03 MARTÍN

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Martín salió de la biblioteca temprano. No tenía sentido estar ahí sentado sin hacer nada excepto mirar la pared, la ventana, el reloj; todo menos escribir. Su hoja del cuaderno se había convertido en una cantidad de falsos comienzos. A este paso, no tendría nada para mostrarle a la Sra. Bonilla durante la sesión de crítica de mañana.

"Quiero escribir sobre mi madre" pensó, pero todo parecía tan vulgar y lo sabía. Quería escribir algo importante para escupirle a la muerte en la cara. El problema era que no quería que la Sra. Bonilla se enterara de lo de su madre. No quería que ella dijera: Pobre niño, o algo terrible sobre el destino que Dios nos tiene preparado, como la vecina, de manera que resultaría siendo algo no muy honesto y la poesía deshonesta no funciona. "El problema es que no puedo escribir nada más si no puedo escribir sobre mamá" pensó Martín. ¡Ella es lo más importante! ¡Dios! Realmente estoy descuidando el colegio. Esto del estudio independiente era lo más parecido a la clase perfecta, pero si continuaba así sería un desperdicio del trimestre. "No me puede ir mal en mis estudios" pensó, "ya mamá tiene suficientes preocupaciones".

- ¡Maldita sea! – gruñó entre dientes mientras peleaba con su Locker. Siempre se atascaba. Le provocaba patearlo; sin embargo, sólo se quedó mirándolo.

- No se derretirá no importa cuánto lo mire – le dijo una voz a su lado.
- ¡Villa! No lo sentí llegar.
- Debe andar en silencio cuando falta a tantas clases como yo.
- ¿Otra vez?
- ¿Para qué? ¿De todas formas me mudaré, ¿no? Justo en la mitad del semestre y empezaré en otro sitio justo en la mitad del semestre. Para eso espero hasta después de Navidad. De cualquier modo, valió la pena ver cómo usabas tu visión de rayos X.

Martín sonrió, pero al mismo tiempo se puso triste mientras observaba a Villa descifrar la cerradura del locker. ¿Quién lo iba a hacer reír cuando Villa ya no estuviera? ¿Quién más ignoraría de manera descarada su petición de paz y silencio y lo obligaría a ir a una fiesta?

- Venga a la cafetería conmigo – le dijo Villa mientras ponía sus libros dentro del locker y sacaba su almuerzo

- Estamos en medio de dos turnos de manera que hasta podremos respirar adentro – buscaron la mesa que estaba más cerca de la salida.

- Siento mucho lo de anoche – dijo Villa atravesando las puertas giratorias.

- No hay por qué disculparse – dijo Martín sorprendido. ¿Podría ser tan optimista como para pensar que Villa estaba listo para hablar? Se sentaron frente uno del otro y Villa sacó un cepillo para tratar de arreglar su terco pelo color castaño.

- Uno pensaría que ya habrían reemplazado estos benditos asientos – dijo enojado - Están todos flojos.

Finalmente dejo el cepillo y miró de frente a Martín, quien vio la cara de su amigo cambiar súbitamente. "Ay, Dios..." pensó Martín.

- Martín, no quiero mudarme – dijo Villa casi llorando - No tendré amigos, me tocará empezar de nuevo – las esperanzas de Martín se derrumbaron. Pensó que iban a hablar de él y casi llora también, pero abrazó a Villa y le dijo "Ya, ya". Estaba perdido. En silencio pensó "¿Cómo le puedo ayudar si tampoco me puedo ayudar a mí mismo?" Esto es increíble. Se suponía que Villa era el fuerte, no se comportaba así. El mundo estaba al revés de nuevo.

- Lo siento – dijo Villa con voz entrecortada después de un momento - No tengo derecho a sentirme así. Yo solamente me mudo, pero usted... - lloró de nuevo.

"No puede decirlo" pensó Martín. Ambos sabemos lo que quiere decir, pero no es capaz. "No quiero tu pesar" pensó, y casi suelta a su amigo, pero se detuvo. Villa sí lo apreciaba y no era su culpa que la gente no supiera cómo hablar acerca de la muerte. Ni Simón, ni los vecinos, ni los amigos de mamá. El compañero de la muerte es el silencio. La emotividad de su amigo superó la frustración.

El beso de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora