Let the sun in

693 112 21
                                    

Los días fueron pasando, la primavera había llegado en su máximo esplendor. El clima todavía frío había sido cambiado por un sol que anunciaba la pronta llegada del verano, haciendo de la primavera tan solo un paso entre ellos.

El cambio de estaciones no tan solo se podía ver en las flores, que ahora florecían orgullosas, tras haber sido cuidadas con tanto esfuerzo y dedicación, sino también en aquellos dos que habían puesto toda su atención en hacerlas crecer. En el corazón de ambos brotó la esplendidez de un prado lleno de vida, que no podía seguir siendo ignorado. El interior de Viktor empezaba a ceder al sol, pero había escarcha que todavía se negaba a morir, otorgándole un remolino de sensaciones inexplicables para él. Para Horacio, había llegado una brisa fresca, que mecía todo su interior y le hacía estremecer, cayendo rendido ante ella.

Era algo que había sido tan solo cuestión de tiempo que sucediera, pues desde el instante en que las esmeraldas y el océano se encontraron, se selló algo entre ambos, sin ellos saberlo. Una promesa de cuidarse entre ambos, un destino a compartir y un futuro incierto que aún debían descubrir.

Pero aún no se había pronunciado ninguna palabra sobre ello, en silencio se adoraban con temor a que aquello se desvaneciera en ponerlo en palabras. En especial Viktor, quien sentía que seguía caminando en una cuerda floja, a quien aún visitaba la inseguridad de vez en cuando, perturbando la calma de aquél edén.

Y Horacio lo notaba, porque en las sonrisas fugaces, en el roce de sus dedos inquietos que buscaban los suyos, en el mirar que hacía que toda su alma brillara, en todo aquello sabía que había algo como lo que recorría todo su ser. Como un pájaro que emigra de estación y busca un nuevo hogar, Viktor había anidado en su corazón, había llegado y lo había transformado en su casa sin tener idea alguna. Sentía que sus sentimientos desbordaban, que no podían seguir siendo guardados, que aquello era demasiado bello como para que quedara en secreto, y quería deshacer el nudo que unía el miedo a Viktor.

Porque él también había tenido miedo, porque siempre hubo voces que le hicieron odiar lo que era, y aunque Viktor nunca hubiera pronunciado el por qué aquel temor, Horacio lo podía notar, porque era como él. Porque ambos eran iguales a pesar de la diferencia, porque la luna y el sol se parecen más de lo que nadie puede imaginar.

Para ello, tomó con delicadeza cada una de las flores que habían crecido en aquel pequeño jardín, donde todo empezó sin esperarlo. Armó un ramo como desde pequeño le habían enseñado, juntó los claveles blancos por la pureza de aquel afecto, la dalia rosa para mostrar la delicadeza y el crisantemo rojo que decía aquellas dos palabras que tanto ansiaba pronunciar.

El sol empezaba a irse y el naranja del cielo arropaba el paisaje. A través de las ventanas las aulas, la mayoría vacías, se teñían cálidas por capricho de la estrella. Viktor caminaba por el pasillo yendo a su reunión habitual, hacía días no había podido asistir por estar ocupado con exámenes de la academia, y porque últimamente quería tomarse tiempo para aclarar su mente. Los fantasmas del pasado seguían acechando pero cada vez los escuchaba menos, y dejaban de hablarle cada vez que su teléfono se iluminaba con un mensaje del de cresta, cada vez que lo acompañaba a casa, y cuando le dedicaba una sonrisa sincera.

Pasó por la ventana que daba al jardín, pero no encontró a Horacio, y notó la ausencia de varias flores. Siguió su camino pensando que habría tenido que volver a casa antes de tiempo. Al entrar en el aula, su mirada rápidamente fue a parar al jarrón con flores que ahora adornaba su mesa.

-¿Y esto?- Preguntó mirando a Greco, quien dejó de lado los papeles que tenía ante él para mirarle.

-Ha venido un chico y las ha dejado para ti, creo que es el mismo que fue a clase para devolverte la chaqueta... Las he puesto con agua para que aguanten hasta que te las lleves a casa.

Viktor se acercó a las flores, con delicadeza pasó las yemas de sus dedos sobre aquellos pétalos. Reconocía las flores, y recordó que Horacio le había estado explicando una tarde el significado de cada una.

-¿Hace mucho que ha venido?- No quería que se le notara inquieto, pero no podía evitarlo.

-No, no, hará cinco minutos o así ¿Por qué?

Pero la pregunta no fue contestada. Dejó la bolsa en la mesa y salió de nuevo del aula. Él, que siempre había sido tan estricto con las normas de la escuela, empezó a correr por los pasillos desiertos, subiendo las escaleras que hacían eco de sus pasos, hasta llegar a la parte donde estaban las clases de su curso. Si tenía suerte, Horacio estaría recogiendo sus cosas para irse.

Recobró aire y corrió la puerta. Horacio estaba terminando de recoger sus cosas, cerrando la cremallera de su bolsa. Se giró al escuchar el ruido de la puerta y su respiración paró unos segundos en ver a Viktor.

Se oía de fondo el murmuro de la gente que practicaba deporte, por el resto había silencio prácticamente pues no había nadie más en el aula. Ninguno de los dos sabía qué decir.

Viktor avanzó y cerró la puerta tras él.

-He...He visto las flores que has dejado...-Rompió el silencio.

Horacio apartó la mirada y jugó con las correas de su bolsa, tratando de disipar el nerviosismo. 

-Ah, sí.- Trató de reír aligerando el ambiente.- ¿Qué te han parecido?

-Me... me gustan.- No, aquello no era lo que quería decir, no eran el ramo lo que realmente le gustaba.

De nuevo sintió que las palabras morían en su garganta antes de poder salir, sentía que caía de nuevo bajo aquel océano, cuando no podía decir lo que pasaba por su mente. La corriente lo arrastraba hacia abajo y parecía imposible salir de aquello. Trató de tomar aire para poder hablar, pero Horacio se adelantó.

-A mí... Me gustas, Viktor, desde hace tiempo...Pero me daba vergüenza o... más bien miedo decirlo.- Levantó la mirada para verle, y a pesar del tono seguro que usaba, sus mejillas enrojecidas desvelaban los nervios que lo perseguían.- Tan solo quería que lo supieras.

Viktor sintió que no era justo, a pesar que Horacio también se sentía igual, al contrario que él fue capaz de encontrar valor y decir esas palabras. Acortó más la distancia que los separaba en aquel vacío salón. No entendía por qué le costaba tanto decirlo, ni sabía qué podía decir, pues sentía que cualquier cosa podría quedarse corta. Pero a veces uno olvida que bajo el mar también se puede ver el sol, Horacio comprendía a Viktor sin necesidad de palabras.

El de cresta colocó la mano sobre la mejilla de Viktor, sonriéndole, haciéndole saber que lo comprendía y ayudando a sentirse tranquilo. Nunca esperó sentirse de esa forma de nuevo, y mucho menos la felicidad que le aquel sentimiento desbordaba.

Sus labios se encontraron de forma tímida y corta, pero que a ambos les hizo sentir en una nube. El pelirrojo sonrió, y Viktor se contagió de esa felicidad, sonriendo abiertamente por primera vez des de hacía no sabe cuánto tiempo, y es que, Horacio era el sol que había llegado a fundir el invierno, y si Horacio era el sol, él sería un girasol, siempre buscándole, siempre en aquel jardín que habían creado entre ellos dos.

The Garden of wordsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora