Al cabo que ni quería

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Capítulo 8

Al cabo que ni quería


Mia movía las piernas con nerviosismo, sentada en la sala de espera del consultorio mientras Gaba fingía no ver lo que la castaña hacía.
     Habían llegado a la pequeña clínica media hora antes, tal y como lo solicitaba el médico, y las dos amigas habían tomado asiento, dejando que Odette fuera en busca de su tío para comunicarle quién sería su paciente.
     La chica azul miraba por el pasillo, en busca de aquella mujer tan hermosa que por fin había cedido a sus declaraciones de amor. Y no es precisamente que Odette la hubiera besado o hubiera realizado algún gesto romántico, simplemente se había permitido un abrazo... una confesión. Gaba estaba ansiosa por estar a solas con la chica, pues sentía que tenía mil cosas que decirle, tanto que conocer la una de la otra.
     De repente, Mia se levantó y caminó a la salida, haciendo que la azul corriera detrás de ella
     —¡¿Qué haces?! —preguntó alcanzando a su amiga en el estacionamiento.
     —¡Me voy! —La chica castaña buscaba con desesperación las llaves del auto en su bolso.
     —¿Buscas esto? —preguntó Gaba mostrándole las llaves, moviéndolas frente a sus ojos como si quisiera hipnotizarla.
     —¡Dámelas! —Mia intentó alcanzarlas pero Gaba dio un paso atrás.
     —¡Cálmate!
     —¡NO PUEDO! —bramó Mia—. ¡Creí que podría con esto, pero es tan...! —La chica estalló en llanto.
     —Ven. —Gaba abrazó a su amiga—. Yo estoy contigo. Te ayudaré en todo, ¡le cambiaré los pañales todos los días! Le enseñaré a decir groserías, a jugar hockey y a molestar a Franco, ¡todo será perfecto!
     —No seas boba —dijo Mia con la cara oculta en el hombro de la azul—. Estuve leyendo, viendo documentales... ¿Sabías que todo lo que un niño ve, escucha o vive sus primeros siete años se queda grabado en su inconsciente por el resto de su vida y dicta su futura personalidad?
     —No, no sabía.
     —Un hijo es... —Mia se separó de ella, abrazó su vientre y volvió a llorar—. ¡¿Cómo voy a educarlo para que sea una buena persona?! ¡¿Cómo se hace para que un hijo no crezca lleno de miedos y traumas?! ¡No estoy lista para esto! ¡Carajo, Gaba! ¡No estoy lista!
     —¿Y eso qué? Estás leyendo, buscando la forma de ser una buena madre, ¿crees que muchas personas lo hacen? La mayoría solo trae hijos al mundo a padecer carencias físicas y emocionales. Al menos tú te preocupas, te estás esforzando. ¿Acaso crees que mis padres se preocuparon alguna vez por el daño que nos hacían a Cindy y a mi con sus peleas y malos tratos? ¿Crees que se detuvieron a pensar en cómo nos afectaría verlos poniéndose el cuerno? ¡No! ¡Nadie está listo para ser padre y muy pocas personas entienden lo que eso significa en realidad! Y si te ayuda en algo saberlo, en serio, yo estaré a tu lado siempre. Te cuidaré a ti y a mi sobrino, leeré todos los malditos libros de paternidad y veré horas de documentales contigo. No tengas miedo.
     Mia se le echó al cuello, abrazándola.
     —Eres la mejor, ¿lo sabes?
     —Sí. Pero puedes decírmelo cada vez que quieras.
     —Serás una súper tía.
     —Qué lástima que ya tengo novia, quería usar al pequeño saltamontes para ligar chicas en el parque.
     —¡¿Qué?! ¡A ver, a ver! En primer lugar, mi hijo no es ningún saltamontes y jamás permitiría que lo usaras de carnada con las chicas. Y en segundo lugar... ¡¿cómo está eso de que tienes novia?!
     Gaba pensó un poco antes de hablar.
     —Odette y yo tuvimos...
     —¡¿Sexo?! —interrumpió Mia.
     —No. Un momento.
     —¿Un momento, qué?
     —¡Eso! ¡Tuvimos un momento! —dijo Gaba sonriendo—. Cuando te fuiste a hablar con tu mamá y nos dejaste en mi habitación.
Mia tenía cara de no entender nada.
     —¿Gaba Espadas tuvo un momento con una chica? ¿Momento? No beso ni sexo. Momento. ¡¿Qué rayos significa eso?!
     —¡Pues tú sabes! ¡Un momento, algo rico! Intimidad... susurros... un abrazo...
     —¡Estás bien jodida! —soltó Mia con una carcajada. Al menos ya había dejado de llorar—. ¡Mi amiga lujuriosa es un french poodle ahora!
     —¡Tú eras la que rezaba por que me enamorara, ¿no?!
     —¡Yisuscraist! —Mia abrió los ojos y se tapó la boca con las manos—. ¡Lo dijiste! ¡Estás enamorada! Gaba... ¿estás enamorada?
La chica castaña se acercó a la chica azul, examinando su cara como si buscara rastros de lepra.
     —Pues...
     —¡Hey chicas! —Ambas voltearon al escuchar la voz de Odette, quien las miraba con las mejillas sonrojadas—. Mia, es hora.
     La palidez regresó al rostro de la castaña, que dio unos pasos inseguros hacia el interior del edificio.
     —¿Quieres que entre contigo? —preguntó Gaba cuando su amiga pasó a su lado. Enseguida sintió las uñas de Mia clavándose en su brazo para llevarla con ella.
     —Respira, Mia. Respira —se decía a sí misma la chica una y otra vez.
     —¿Escuchaste lo que...? —susurró Gaba a Odette.
     —No, french poodle —respondió la chica, con el sonrojo más pronunciado. A la azul le dieron unas ganas enormes de besarla, pero las uñas de Mia la arrastraron dentro del consultorio.
     Lo último que Gaba vio antes de que la puerta se cerrara, fue a Odette tomando asiento en el mismo lugar en donde ella se encontraba minutos antes.
     —Hola, Mia —saludó un hombre de mediana edad, con barba y cabello entrecano—. Por favor, tomen asiento —les pidió con una sonrisa encantadora.
     —Gracias, doctor. Yo soy Gabriella, amiga de Mia y ... ¿Mia?
     La chica parecía petrificada en su lugar. Ni siquiera parpadeaba. El doctor se acercó a la castaña y se arrodilló a su lado.
     —Mucho gusto, Mia. Soy el doctor Esteban Rivadeneyra. Tranquila, ¿sí? Todo lo que pase en este consultorio, se queda aquí. Ahora lo importante es asegurarnos de que todo esté en orden, ¿de acuerdo?
     Mia logró mover la cabeza en señal de afirmación. El doctor regresó a su lugar, buscó algo en su laptop y empezó con una serie de preguntas. La castaña respondía como autómata y su mano seguía sujetando la de Gaba, quien estaba cada vez más preocupada de que su amiga terminara desmayándose.
     —Tengo miedo —susurró la castaña cuando el doctor le pidió que se cambiara de ropa para hacerle el chequeo—. Ven, tú también ponte una bata —le pidió Mia.
     —Pero a mi no me checarán nada —objetó Gaba.
     —¡Ponte una maldita bata! —murmuró Mia apretando los dientes.
     —De acuerdo... Eh, doc...
     —Claro —concedió el hombre con gentileza.
     Entonces Gaba siguió a su amiga hasta el reluciente baño. Ahí había varios percheros y ropa de hospital. La castaña se mantuvo en silencio mientras se desvestía.
     —Yo... no sé si deba... —Mia señaló su ropa interior.
     —Creo que puedes dejarla, ¿no? —respondió Gaba encogiéndose de hombros—. ¿Enserio quieres que me ponga una?
     —Apóyame, ¿si?
     —Claro, si quieres me embarazo ahora mismo para llevar a nuestros hijos juntos al cole.
     —¡No seas odiosa! —Mia le arrojó el jabón de manos a la cara.
     —De acuerdo. Pero no me desnudaré —dijo Gaba poniéndose una bata encima de la ropa, amarrándola atrás.
     —¿Desde cuándo no te gusta desnudarte? —la molestó Mia antes de salir del baño juntas.
     —Perfecto. Mia, ven aquí —pidió el doctor señalando una camilla. Junto a ella podían verse varios aparatos conectados.
     Con temblores, la chica castaña se recostó y esperó paciente a que el doctor encendiera todo. Gaba se paró a su lado, lista para ver lo que apareciera en la pantalla.
     —Espero que tenga tus ojos —le dijo a su amiga.
     —No creo que pueda verse eso.
     —¡¿No?! ¡¿Ya llegamos a la luna y no podemos ver el color de los ojos en un feto?!
     —¡Cállate, me pones más nerviosa!
     —Veamos... —El doctor levantó la bata de Mia un poco y bajó ligeramente sus pantaletas para dejar al descubierto su vientre. Rivadeneyra miró analíticamente el abdomen de la castaña—. Dices que siempre fuiste irregular, ¿no? —preguntó el hombre mientras tocaba el vientre de la chica.
     —Sí. Desde que me bajó a los trece.
     —De acuerdo.
     La cara del médico no ayudaba. Gaba no sabía qué pensar al ver su ceño fruncido.
     —¿Pasa algo malo? —preguntó Mia.
     —No —respondió él—. Aunque esa respuesta depende de ti —terminó el médico mientras colocaba rápido un gel en su abdomen y presionaba un aparato sobre ella.
     Gaba miró la pantalla, pero no entendía nada de lo que veía.
     —¿Qué es eso? —preguntó la chica azul acercando la vista.
     —Nada —dijo Rivadeneyra—. Ahí no hay nada.
     —¡¿NADA?! —gritaron las dos a la vez.
     —Es un útero sano, con las dimensiones correctas —decía el médico revisando sus métricas—, sin ningún producto en él. No estás embarazada.
     —Pero... pero...
     —¡Yo quería un sobrino!
     —Doctor, me hice la prueba —dijo Mia con los ojos aún en la pantalla.
     —A veces pasa, ¿sabes? Por eso fue correcto haber venido aquí hoy.
     —Entonces no... —A Mia se le empañaron los ojos.
     —Amiga, ¿estás bien? —La azul se acercó a la castaña y...
     —¡Puaaj! —Mia le vomitó encima.
     —¡MIS TENIS!

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Tú tan buga, yo tan lenchaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora