Angustia.

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Desde aquella noche donde la reina había accedido a ser llamada por su nombre, Preminger trataba de aprovechar al máximo cada oportunidad que tenía de hacerle un comentario, incluso comenzó a desearle las buenas noches, aún si cada vez que lo hacía no había respuesta, o las conversaciones eran forzadas.

La reina Genevieve trataba de soportar todo lo que estaba sucediendo, pero no sé sentía cómoda, estaba muy abrumada por todo, y conforme pasaba el tiempo desde la boda, ella se estaba dejando caer cada vez más, se le veía un poco más delgada, sufría migrañas frecuentemente, y en general se podía notar su malestar.

Esto no hubiera preocupado tanto a Preminger, si no hubiera escuchado en uno de los pasillos las conversación de dos guardias.
—¿Sabes? a mí también me preocupa la reina.— dijo uno de los guardias con un tono serio.
—Se nota a leguas que su esposo debe estarle restringiendo comer ¿Será que quiere verla más joven?— comentó el otro.
—Con lo pretencioso que es, casi puedo asegurarlo... Aunque si quiere verla joven, debería dejarla descansar, luce enferma.— la preocupación estaba presente en la voz de este guardia.
—No puedo imaginar la clase de reinado que llevaría ese ex-consejero si es que a la reina llegara a sucederle algo, ese incompetente casi nos lleva a la ruina con sus estúpidos conse...— el guardián no terminó de hablar, pues unos tacones resonaron por el pasillo, y todos sabían a quién pertenecían.

Preminger los miró de reojo, con algo de desprecio, y se alejó, los guardias estaban tan nerviosos, que contuvieron la respiración mientras veían al rey pasar, en cuanto el ruido de sus zapatos desapareció, pudieron recobrarse.
—¡Cielos santo! ¡¿Crees que nos haya escuchado?!— gritó uno preocupado.
—¡Por el amor de Dios misericordioso, espero que no! No puedo ni pensar en lo que nos haría...— y ambos guardias decidieron seguir el resto de su jornada con comentarios menos preocupantes.

—¿Pretencioso yo? ¿PRETENCIOSO YO? ¡¿Cómo se atreven ese par de idiotas a pensar eso?!— preguntó Preminger al aire, en cuanto llegó a la biblioteca.
—Aunque... Lo verdaderamente preocupante es lo que dijeron sobre la reina...— enunció pensativo, y llamó a uno de sus sirvientes.

—A sus órdenes mi señor.— dijo al tiempo que hacía una reverencia.
—Quiero que traigas ante mí al mejor médico de todo el reino, antes del anochecer ¿Quedó claro?— ordenó Preminger.
—Como usted desee, alteza.— el joven salió corriendo, y Preminger se dejó caer en una silla, preguntándose qué clase de imagen tenía su reino de él, y a su vez dándose cuenta de lo necesaria que era Genevieve para su reinado, ella era su garantía con el pueblo, mientras estuviera a salvo, nadie desconfiaría de él... Pero vaya que ella no estaba cooperando, y él había estado tan distraído entre las visitas diplomáticas, las clases, los negocios y todas sus responsabilidades, que no se había detenido ni un segundo a ver el estado de su esposa.

Se masajeó las sienes y trató de pensar... Sus planes iban a tardar un poco más.

XXXX

Llegó la noche, y un poco antes de que los reyes fueran a sus aposentos, el médico llegó al salón real, ahí estaba la reina atendiendo unos últimos asuntos antes de irse a dormir, le sorprendió verlo de nuevo, hace tiempo que no había requerido de los servicios de ese hombre.
—Buenas noches ¿Qué se le ofrece, caballero?— preguntó en seguida la reina.
—El rey me mandó a llamar, alteza, en calidad de urgente ¿Es que le sucedió algo grave?— y Genevieve puso una expresión de confusión ante esa pregunta.
—Caballeros, si me hacen el favor de retirarse.— y después de que sus sirvientes se retiraron, la reina continuó.
—Verá, el rey no padece de nada en este momento, o al menos yo no estoy enterada de que algo malo le suceda.— respondió completamente confundida, y una sensación de preocupación comenzó a molestarla, el médico posó por unos segundos su mirada en la reina, notó su palidez, la expresión depresiva que tenía en el rostro y la delgadez de su cuerpo, se acomodó las gafas examinándola cuidadosamente.

De pronto el hombre bajito de cabellera platinada abrió la puerta, entrando casi corriendo.
—Mis disculpas, me he distraído con algunos... Pendientes, y me he retrasado... ¡Oh, bienvenido señor!— enunció Preminger a modo de saludo, tanto el doctor cómo la reina lo miraron extrañado, en especial la reina, ella sabía de las clases que tomaba a esa hora, pero no entendía por qué las ocultaba, todas esas dudas se olvidaron en cuanto su esposo abrió la boca.
—Verá señor, tanto mis sirvientes como yo, hemos notado que el estado de la reina no es óptimo, y es preocupante que mi querida reina esté decayendo de esa manera, quiero que la revise y me diga qué es lo que le sucede, quiero poder ayudarla.— la cara de extrañada de la reina no podía ser más evidente, pero el médico se veía convencido.
—Eso mismo estaba notando, pero no sé preocupe alteza, le realizaré un chequeo a nuestra reina.— respondió el médico e hizo una reverencia, la reina estaba atónita, no se podía creer esto de Preminger.
—Alteza, si no le molesta, acompáñeme a su habitación.— Preminger iba detrás de ellos, pero el médico lo detuvo en el umbral de la puerta.
—Una disculpa alteza, pero usted no puede pasar.— Preminger hizo una expresión de fastidio.
—¿No puedo pasar? ¿Es que va a hacerle algo malo a mi querida?— Genevieve sin duda sentía muy extrañas esas palabras, la prepotencia era normal, pero  el cariño con el que decía "querida"... Era como si por un momento regresaran a los viejos tiempos.
—No alteza, simplemen...— el rey ni siquiera lo dejó terminar, lo empujó hacia un lado y entró a la fuerza, el médico suspiró enojado, y continuó con su trabajo.
—Como desee entonces, alteza.—
Todo iba normal, un chequeo de rutina, hasta que el médico le pidió a la reina abrirse el vestido para poder continuar con el chequeo.
—¿S-se-seguro doctor?— preguntó Genevieve nerviosa y asustada.
—Alteza, hacemos esto al menos dos veces al año, ya sabe que no hay nada de qué preocuparse.— dijo el médico tratando de calmarla.
—P-pero...— y Preminger estaba más nervioso de lo que jamás había estado al lado de la reina, no podía presenciar esto, lo único que quería, era saber antes que todos lo que le sucedía, estaba tan preocupado  por arreglarlo todo  pronto, que había olvidado por completo esta parte del chequeo, la reina se veía rendida y en cuanto acercó su mano temblorosa a los botones de su vestido, Preminger gritó.
—¡Ah! Disculpen los dos... Acabo de... Recordar un pendiente ¡Sí! Un pendiente, y me tengo que ir... No te preocupes querida, llamaré a una criada...— había líneas que él no iba a cruzar, jamás se había sentido cómodo con el hecho de violar la intimidad de una mujer... En ese específico sentido, le parecía que eso sólo lo hacía la gente más repugnante y necesitada de contacto humano.

Así que corrió por los pasillos, llamó a un sirviente para que le trajera a su perro y salió a darle un paseo por los jardines, él de verdad adoraba a ese animal, y lo cuidaba mucho, era su más fiel compañero desde hace 7 años, y le daba tantos mimos que era casi irreconocible cuando estaba con él.

Al cabo de una hora, decidió regresar para escuchar el diagnóstico, se encontró al médico en el salón real.
—¡¿Tristeza?! ¿Es acaso una broma?— gritó Preminger en cuanto se enteró.
—No, mi rey, es un padecimiento muy común, me imagino que la pérdida de su hija debió ser demasiado para su alteza, le recomiendo que tome un poco de su tiempo para cuidar de su esposa, y que le dé el medicamento que le preescribí.— dijo  al tiempo que le puso la receta y los medicamentos en la mano.
—Me retiro, mi rey.— Preminger estaba atónito, y no dijo nada hasta que el hombre salió del salón.
—¿Depresión? ¿Tristeza?— seguía preguntándose con la mirada perdida,  él se había convencido de que debía hacer una mínima labor de esposo, pero jamás esperó tener que esforzarse así.

Se sentó preocupado en el trono, y comenzó a leer la receta, si iban a acusarlo de algo en su reino, definitivamente no iba a ser por una indulgencia con su esposa.

Un Reinado Púrpura.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora