O9: Si solo sonríes.

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Fue la última vez, antes de que quemara todas las cartas y dibujos recibidos, mientras su corazón ardía de vergüenza, dolor y rabia. Nunca creyó que su madre terminara siendo la buena al final del cuento, y que su padre fuese el villano.

Y no actuando sólo, también escondiendo a ese jodido traidor a su lado; aquel maldito payaso. No lo entendía, fue su amigo; su único confidente de la infancia; su segundo ídolo; su segundo guía en la vida, y el primero y único que realmente le hacía apreciar el significado de sonreír.

Tuvo que manchar aquella palabra con tal acto, y ahora lo aborrecía, tanto como podía; guardando todo aquel rencor dentro suyo, porque así debía, y así su madre le había enseñado a hacerlo durante tanto tiempo.

"Te odio, no te quiero volver a ver nunca más... Resultaste ser un jodido payaso a fin de cuentas, pero ahora sin el disfraz"

"No, no me llames así, soy la princesa Octavia, no tu hija, y mucho menos tu amiga. Vete borrando eso de la cabeza"

La joven de dieciséis años partía en llanto justo en aquel momento, y corría a su habitación a encerrarse, recordando aquella última charla en la plaza. Cumpliría su palabra; realmente lo olvidaría, y no pensaría en nunca volverlo a ver, así como a su padre.

Borró la sonrisa de su rostro para lo que quedaba, y se limitó a dejarse consumir por la amargura; dejó que esta pudriese todo rastro de afecto y admiración en su corazón, y dejó que las lágrimas fluyeran, hasta que se secaran todas sobre sus mejillas, y no tuviera nada más que sacar.

Los días siguientes solo supo hacerle la ley del hielo a su padre, como tan bien aprendió de su madre, quien a pesar de entenderla, realmente seguía sin ser su ídola.

"Frente a los demás nobles seguiré siendo tu hija, pero dentro de casa no me busques más, no hay nada de lo que tengamos que hablar"

Y por más orgullosa que fuese ahora, del todo no era cierto, pues algunas dudas la carcomían, como el pensar que su progenitor se iría y no volvería por ella, todo por una aventura a la cual apostar, y una que aún así no entendía.

. . .

Silencio incómodo en la mesa otra vez; Stella fingía disfrutar de la comida junto a su hija, y maldecía para sus adentros al príncipe desgraciado que ahora intentaba charlar. Inútil con su esposa, pero algo eficiente con su hija, quien ya no recordaba con tanto dolor aquello, luego del accidente.

La vez en la que llevada por un impulso alocado, terminó golpeando su cabeza luego de una caída no muy extensa, y con ello parte de su memoria se esfumó.

No recordaba nada de su infancia, excepto al ver ciertos colores mezclados; escuchar ciertas melodías; o ver alguna cosa con una temática especial, que haya marcado sus primeros años de vida.

Solo había logrado revivir su profundo miedo a los payasos, y odiar la música de circo, pero nada más. Los dibujos y cartas que tenía con cierta persona, las había desaparecido ella misma tiempo antes de aquel accidente.

Su madre había logrado ser más comprensiva con su hija, pues se llenaba rápidamente de veneno en las charlas de adultos, por lo que hubieron varios cambios que tuvo que hacer para no sacrificar su sanidad mental.

De entre aquellos cambios, suspendió varias fiestas y banquetes en fechas especiales; no volvió a tocar el tema del matrimonio; dejó de criticar sus gustos y simplemente la dejó ser, con la esperanza de que superara tranquilamente esa etapa, y por sobre todo, se deshizo de todo recuerdo, referente a cierto parque temático.

Para la princesa, Loo Loo Land no era más que el recuerdo, de lo ingenua que fue en su infancia, y lo marcado que estaba el matrimonio de sus padres.

─¿Ya terminaste de cenar?─ interrogó asombrado el príncipe.

─Sí, perdí el apetito─.

─¿La comida no está bien?─.

─No, papá... lo perdí desde que nos sentamos─ tomó algo de agua y caminó lejos del comedor ─Buen provecho─.

─Buen provecho, cariño─.

─¡Espero te mejores!, mochuelita─.

El príncipe prefería creer que era una condición física a una mental; la causa de las pérdidas de apetito de su amada hija, que conforme pasaba el tiempo, descendía abruptamente, viéndola incluso más delgada de lo que por naturaleza debería ser.

─Temo que yo también lo perdí, buen provecho─ Stella dejó caer un cubierto sobre el plato y se levantó de su asiento.

─Gracias... espero te mejores también─ con tono apagado, observó como se marchaba su mujer.

De nuevo sólo, como últimamente acostumbraba luego de los últimos acontecimientos. Maldecía el haber sido tan egoísta y haber dejado las cosas así; incluso no le parecía tan mala idea el seguir con su matrimonio monótono y sin gracia, como hasta un momento fue, con tal de ver a su hija sonreír.

Blitzø tenía razón en aquel tiempo, cuando aquel gesto realmente marcaba su vida y lo hacía luchar por vivir; ciertamente, valentía se requería para en situaciones así sonreír.

Mientras tanto, el susodicho ni siquiera había sentido tan fuertemente abrumador el paso del tiempo, pues tras pasar trabajando en misiones peligrosas, desde secuestros; combates extremos; huidas repentinas; torturas y e intentos de homicidio hacia él; accidentes graves; fracturas; lesiones en todo el cuerpo; varios golpes en la cabeza y más, había hecho barrer poco a poco aquello que en su pasado solo sumaba más polvo.

La nostalgia no existía para él, a menos que fuese hacia algo momentáneo, y siendo un jefe empresario con continuas aventuras, tan lejos no iba su memoria, y lo máximo que visitaba era el ayer, por eso lo anterior a ello ya no significaba nada.

Ni esos acostones con el príncipe; ni las advertencias de acoso de sus empleados; ni las rupturas y relaciones pasadas con famosos; los adversarios ya demacrados, entre otras cosas, no eran nada más que un aburrido y olvidable pasado, y así lo quería mantener.

Con el tiempo muchos sueños se enterraron, y a pesar de que sabía que lo perseguirían toda la vida, con ello dejó ir muchas actitudes positivas y maduras, cambiando casi totalmente su personalidad, tal cual hace tiempo quiso hacer.

Sonreír ya no era para él.

𝐒𝐨𝐥𝐨 𝐬𝐨𝐧𝐫í𝐞... [𝑯𝒆𝒍𝒍𝒖𝒗𝒂 𝑩𝒐𝒔𝒔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora