El viaje.

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Por fin los planes de Preminger estaban rindiendo frutos, el reino comenzó a pagar sus deudas, las exportaciones aumentaron, y las personas comenzaron a confiar un poco más en el nuevo rey.

Pero aún había mucho más, necesitaban viajar con sus riquezas a lugares más lejanos, pero para la lamentable suerte de este reino, no contaban con vías marítimas, y tocaba negociar con reinos vecinos que tenían grandes industrias en el mar.

Aún así, mientras Preminger se desvivía por hacer buenos negocios y sacar a flote sus ideas, tenía casi todas sus comidas al lado de Genevieve, que estaba siendo visitada por el médico una vez a la semana, presentaba signos de mejoría, consumía sus medicamentos, e incluso hablaba con Preminger de vez en cuando, teniendo conversaciones casuales, como las que solían tener cuando no eran esposos, el que Preminger le haya dicho que a pesar de todo eran amigos, la había tenido pensativa los días siguientes.

Seguían durmiendo juntos, pero Genevieve de vez en cuando confiaba un poco en Preminger, y se dejaba a sí misma dormir antes que él; claro que había noches en que el nerviosismo de estar a su lado la despertaba, o el horror de las pesadillas que tenía le atormentaba, y seguía llorando de vez en cuando, a veces despertaba con un nudo en la garganta, pensando en que no había podido despedirse de los dos seres que más amó...

Esa mañana en particular tenía pendientes con Preminger, tenían que viajar en carruaje hasta un reino vecino, pues por fin harían las negociaciones pertinentes para comenzar con las exportaciones por mar, se sentía cansada, y sabía que iba a ser un trayecto de seis horas...
Jamás había pasado tanto tiempo al lado de su esposo (Al menos no de manera consciente), y le daban escalofríos de sólo pensarlo, ni siquiera había pasado tanto tiempo con él como su consejero; de pronto una voz la sacó de sus pensamientos.
—Genevieve, partiremos en 10 minutos, la veré en la entrada del palacio...— era la voz de Preminger entrando a su habitación, ella estaba sentada en su escritorio, y apenas giró la cabeza para verlo.
—¿Sucede algo? No luce muy bien ¿Quiere que llame al médico?— preguntó mientras se acercaba a ella, y cuando estaba a punto de poner una mano sobre su hombro, ella se levantó rápidamente.
—Estoy bien, Preminger, el médico mismo nos lo dijo ayer, no hay de que preocuparse... Anda, nos quedan diez minutos.— y salió del cuarto rápidamente, para evitar escuchar otra palabra de él.

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La primer hora de viaje ninguno de los dos habló, estaban sentados uno frente al otro, Preminger miraba a la ventana y Genevieve se distraía bordando, hacía años que no lo intentaba, pero la situación lo ameritaba.

El silencio entre los dos se volvió muy incómodo en cierto punto del viaje, se podía sentir un ambiente pesado, era como si quisieran hablar desesperadamente, pero sus bocas no emitieran ningún sonido, Preminger leía libros y hacía anotaciones, aunque en su interior lo único que quería era gritar de la desesperación, Genevieve trataba de distraerse igualmente, entre sus bordados y algunos libros, trataba de no dejarse sucumbir ante el cansancio que sentía, si no dormía tranquila con Preminger en la cama, mucho menos en este carruaje.

Estaban a punto de llegar al máximo de tensión por mantenerse silenciosos, pero el carruaje se detuvo.
—Pero... No hemos llegado a ningún lado aún...— Pensó Preminger, en voz alta, mientras miraba a la ventana, de pronto la puerta se abrió, y el cochero metió la cabeza al carruaje.
—Pensé que quizás sus majestades quisieran refrescarse un poco y estirar las piernas.— y extendió su mano para ayudar a bajar a Genevieve, que salió casi corriendo.

—Sólo nos detendremos 10 minutos, yo les avisaré cuando tengamos que retomar el viaje, altezas.— dijo al tiempo que Preminger salía del carruaje, vió a lo lejos a Genevieve, estirándose un poco, y acercándose a las flores silvestres para apreciarlas, él simplemente se colocó a la sombra de un árbol, también estiró un poco su espalda, y se acercó con curiosidad a la reina, para después de tres horas, intentar entablar una conversación.
—¿Qué es lo que tienen estas plantas de interesante, Genevieve? Sólo son "dientes de león" crecen muchos en el jardín del castillo.— preguntó Preminger con una expresión de fastidio.
—Quizás son simples dientes de león, Preminger, pero... Me recordaron a Anelisse...— le respondió sin mirarlo, con una expresión melancólica.
—¿Anelisse? Ella me parecía más una pequeña rosa.— le dijo Preminger intentando ser simpático.
—Su padre también lo creía... Pero no es por la apariencia, Preminger, es por la experiencia, ella adoraba arrancarlos...— acercó su mano a la hierba y tomó uno.
—Y soplarlos para pedir un deseo...— la reina acercó ese diente de león a su corazón y lo observó unos segundos.
—Si le soy sincero, jamás creí en esas cosas.— dijo mirándola como si estuviera diciendo locuras.
—Tampoco yo, pero el rostro de felicidad y fascinación de Anelisse cuando las soplaba era muy lindo, era muy divertido verla.— terminó de hablar, levantó el diente de león, lo acercó a su boca, cerró los ojos y sopló suavemente, Preminger cambió la expresión de su cara, y miró fascinado como de ese suave soplido salían desprendidas todas las semillas, danzando en el aire, esparciéndose por el campo.

Ella terminó de soplar y abrió los ojos, Preminger giró rápidamente el rostro, antes de que ella pudiera ver el leve sonrojo de sus mejillas, la reina arrancó un segundo diente de león, tomó las manos de Preminger y se lo colocó en la palma.
—Discúlpe la pregunta pero ¿Cuál es el significado de esta... Planta?— le dijo Preminger lo más amablemente que le permitía su disgusto.
—Creo que sabes lo que que significa... Inténtalo.— le respondió Genevieve con el rostro serio.
—Con todo respeto, pero le acabo de mencionar que no creo en estas cosas, me parecen absurdas.— dijo al tiempo que tomaba con el índice y el pulgar el tallo de la flor.
—No tienes que creer, Preminger, sólo hazlo... Por Anelisse, hizo cuatro meses el lúnes...— Preminger abrió los ojos exaltado, se giró, dándole la espalda a la reina, se acercó la planta a los labios, y sopló tímidamente, mientras observaba como estas semillas también se perdían en la inmensidad, cuando todas cayeron, apretó fuertemente los dientes, esa mocosa seguía causándole un fuerte conflicto interno.

—¡Ya es hora de irnos, altezas!— Ambos voltearon la cabeza y Preminger se apresuró a caminar lejos de Genevieve, no quería que lo viera afligido, se dió el tiempo de recomponer su expresión de molestia, y ayudó a su esposa a subir al carruaje.

Lo que siguió del viaje fue casi igual que al inicio, un ambiente pesado, Preminger no podía alejar de su cabeza ese sentimiento que le generaba pensar en Anelisse, era como un nudo en el estómago, a pesar de tratar de seguir con sus estudios, de vez en cuando miraba con pesar hacia dónde estaba Genevieve, y pudo apreciar que ella tampoco la estaba pasando del todo bien, sus miradas se cruzaron unas cuantas veces, en dónde uno miraba al otro tímidamente, y se giraba enseguida.

En el viaje hubieron otras paradas, menos melancólicas, y con menos conversación, ambos estaban fastidiados.

Después de la última parada, el cansancio comenzó a vencer a Genevieve poco a poco, ella luchaba contra el deseo de sus párpados de cerrarse, aunque se volvieran pesados como el plomo, y su cabeza comenzó a menearse de un lado a otro, buscando un sitio cómodo donde recargarse, su cuerpo empezó a sentirse muy relajado, y el agarre de su libro se hizo más suave, Preminger seguía con sus pendientes, no se percató de que finalmente la reina había perdido, hasta que el el libro que ella sostenía se quedó en el suelo.

El ruido sordo que este emitió no la despertó, Preminger tomó el libro, lo puso junto a Genevieve, y se acercó un poco para asegurarse de que estuviera tan dormida como él pensaba, sacó el tallo del diente de león de su saco, lo metió entre las páginas de su libro, lo cerró, guardo sus cuadernos, y contempló unos segundos a la reina, no se había equivocado aquella noche en las minas con su decisión, ella era una mujer muy hermosa, pero después de observarla unos  segundos, cayó en cuenta que aún tenía las gafas puestas.

Se acercó de nuevo a ella, esta vez más cerca de su rostro, sintió el calor acumularse en sus mejillas cuando sintió la suave respiración de la reina, acercó delicadamente sus dedos a los lados de las gafas, los tomó, las acomodó junto a sus libros y sus bordados, regresó a su lugar, y pasaron unos minutos hasta que él también se quedó dormido.

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AaaaAAaAaaAaAAaAaaAAAaaaaAAaaaaAAAAAAaaa
Antes que nada, les pido una disculpa :((
Se me olvidó actualizar el miércoles con tantas cosas que tengo encima :'000
Espero que les esté gustando, y si es así, déjenme sus estrellitas, que yo las aprecio mucho OuO 💜
Nos vemos después ^∆^

Un Reinado Púrpura.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora