Letra #1

50 20 4
                                    

Capítulo 1

Jessica

  Se oían aplausos por todo el lugar. La adrenalina que siempre sentía al terminar de cantar inundaba mi cuerpo. Era como estar en otra dimensión, donde todo podía ser diferente.

   Personas gritando mi nombre y con una sonrisa en sus caras se encontraban en aquel bar que a pesar de su baja calidad y de estar en una parte no tan decente de la ciudad, siempre estaba lleno.  De tamaño mediano, decorado con tablas de madera verticales como decoración. Lámparas sencillas colgaban del tacho alumbrando cada mesa y la barra. Estas se apagaban a las 9 para dar comienzo al baile y las reuniones de amigos.

Si caminabas un poco más al fondo encontrabas los baños y la oficina del jefe Theo, mi padrastro.

  Baje del pequeño escenario, que era básicamente algunas tablas pintadas de color blanco un poco más altas que el suelo. Saludé a varios conocidos y muchos me deseaban buena noche, y no es que fuera desagradable pero sus palabras no tenían mucho que ver con lo que me mostraban sus ojos.

   A veces era algo… incomodo. Casi todos eran chicos de veinte y tantos años que seguro tenían problemas serios en sus casas como para no querer volver y tomar bebidas hasta quedar como una cuba.

  Me acerqué a la barra, las sillas de alrededor eran de un bonito color negro, todas llenas por mujeres coqueteando con los chicos. Era algo parecido a una cocina americana, claro que en las vitrinas había bebidas  y copas moderadamente colocadas. Allí  se encontraba Paola, la chica más cerrada que podrían conocer, era mi mejor amiga y digamos que yo si logré atravesar esas barreras de hielo que utilizaba para impedir que cualquiera la lastimase.

–¿Lola, me sirves un poco de agua porfa?– le pedí casi suplicante utilizando su gran apodo inventado por mí.

– Claro– dijo sin mirarme y me dio un pomito junto a una nota- ha llegado esta carta esta mañana, es para ti.

Yo solo trabajaba en las noches así que no sabía de quién podría haber sido.

–¿Lo has leído?

–Noup, pero dice tu nombre y me han transmitido con muchos detalles que no te puedo decir quién es– me guiñó su ojo derecho, lo confirmaba, tenía esa mirada que  decía que no iba a soltar nada, no por ahora. Le sonreí y me fui caminando entre las mesas para pasar por el pasillo que llevaba a los baños y poder llegar al cubículo de limpieza.

  Lo había remodelado como si fuera un camerino, por supuesto un poco -mucho- más pequeño. Tenía una mini mesa con un espejo y luces de navidad en los bordes, encima se encontraba mi maquillaje y algunos collares. También había algunos vestidos y zapatos que tenía, y un par  micrófonos de distintos colores. Las paredes estaban pintadas de un color vino tinto y por la parte exterior de la puerta había colocado una estrella y mi nombre debajo con hojas doradas brillantes, por lo menos tenía espíritu soñador.

Respiré hondo y me senté en la silla que había cogido de las mesas del local, seguro sería alguna tontería y yo estaba ahí preocupándome por nada.

_Querida Jessica:_

Espero que te encuentres bien, me han mencionado que te va genial en el local, aún inmortalizo ese momento en el que te conocí y descubrí tal talento. Te extraño tanto que sería incapaz de escribirlo, pero las circunstancias han logrado evitar que esté junto a ti estos meses. Todo bien por acá, conocí nuevos compañeros y ya tengo residencia. Los maestros son un poco molestos pero siempre serán así frente a mis ojos y lo sabes. Bueno me dejo de tanta carta romántica  te deseo buena suerte.

Con amor,

Mateo.

   Empecé a reír sola, a este chico sí que se le ocurrían varias locuras al día. Mateo era un compañero de la universidad, algo así como un hermano, un año menor que yo. Tuvo que irse pues sus padres se habían divorciado y él decidió apoyar a su madre. Era alto, con un cabello castaño cortado justo por encima de su nariz; acomodado de una forma que lo hacía ver estúpidamente hermoso, con unos ojos marrones de lo más normales, de nariz perfilada y labios finos que siempre mantenían una sonrisa perfecta. Pero no lo dejo tener novia así que no se ilusionen. 

  Miré el reloj, ya eran las 1:30am y mi turno de hoy se acaba. Me cambié de ropa, me coloqué mis vans y me dirigí hacia la puerta trasera. 

   Por suerte siempre llevaba mi bici a todos lados y no tenía que caminar el kilómetro que había de camino hasta mi casa. 

  Las calles de Londres  estaban casi vacías a estas horas y solo había algunas parejas caminando por los parques.

 Con mis audífonos sonando Dusk Till Dawn de Sia y Zayn, pedalee hasta llegar a mi pequeño hogar decorado con lo que es más o menos un jardín y una lamparita que colgaba en la esquina de la puerta color marrón. 

  Saqué las llaves de mi pequeña mochila  e intenté abrir la puerta. Y digo intenté porque al parecer se había trabado, vaya suerte. Después de varios intentos me di cuenta de que alguien había dejado la llave puesta del otro lado. Seguro fue mamá, que a esta hora era posible estuviera dormida plácidamente en su cama. 

   Atravesé el jardín y llegué a la parte trasera, no era grande, pero me hacia recordar hechos que parecían cortados por una tijera, eran algo inconclusos, como que les hacía falta un puente que los conectara.

    Recordaba las carreras en el jardín con los compañeros del kínder en mi cumpleaños número 5 y a un niño de ojos verdes asomado por su ventana. A mi mente llegaron varias acampadas en el mismo lugar y el niño siempre estaba ahí. Como les digo, algo no encajaba o quizá estaba un poco loca, pues era víctima de grandes lagunas mentales, de posos sin fondo esperando tener agua al final para no chocar con el suelo. 

    La puerta trasera se encontraba medio abierta y un escalofrió recorrió mi espina dorsal. Nadie excepto yo entraba o salía por allí desde hace tiempo. 

  El silencio era tan abrumador que la tensión se podría cortar con tijeras, incluso había una leve neblina que hacía todo más terrorífico.

  Encendí la linterna de mi celular y caminando en puntillas para no hacer ruido verifiqué si había alguien el piso de abajo.

   Los muebles azules marinos que estaban en perfecto estado. En la cocina simplemente estaban los trastes sucios que había dejado esta tarde. Y en el pasillo solo había un jarrón roto.

  Un jarrón roto. Que se encontraba fuera del orden que siempre mantenía en mi casa, pero no había nadie así que subí a la planta superior.

  En los últimos escalones se notaban pisadas con fango.

  De un hombre al parecer.

  Haciendo cálculos supe que algo andaba mal, solo vivíamos mamá, Theo y yo, pero él no volvía del bar hasta dentro de una hora.

  Me asomé en la habitación de mamá pero no había nadie. Algo extraño suponiendo que era muy tarde.

 Así que me dirigí a la mía.

Encendí las luces y…

Continuará…

Continuará…

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Cantando tus letras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora