La Buga y La Lencha

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Capítulo 1

La buga y la lencha


Los domingos solían pasar tranquilos en Cáliz de Toledo, una de las ciudades más hermosas del Gran Ducado de Castilnovo. Normalmente sus habitantes pasaban aquel día descansando en casa, disfrutando a la familia. A la hora de la comida era poco común ver movimiento vehicular o a personas caminando en la calle.
     Así que a cualquiera le hubiera llamado mucho la atención ver a una chica corriendo como loca hasta su casa al final de la avenida.
     —¡A un lado! —le gritó a Titán, el ridículo perrito chihuahua de su mejor amiga. ¿Qué hacía ese pequeño demonio afuera? Gaba cayó sobre el césped perfecto de la casa junto a la suya. Titán atrapó su playera y tiró de ella mientras gruñía.—. ¡Soy yo, estúpido perro!
     —¿Qué haces? —Gaba levantó la vista hacia la entrada de la casa, donde una chica de cabello perfecto y castaño la observaba.
     —¡Mia, que bueno que estás aquí! —Gaba cargó al perro y entró a la casa—. ¡Necesito un escondite!
     —¿Ahora qué pasó? —Mia cerró la puerta.
     —Mm... ¿cómo decirlo?
     —Puedes comenzar diciendo su nombre.
     —Érika Rubio.
     —¡¿La hija del director?! —Mia estalló en una carcajada—. Esto no me lo perderé. —La chica fue hacia el refrigerador y sacó un bote de helado.
     Gaba estaba ocupada espiando por la ventana.
     —No sé cómo supo dónde encontrarme.
     —Chica genio, ¿no se te ocurrió que en la oficina de su padre tienen el expediente de todos los alumnos? —Sugirió Mia.
     —¿Quién le habrá dicho? —Gaba había ignorado el comentario de su amiga— ¡Ahí está!

     Un auto rojo pasó despacio por la calle, avanzó un poco más allá y se detuvo... el coche retrocedió hasta quedar frente a la casa número 505.
     —Te encontró. —Mia tomó asiento frente a la ventana y empezó a comer el helado mientras ambas escuchaban los gritos de Érika.
     —¡Gabriella, sal! ¡Sé que estás ahí, maldita mentirosa! —Toc.toc. Érika golpeaba con fuerza la puerta de la casa de Gaba, como si quisiera echarla abajo.
     —Qué bueno que tu madre no está ahí o la cosa se pondría peor... o mejor. —Se dibujó una sonrisa traviesa en el bello rostro de Mia.
     —Odio cuando disfrutas con mis desgracias. —Gaba se desparramó en el suelo, debajo de la ventana—. ¿Sigue ahí?
     —¡Te mataré desgraciada infeliz! Toc. toc. toc.
     —Creo que solo se irá cuando tenga tu cabeza clavada en una estaca.
     —¿Ya comiste? ¿Pedimos una pizza? —Gaba prefirió ignorar las maldiciones que Érika gritaba.  Abrazó al perrito y se tomó una selfie con él.
     —De Mr. Pizza, ¿no? La de jalapeños está buenísima.
     —¡Pero un día tendrás que salir de tu cueva, estúpida! —Se escuchó un cristal rompiéndose.

     —La última vez los jalapeños casi me matan, ¿recuerdas? Mejor champiñones —pidió Gaba.
     
—Estoy harta de los champiñones, será de pepperoni... ¡carajo! —Mia se lanzó al suelo junto a Gaba.
     —¿Que pasa?
     —Shht.
     Toc. toc.
     Gaba se petrificó.
     —¡Hola! —Había alguien detrás de la puerta. Mia hizo señas para que Gaba mantuviera la bocota cerrada.
     —¿Sí?
     —¡¿Está Mia?! —Gaba negó rápidamente con la cabeza.
     —¡Voy en un momento!
     —Psiquiátrico —susurró Gaba. Su amiga se levantó para abrir la puerta.
     —¿Sí?
     —¡Estoy buscando a Gaba! —Mia sujetó fuerte la puerta, pues Érika la empujó.
     —¡Oye, tranquila!
     —¡¿Dónde está Gaba?!
     —¿Y yo porqué lo sabría? No soy su niñera.
     —¡Pero eres su amiga!
     —Conocida más bien —respondió Mia.
     —¡¿Dónde está, carajo?!
     —Se la llevaron al psiquiátrico.
     —¡¿Psiquiátrico?!
     —Gaba es una loca, ¿no sabías? El otro día se paseó desnuda por la calle, arrojándole piedras a todos los que pasaban. Le dan ataques, habla sola... ¿no has visto el horrible tinte azul que tiene en sus mechones? Se lo hizo en uno de sus episodios.
     —Es... una broma, ¿no?
     —Con la locura no se bromea. Es mejor estar lejos de esa chica. ¿Para qué la buscas?
     —No, yo... nada. La veré en la escuela —dijo Érika a regañadientes.
     —Fue un placer... —Mia cerró la puerta.
     La azul y la castaña se quedaron inmóviles escuchando los pasos y luego el sonido de un motor alejándose.

Tú tan buga, yo tan lenchaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora