Epílogo

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8 meses después

Llegué a casa con los tacones en la mano mucho antes de llegar a la entrada. Subí descalza por el ascensor y saqué las llaves para entrar. Los tiré a un lado del recibidor, junto a una mesita de caoba que me regaló mi abuela por mi nuevo piso. Me dolían los pies a rabiar por llevarlos durante todo el día encerrados en esas cosas llamadas zapatos. Me encantaba mi trabajo y adoraba mis prácticas (eran muy productivas), pero, ¿por qué tenía que llevar zapatos de tacón de aguja? ¿Era algo indispensable? Sí, al parecer sí. Al igual que la falda de tubo y la chaqueta, todo muy formal. Ojalá fuesen más flexibles con la vestimenta. Aunque eso sería muy raro en un bufete de abogados

-Bienvenida a casa, cielo -dijo Leo acercándose con los brazos abiertos y abrazándome. Me dio un beso en la frente- ¿Qué tal tu día? -alcé las cejas ante su pregunta- Veo que no muy bien

-Esas... cosas tienen la culpa -señalé los tacones- ¿Por qué tienen que doler tanto?

-Yo tampoco lo entiendo sinceramente. Ven, -Leo me cogió de la mano y me llevó a la pequeña isleta de la cocina- voy a prepararte mi receta especial

-¿El sandwich de pollo y lechuga?

Él se me quedó mirando fijamente con una sonrisa escondida en sus labios

-Es la mejor receta que sé hacer

-Querrás decir la única -me burlé un poquito

-Ja, ja. Muy graciosa. Me parto contigo -ambos nos reímos

Leo era mi compañero de piso. Alto, musculoso pero sin pasarse, guapo, rubio oscuro, ojos verdes, labios tiernos... Para mí era el Brad Pitt latino. Lo conocí justo cuando llegué a Boston. Él también quería este piso así que, tras tomar unos cafés en el típico Starbucks y conocernos un poco mejor, decidimos compartirlo y pagar todo a medias. Leo era atento, simpático, amable, protector, un caballero de los de ceder el asiento en el bus o de dejar pasar primero a las señoritas. Era un hombre del que podría enamorarme fácilmente... si no fuera gay. Sí, chicas. Los mejores tíos están casados con unas impresionantes mujeres (si no, no estarían libres) o son completamente gays, para desgracia de muchas mujeres necesitadas de amor

"O unos cabrones integrales que se largan dejando tan sólo una maldita carta y una rosa de papel" -añadió mi corazón. Él sabía a quién se refería. Y yo también. Alejé ese pensamiento de mí

-¿En qué piensas? -me preguntó Leo, sentado a mi lado

-En nada -miré hacia el plato con el sandwich. Sería lo único que supiese hacer, pero estaba delicioso

-Ya, en nada... Pues para ser "nada" tienes la misma mirada que cuando nos conocimos -me miró tiernamente y me apartó un mechón de mi moño deshecho- Has pensado en él, ¿cierto? -mi silencio fue mi respuesta. Leo se bajó del taburete y me abrazó por la espalda- Olvídate de ese gilipollas, Sam -apoyó su barbilla en mi hombro- No merece la pena ni que malgastes tus pensamientos en él

-Es cierto

No, no era cierto. Mis recuerdos y mis pensamientos eran todo lo que me quedaban de él, a parte de una carta y una rosa que aún conservaba. Sí, así de jodida y de masoquista era. No podía deshacerme de aquellas cosas sin recordar sus besos, sus caricias, sus abrazos... Sin recordar nuestros pequeños momentos solos, los besos robados, las caricias accidentales, las miradas disimuladas. Echaba de menos todo lo que él era. Pero ya no estaba aquí

-Voy a darme una ducha y después a meterme en la cama. Estoy bastante cansada

-Vale. Yo tengo que cambiarme para irme a trabajar -dejó su plato en el fregadero- Hoy tengo turno de noche en la comisaria

SIN IDENTIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora