08 ISAZA

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Con un cuchillo grande Isaza cortaba con fuerza el palo de una escoba. Se había robado el cuchillo esa noche de un almacén, un corto tiempo después de haber tomado su decisión. Murmuraba con rabia mientras trabajaba con las piernas cruzadas en el piso empolvado del salón de clase.
- Ahora nunca me dejará entrar. Nunca me volverá a hablar, necesito a alguien – aullaba una voz dentro de él - Maldito niño – escupió cuando el cuchillo entró de manera profunda y cortó otro pedazo del palo.

"¿Qué hacía él ahí de todas maneras? ¿Qué le había hecho caminar por ese callejón a esa hora? Niño estúpido.  ¿Acaso no sabía lo peligroso que era caminar por callejones oscuros en la noche? ¿Es que estaba buscando problemas? Y yo sí necesitaba a alguien con quien hablar", susurró, sus ojos aguándose por un momento. Pero el momento pasó y sus ojos volvieron a brillar como piedras oscuras y duras a medida que arreglaba los últimos pedazos de madera hasta dejar una punta perversa.

"Ya tengo suficiente" pensó, golpeando el mango del palo en la palma de la mano. "He esperado demasiado" Se levantó y sacudió la mugre que manchaba su ropa. El polvo de la tumba parecía seguirlo a donde él fuera.

- Pero nunca la muerte – dijo entre dientes - no para mí, y nunca, nunca el amor.

Como una sombra, sólo podía vivir al filo de la vida de las personas, sin ser tocado ni tocar nada excepto para traer un escalofrío como una nube sobre el sol, como una mortaja sobre el cadáver. La única vez que él podía tocar era en la muerte, sin embargo, no había otra manera de probar que estaba vivo.

"Yo sé quién me atrapó en este infierno, yo sé con la sangre de quién me quitaré esta rabia que hay en mi corazón y que me permitirá dormir mañana" se dijo Isaza.

Llegó a las sombras de los arbustos en la Calle Chestnut, a tiempo para ver al niño de pelo teñido salir por la ventana de su cuarto. El niño estaba vestido con un overol sobre un saco. Tenía puestos unos tenis. "Entonces, Ángel vagará esta noche" Una sonrisa brillante y delgada se vio en la cara de Isaza mientras acariciaba el palo puntiagudo que sostenía.

El niño caminó por el marco de la ventana y se deslizó por la tubería de desagüe con la facilidad de un actor de circo.  Tenía un bulto amarrado a su espalda. Cuando llegó al suelo desamarró algo, olió el aire como si lo estuviera probando y colocó el bulto bajo su brazo. Isaza se escondió aún más en las sombras. En el momento en que el niño pasó los arbustos, Isaza se levantó para mezclarse mejor con la noche. Lo seguiría hasta algún sitio más despejado donde un solo grito no iluminaría las ventanas en la noche.

Ángel caminó con un destino desde el momento en que llegó a la calle. Se mantenía del lado interno de la acera, lejos de las luces, pero hacía menos esfuerzo del que uno esperaría que hiciera un muchacho de ese tamaño que está afuera tarde en la noche. Las calles estaban casi desiertas, pero afuera de una cabaña un hombre de edad se detuvo cuando, al abrir la puerta de la cerca, se quedó mirando a Ángel, listo para hacer algún comentario. Isaza, que estaba al otro lado de la calle, no pudo ver qué cara le hizo Ángel, pero mató la pregunta en la garganta del señor. Este atravesó su cerca encogiéndose de hombros.

Algunas veces se deslizaban por patios oscuros, los dos meros brillos en la noche. Las casas están muy pegadas, pensó Isaza, pero debo alcanzarlo pronto. El niño paraba de vez en cuando y miraba a su alrededor confundido, como buscando algo. "Muévanse, muévanse" les decía Isaza a sus moléculas y mézclense con la noche. "Pero no demasiado" se advirtió a sí mismo "o perderé mis pensamientos también."

Se perdió una vez de esa misma manera, por quién diablos sabe cuánto tiempo. Se alejó y se mantuvo a la deriva hasta que un rápido cambio de corriente de aire lo volvió a organizar y lo lanzó desnudo justo en la mitad de una fogata.  Se escapó hacia el bosque seguido por los gritos de los que acampaban, uno de ellos gritando sus Ave Marías a todo pulmón.

El beso de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora