COMBINACIÓN LETAL

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Ojalá la vida fuera tan sencilla como en las películas. En ellas siempre el protagonista tiene mala suerte al inicio, luego sufre un poco, madura, y por una acción celestial todo cambia, sus sueños se cumplen, comienza a ser feliz y encuentra al amor de su vida con el que vivirá feliz para siempre. Mientras tanto, uno que está del otro lado de la pantalla solamente puede comenzar a soñar con que algún día se ilumine su camino  y encontrar a la persona correcta para caminar junto a ella en los senderos misteriosos de la vida.

Por desgracia, o por suerte, existe una fuerza superior a toda ilusión o esperanza que el ser humano pueda tener, y que me gusta llamar destino. Este juguetón amigo se divierte poniendo obstáculos en el camino para asegurarse de que siempre estemos alerta. Otro juego que disfruta mucho es crear una serie de casualidades sucesivas que te hacen dudar sobre tu propia identidad o con lo que debes hacer en un futuro. Sin embargo, el mayor de sus pasatiempos es ver como muchos esperamos inocentemente el “verdadero amor” y nos encontramos en dicha espera a ciertas personas que por “casualidad” aparecen de la nada y luego se van como si nada, esas personas que a veces te arrepientes de haber conocido, otras veces sufres por no volverlos a ver, pero siempre, de una manera u otra, te dejan una huella en el corazón. Este es otro gracioso amigo que nos hace la vida mucho más complicada. Según los médicos y biólogos, es solo un músculo encargado de bombear sangre, pero la experiencia nos demuestra que puede ser mucho más que eso.

El corazón solo puede latir, es cierto, pero lo hace con una fuerza incomparable cuando nos ponemos nerviosos, nos enojamos, tenemos miedo, nos sentimos culpables, sufrimos por algo, extrañamos a alguien o cuando nos enamoramos. Ese impulso inexplicable que se siente en cualquiera de estos momentos de la vida es prácticamente incontrolable y puede traer buenas o malas consecuencias, dependiendo de tu habilidad para entender tus propios latidos.

El siguiente en esta espiral de sucesos impredecibles es nuestro cerebro; ese que supuestamente es el encargado de recordar cosas, analizar pensamientos, procesar los acontecimientos y elaborar una respuesta coherente que nos ayude a sobrevivir en la sociedad. Sin embargo, es también ese que te hace decir lo que no debes, olvidar cosas de gran importancia, no valorar a los amigos, no entender las intenciones de las personas que te rodean y en ocasiones confundir los sentimientos. La cabeza cumple una función muy buena también deprimiéndonos, porque después de que sucede algo que nos deja sensibles o simplemente las hormonas se quieren divertir haciéndote llorar, entonces viene el compañero encéfalo a recordarte momentos malos de la vida, frases crueles de alguien que te importa, o peor, errores que cometiste y que continúan sin tener solución por mucho que te esfuerces o por mucho que haya pasado el tiempo.

El mejor momento es cuando se unen los tres y te destrozan lo poco que te queda de autoestima o de ilusión. El destino te pone frente a una persona que viene preparada para hacer daño a todo el que se interponga en su camino, luego el corazón se emociona y comienza a mentirle al cerebro porque no sabe bien qué es lo que puede llegar a sentir. Después los dos juntos se encargan de crearte una ilusión, una esperanza y, cuando menos te lo esperas, tu castillo de cuento de hadas se convierte en uno de naipes agitado por el viento de la realidad y se desmorona pieza a pieza, para que sea mucho más doloroso.

Por si fuera poco también está el caso opuesto. Tu corazón y tu cabeza llevan algún tiempo confundidos por la soledad o por algún trauma anterior, el destino te coloca a una persona perfecta, a la que quisieras querer con todas tus fuerzas, y crees que puedes conseguirlo, pero puede ser el más bello, el más inteligente o el más honesto, tarde o temprano te darás cuenta de que nunca puedes escoger de quien enamorarte, porque cuando la vida comienza a enderezarse un poco, tu corazón llaga a un consenso con el cerebro y se impone por encima de todo, obligándote a ser a ti la persona que va a hacerle daño a otra que no se lo merece.

Siempre dicen que el tiempo lo cura todo, pero no es médico. El tiempo solo puede hacer que olvides los malos ratos o nos enseña a dar menos importancia a ciertos momentos algo trágicos porque perdemos la capacidad de medir el daño que ocasionaron en un primer momento. Poco a poco se cicatrizan las heridas que te deja la vida, pero eso no quiere decir que no estén allí, porque si llega alguien con mala intención puede lastimarlas y convertirlas en hemorragias de dolor y llanto. Aunque al final, todo esto trae consigo algo bueno y es que una vez alcanzamos cierto grado de madurez, somos capaces de aprender a convivir con estas altas y bajas emocionales de las cuales absolutamente nadie se escapa. Aprendemos también que es muy inútil preguntarse ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?, lo importante es disfrutar el presente y forjarte día a día lo que quieras para un futuro, porque cuando te des cuenta, habrá pasado el tiempo y no podrás hacer nada para regresar atrás. Hay que aceptar que es en vano vivir pendientes solo del mañana, o enfrascarse en el ayer, porque cada segundo que pierdas será del hoy y será un segundo menos que disfrutar.

Quizás es una lástima no poder vivir tranquilos y relajados como los príncipes de los cuentos de hadas con sus finales felices para siempre, pero quien sabe, a lo mejor se puede uno acostumbrar a lo efímera que es la existencia y a lo impredecible que puede ser el futuro.

Solo un montón de notasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora