Letra #6

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CAPÍTULO 6

  Jess

Había despertado al otro día, a eso de las 9 de la mañana. Considerando que logré dormir a las 4, prácticamente mi horario de sueño había sido nulo. Además había soñado cosas horribles, lo que añadía más cansancio, tanto mental como físico.

  El sueño era extraño, aunque solo recuerdo pocas partes, fue aterrador.

  Estábamos en un parque de Londres, uno donde solía jugar mucho de pequeña. Era otoño y los arboles conservaban el mínimo de hojas posibles, y aunque aún no nevaba era necesario utilizar gordos abrigos, bufandas y gorros.

  Amaba el frío, no me malinterpreten, amaba los muñecos de nieve, las guerras que teníamos en el jardín congelado, incluso patinar sobre hielo era un hobbie que tenía desde siempre. Pero en ese sueño; en ese fondo de mi mente, todo parecía  más oscuro.

  En el lugar no había nadie, solo nosotros.

  Los columpios chirriaban al moverse a causa del viento y podríamos comparar la escena como el parque más terrorífico que podría salir en la peor de las películas.

  Hollywood hubiera pagado millones porque esa escena se viera tan realista a como yo la vi

Si, no te rías, era cierto.

  Había una niña, esa niña del dibujo que te hablé hace poco. Estaba en la cima de un tobogán, uno de esos para chicos de 10 años y más, de esos que eran muy altos.

  La cara de la niña demostraba miedo, horror, quizás y hasta pánico. Sus labios hacían un puchero y lagrimas abarcaban su rostro colorado, pero no gritaba o hacia berrinches. Tenía sus manitas bien sujetas a la baranda del juego y las apretaba tanto que estaban rojísimas. 

  A su alrededor habían jóvenes adolescentes, claramente mucho mayores que ella, podríamos decir que al menos 7 años más. Todos tenían posturas que indicaban que se sentían los dueños del mundo, los brazos cruzados, sonrisas cínicas y horribles, y las miradas más acusatorias que pudieran tener. 

–Atrévete a tirarte – le dijo uno de los chicos, aguantando las patas del juego y agitándolo.

  La niña asustada parece que se congela, que va a soltar un grito, pero no puede. Sabe que si lo hace será peor, quizás no vuelva a casa esa noche.

–Po-por favor dejadme ir– sollozó entre murmullos.

  Ella con la mirada buscaba a sus padres, veía que estaban a lo lejos; mirándola. Veía que no hacían nada para impedir que los chicos la molestaran, que abusaran de su estado indefenso. 

–No hasta que te lances– dijo otro chico, utilizando una capucha para ocultar la parte superior de su rostro. Chasqueó los dedos frente a la cara de la chica para que lo observara a él y no al punto lejano en el que se habían convertido sus padres.

  Ella dio un salto en el lugar, de esos que das cuando de repente estás leyendo y alguien te llama o cuando vas a hurtadillas en las madrugadas a buscar algo de comer y de repente se cierra una puerta. 

Pero no, no comparemos los escenarios, eran totalmente diferentes.

  El muchacho de antes le hizo señas con los dedos a un rubio que llevaba una mascarilla, esta tenía dibujada una sonrisa, una sonrisa de monstruo, espeluznante.

   Al chico se le arrugaron los ojos y supe que estaba sonriendo debajo de la mascarilla. Cuando lo vio dar la vuelta al tobogán la niña quedó espantada, iba a hacer algo que a ella no le gustaría nada.

  Y eso fue lo que pasó.

   El joven sin previo aviso la empujó, dejando que callera por todo el tobogán.

    La niña empezó a gritar y sus manos soltaban sangre por los rasponazos que ocurrían cuando la fricción del hierro de la baranda del tobogán y las palmas de sus manos aceleraba con los segundos.       

   Iba bajando a toda velocidad, la máxima, a tanta que sus pantaloncillos estaban siendo deteriorados con los segundos. Al final del tobogán había un hoyo, un hoyo enorme y profundo, tanto que caer allí era su pesadilla viviente.

   Y me desperté. 

   Me desperté sudando y aún así sentía mucho frío. 

   Miré mí alrededor y de repente todos los sucesos de la noche anterior llegaron a mi mente, de una manera choqueante.

   Recordé que la casa estaba sola, que mamá había dejado nuestro hogar para siempre, que Teo se había ido con la ambulancia y a hacer otras cosas que no se me pasaron por la mente. Recordé a Pax y que me ayudó durante un rato hasta que tuvo que irse.

   No te diré que volví a llorar, ya sabes que fue así. 

  Me levanté de la arrugada cama y me dirigí directamente a la mesa del computador que había en el cuarto. No era el mío, era el de invitados, hubiera sido peor aún mi noche si se me ocurría dormir allí, tan solo las imágenes del cuerpo de mi madre que mi mente me mostraba a segundos me torturaban bastante.

  Alcancé mi teléfono y como no lo había usado prácticamente se encontraba en un 60% de batería. La esquina superior se había roto por el impacto al caer el móvil al suelo y la cámara trasera estaba totalmente rota, vaya móvil.

   Lo encendí y una foto mía en el pequeño escenario del bar cantando aparecía como fondo de pantalla, me preguntaba si después de todo podría seguir cantando.

  Sacudí la cabeza como si alejara los pensamientos de esa forma y me dirigí a la aplicación de contactos, seleccioné el número de Paola y la llamé.

A los tres timbres contestó.

–¿Aló?

–Necesito que vengas, por favor– sonaba suplicante, pero un nudo en mi garganta crecía a medida que hablaba.–Es urgente.

–Llego en 5–

  Y colgó. Su voz sonaba seria, no le hacía nada de gracia mi tono al hablarle.

    Luego me dirigí al baño, me cepillé los dientes e intenté acomodar mi pelo de manera que no me hiciera ver tan horrible pero fue imposible. Las bolsas oscuras debajo de mis ojos impedían que se notara cualquier ápice de cordura en mi ser.

   A los 5 minutos estaba sentada en las escaleras frontales de mi hogar, aunque creo que ya no se debe llamar así a un lugar sin una familia que cree ese ambiente cómodo y cálido.  Ese al que quieres volver después de un largo viaje o luego de una ruptura dolorosa con tu ex.

   Paola llegó segundos después en su motocicleta. La había comprado después de ahorrar mucho mientras trabajábamos en el bar.

  Ni se había quitado el casco de protección cuando ya estaba corriendo hacia mí y abrazándome.

CONTINUARÁ…

CONTINUARÁ…

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