en el abismo que él mismo ha abierto, sintiendo su vida pasar con rapidez y el estrés de sentirse encarcelado contra su voluntad por un crimen que nunca cometió, nota una mano que se apoya en su hombro derecho y una voz que no se parece a la de ninguno de sus camaradas le dice:

—Matías, despierta ya. Es momento de ir a almorzar.

—¿Quién es? —dice Matías sin mirar atrás.

—Soy Steve —le responden.

—¿Te conozco? —pregunta Matías sosteniendo la mirada al frente.

—No, pero yo sí te he visto en los entrenamientos y cuando caminas por la cancha de fútbol. Verás, soy un supernumerario del regimiento contiguo y, por falta de camarotes, tendré que venir todas las noches a dormir aquí, así que pensé que quizás tener un amigo no era una mala idea.

—Está bien. Supongo que no puedo pasar todo mi tiempo conmigo mismo. Es necesario contar con alguien con quien charlar.

—Correcto, pero ahora ve a almorzar. Tu hora de colación va a acabar.

—¿Me acompañas?

—Lo siento, no puedo. Tengo que regresar.

En ese instante, Matías gira hacia la derecha y no ve a nadie. Después gira a la izquierda y ve a un sujeto de mediana estatura, cabello rubio, de ojos azules, con la característica única de poseer un timbre de voz que jamás había escuchado. Suena como hablar con un hermano menor, el cual te ha de admirar. Sin embargo, es su primer contacto y, al momento de acercar Matías su mano para darle un pequeño golpe en su brazo en señal de amistad, este lo esquiva y le dice:

Biodistopía X Distorsiones de una realidad sin sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora