11 MARTÍN

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Martín se sentó a la luz de la luna que se deslizaba derretida a través de su ventana. Había como un charco sobre la almohada donde su cabeza había estado minutos antes. La luz plateada penetró sus párpados como si fueran transparentes, alejándolo del sueño.

"Dicen que los que duermen a la luz de la luna se vuelven lunáticos" pensó, y sonrió. "Pero es demasiado tarde" añadió. "Yo ya estoy lunático".
Subió las piernas para abrazarlas, sintiendo el edredón debajo de él, con margaritas de algodón de alguna primavera pasada. Afuera el pasto brillaba con escarcha y la noche completa era de diamante y fantasía.
Pensaba en Isaza. Le había tenido en sus brazos con tanto cuidado y sus besos fueron tan dulces que quería más. Le acarició su nuca con suspiros. Apenas si sintió cuando sus colmillos penetraron su garganta; excepto que sintió como si burbujas plateadas salieran de su interior y explotaran en su cabeza como champaña, su cuerpo respondiendo y sorprendiéndole por la aceleración de su respiración. Se ruborizó al pensar en cómo lo había jalado hacia él. "¿Qué era lo que le decía?" se preguntaba. "Es como si estuviera borracho".

"Debería sentir asco" pensó. Pero no, no fue repugnante ahora que lo pensaba, aunque sí asustador. Uno podría correr hacia su muerte sin saberlo, invitándole, disfrutando el éxtasis del momento, quemándose en la luz brillante como una polilla. Martín no quería que él parara.
¿Acaso era algo que Isaza hacía a propósito, se preguntaba, o sería parte de la enfermedad, una compensación para la víctima como el veneno adormecedor de la araña? Sin embargo a Ángel le gustaba sentir temor de su víctima. "Por Dios" pensó ¿Si Isaza puede controlar así sus sentidos, qué les hará Ángel? El aire en la habitación se tornó helado y Martín se abrigó mejor con su edredón.

Lo que Isaza había hecho era difícil de creer al principio, pero estaba la sangre que se limpió de su garganta y las heridas de los pinchazos en su nuca que sanaron muy rápido. Se cerraron en cuestión de horas para dejar solamente una pequeña magulladura. Todavía se sentía mareado y débil pero extrañamente estimulado.

La temperatura de se le había elevado cada vez más a medida que él tomaba de su calidez y había temblado. Esa reacción le excitó más que cualquier otra cosa. Martín fue quien lo causó. Y él se detuvo, ¿No es así? Martín podía confiar en él. A pesar de sus dudas era su soledad lo que le convenció de esto finalmente.

"Isaza sólo necesitaba a alguien con quien hablar" pensó "eso es todo, como yo".

Una figura oscura abajo en el patio llamó su atención y su corazón dio un pequeño brinco. Pero era un gato pasando. "¿De qué estaba asustado?" pensó "¿Un niño pequeño, tal vez, entrando ilegalmente en mi casa?"
¿Pero por qué le tenía miedo Isaza a Ángel? ¿Qué le podía hacer Ángel a Isaza que Isaza no le podía hacer a Ángel? ¿Por qué se estaba rindiendo Isaza? 'Deje de ser tan cobarde' le quería gritar sintiendo la rabia en sus poros 'usted sí puede hacer algo'.

Aflojó sus apretados puños. Dios, era ridículo molestarse con alguien que no estaba ahí. Pero de todas formas, últimamente se mantenía furioso. ¡Ah!
Respiró suavemente. Se había olvidado de llamar a Villa. "Lo tendré que hacer mañana" pensó, luego suspiró. Estaría extenuado mañana si no descansaba un poco. Se restregó los ojos y trató de conciliar el sueño.

"Es mejor que vuelva a la cama" decidió.

Cerró las cortinas para protegerse de la luz de la luna.

Una constante lluvia gris golpeaba sobre el paraguas de Martín mientras corría chapoteando hacia el paradero del autobús. Cada charco hacía que la humedad le mojara más las botas del pantalón, de manera que se le endurecían contra las pantorrillas. Los carros pasaban velozmente, sus conductores ignoraban el agua que salpicaban hacia la acera, las luces traseras dejaban reflejos rojos en la resbalosa calle negra. En la acera, las lámparas de la calle nublaban el aire con su luz fracturada.

El beso de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora