Capitulo 2

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Era una mañana del 23 de abril del 2003. Recuerdo la fecha porque mi papá tenía un calendario enorme pegado en la cocina; de esos que tienen una frase para cada día del año y me gustaba mucho leerlas, ese día era una frase de Jorge Luis Borges, autor argentino, y decía "Estoy solo y no hay nadie en el espejo". Me pareció una frase algo profunda, pero no a mi gusto. Me gustaba más leer cosas positivas, algo que me diera un indicio de que iba a ser un buen día, pero en fin, no era muy conocedora de frases, o de libros, de hecho era mi época superficial, donde lo único que leía eran los artículos cortos de algún diseñador de modas frustrado que se conformó con escribir críticas de los últimos looks de los famosos. Lo que yo no sabia es que esa frase en realidad tenía un significado, y me estaba dando un verdadero indicio de cómo iba a estar mi día.

Bajé los escalones con mi mochila en el hombro. Entré a la cocina y la asenté en el suelo. Me acomodé en una silla y tomé sorbos de mi vaso con leche lentamente. Mi madre leía el periódico mientras comía una manzana en pequeños mordiscos, y mi padre tecleaba rápidamente en su computador mientras su café se enfriaba.
Los miraba deseando que me preguntaran acerca de lo que había hecho últimamente. De un tiempo a otro habían estado muy ocupados en su trabajo. Cuando era mas pequeña, antes de mudarnos a este vecindario privado, en especial, a esta casa donde hay mas habitaciones que sonrisas, mucho antes de todo mis padres solían ser esa clase de padres de dedicados a sus hijos y preocupados por su bienestar que llegaba a hartar. En su momento no lo supe; pero fue la mejor etapa de mi vida. Recuerdo que iba con un doctor todos los viernes, el cual siempre le preguntaba a mi madre sobre mi comportamiento de la semana, pero yo era una niña muy bien portada así que nunca había quejas y siempre después de eso nos íbamos por un helado de chocolate y fresa, mi favorito.
A pesar de que en esa etapa era muy feliz, también tuve momentos tristes, como cuando de pronto mi perro, un cocker color miel llamado Dong, murió un día de pronto. Lloré mucho y mis padres dijeron que comprarían otro, pero un tiempo después al otro perro, de la misma raza pero color negro llamado Tony, murió de la misma manera, el veterinario dijo que había sufrido de asfixia, lo cual me hizo sentir muy triste porque yo lo cuidaba mucho. Teníamos un vecino un poco mayor que yo, era un niño muy raro que siempre me miraba de una forma algo aterradora, siempre sospeche que el fue el culpable de lo que le pasó a mis mascotas porque seguro que estaba celoso. Un día cuando el autobús me llevó a casa, noté que su madre estaba llorando y había policías por toda su casa, supe entonces que se había metido en un gran problema y que lo habían descubierto. Mis padres se asustaron mucho, y entonces, decidieron mejor cambiarnos de lugar e irnos a vivir a un lugar mucho mas privado y seguro. Nunca mas volví a ver a ese niño, ni supe que fue de el.
Mi madre ahora era una exitosa abogada, y en ese momento se estaba encargando de un juicio contra un político muy famoso e imprudente, y como era de esperarse, había pasado días, e incluso semanas concentrada en su trabajo que creo que ya había olvidado hasta que tenía una familia. Por su parte, mi padre era doctor, y últimamente se había dedicado a una paciente con cáncer terminal. Una joven madre de 35 años, por desgracia la noche anterior había fallecido y ahora necesitaba hacer el papeleo correspondiente.
Ya no convivía tanto con los dos, el único momento del día en el que estábamos los tres reunidos era en el desayuno, pero prácticamente su mente no estaba presente, así que no se sentía algo real.
-Es tarde -dijo mi madre viendo su reloj.
Se levantó, cogió sus llaves y se fue, no sin antes despedirse con un beso en mi frente y uno en los labios de mi papá.
-Se me hace tarde también, ¿estás lista? -murmuró mi padre levantándose de su silla.
Asentí en silencio.
En el transcurso de mi casa a la escuela me mantuve viendo las gotas de lluvia estrellarse contra el parabrisas del automóvil. Reproduciendo música a todo volumen desde mi iPod solo para no tener que escuchar el programa de radio de noticias favorito de mi papá. Siempre era lo mismo, políticos corruptos haciendo de la suya sin que haya justicia alguna, policías y crímenes sin resolver, devaluación de la moneda y el nuevo peinado del presidente.
El coche se detuvo. Lo miré y le dirigí una sonrisa fingida, la cual tuvo contrapartida.
Caminé hacia la entrada con paso ligero y mirando de mala manera a todos los que se veían felices. Deseando en el fondo sonreír como ellos.
Escuchaba murmullos a mi paso, los ignoraba y me centraba en el grupo de chicas que me esperaban. Me acerqué a ellas mientras conversaban de lo mismo, presumiendo su nuevo teléfono celular, la misma discusión de si el rojo o el rosa era el color que mejor quedaba en los labios, hablando sobre lo lindas y perfectas que se sentían ese día, elevando su ego, buscando atención, solo para sentirse queridas y admiradas. Esas niñas mimadas que creen tenerlo todo, las que todos querían ser, o tener. Aparentando ser fuertes cuando en realidad por dentro estábamos totalmente destruidas.
Entramos al salón de clases. Primero tuvimos historia, con el maestro de las gafas redondas y feas. Luego literatura, con la vieja amargada de la nariz gigantesca, hablaba sobre los escritores latinoamericanos más influyentes en la década de los 50's fingía prestar atención, pero entonces un dolor comenzó a hacer que mi cabeza de vueltas. Perdí la fuerza y el control de mi cuerpo, y mientras todos se acercaban a mí preocupados comenzaron a desaparecer y todo se volvió negro y silencioso hasta que escuché un grito, su grito.
Cuando abrí los ojos al fin estaba en la enfermería de la escuela, asomados en el cristal de la ventada frente a mi se encontraban varios estudiantes preocupados y asustados al mismo tiempo, evaluando los movimientos que hacia. Me sentí intimidada.
La enfermera se acercó a mi preguntándome si me sentía mejor. Me explicó que mi presión había bajado momentáneamente. Me recomendó irme a casa a tomar una siesta, a lo que yo, por obviedad, me opuse argumentando que no fue nada, ya me había pasado mucho tiempo atrás tal vez un par de veces, que yo recordara. Pero la enfermera se opuso.

El director llamó a mi padre por teléfono dandole indicaciones para pasar por mi a la escuela puesto que había sufrido un desmayo. El a penas contestó a regañadientes.
Salí de la escuela a esperarlo en la entrada junto a las rejas hasta que mi celular sonó, era el, me decía que no iba a poder ir por mi debido a que hubo una complicación con un paciente y no podría salir de la clínica. Le dije que estaba bien, y que ya buscaría como ir. Sabia que no podría llamarle a mi madre, pues estaba en un juicio y no podía interrumpirle así que camine hacia una cafetería cerca de la escuela y pedí un Chai Tea Latte, mi favorito, y después me subí a un taxi con destino a mi hogar.
Tan pronto como llegué a mi casa, subí corriendo las escaleras y me tire en la cama. Envuelta entre mis cobijas caí en un sueño absolutamente profundo y perdí la noción del tiempo.
Cuando desperté ya era de noche, y la lluvia que había comenzado justo después de llegar a mi casa se había vuelto una tormenta. La oscuridad me impedía ver con claridad, no obstante escuché unas voces que no eran comunes en mi familia. Salí un poco temerosa de la habitación y al bajar las escaleras estaban dos oficiales de policía y mis dos tíos, que solo veía una vez al año en la cena de Navidad, en la sala, envueltos en un mar de lagrimas e inconsolables, pero, ¿qué pasaba?
Me acerqué a mi tía, y ella estaba sollozando. Mi tío solo me miró y bajó la cabeza. Todo eso me confundía, y aun no obtenía respuestas.

La soledad de mi locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora