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Cuáles eran sus malditas intenciones.

Doyoung tenía la mente en blanco. No podía entender que demonios se le había cruzado por la cabeza a Park Jihoon, ¿acaso había tenido un accidente realmente trágico en donde había perdido toda memoria de las jerarquías tanto de preparatoria como de la vida en si?

Era lo más coherente que se le podía ocurrir. No había explicación lógica y confiable que dejara ver por qué Park Jihoon se encontraba sentado a su lado en la cafetería.

La cafetería.

La jungla de concreto en donde todas las especies —algo— convivían en silenciosa y opresora armonía. Cada facción con su especie: los perdedores con los perdedores, los populares con los populares, y los don nadie con... pues por su cuenta. En la cafetería las cosas no eran fáciles a pesar de que luciesen como tal, a simple vista se veía como un terreno neutro en donde todos comían y reían distraídos de la presión social, pero todo eso era lo más alejado de la realidad posible. Los únicos que reían eran los que se encontraban en la cúspide de la pirámide alimenticia, el resto simplemente obedecia en silencio y se apartaba del camino para no generar alboroto.

Y allí se encontraba el poseedor del puesto más alto y envidiado de toda la jerarquía que regía en la escuela. Mariscal de campo y capitán del equipo de fútbol dos veces seguidas. Se rumoreaba que salía con la capitana del equipo de animadoras y golpeaba niños de primero a la salida de las prácticas para descargar tensiones.

Park Jihoon. Sentado a su lado en el largo banco de aquella mesa apartada del resto, la cuál solo era ocupada por su mejor amigo y evitada por el resto de la escuela. Con sus ojos redondos de cachorro pegados a él. Y aunque Doyoung rogaba porque todo fuese una alucinación, Jihoon realmente se encontraba almorzando mágicamente con él, Kim DoYoung, de un día para otro. Después de haberlo ignorado durante todo un año, de repente recordaba que eran compañeros de clase.

Doyoung podía jurar que tenía algún plan extraño en mente ese mariscal de campo que lo miraba tan fijamente. Y comenzaba a incomodarle. Podía jurar que en cualquier momento aparecerían el resto de gorilas, que conformaban el equipo de fútbol, a tirarlo al suelo y golpearlo hasta el cansancio.

Con todas las de perder y sus manos temblando de los nervios aún sosteniendo su bandeja. Se giró disimuladamente hacia su pesadilla y pronunció tan suave y bajito, que Jihoon creyó todo había sido producto de su mente y en realidad Doyoung seguía fingiendo que no existía.

― ¿O-Ocurre algo?

― No, ¿por qué? ―las feromonas de Jihoon aumentaron de un segundo a otro y se volvieron hostiles, cuando en su rostro se encontraba la sonrisa más pequeña y dulce que había visto en toda su vida. Sin embargo, su aroma no dejaba de hacerle sentir pequeño como una cucaracha que estaba a punto de ser aplastada con toda la furia.

― Has estado ahí sentado mirándome fijamente desde que sonó la campana, ¿necesitas algo? ―a pesar de la incomodidad de DoYoung, las palabras salieron sin problema alguno.

JiHoon negó rápidamente sin quitar la sonrisa.

― ¿Te molesto? ―preguntó el Alfa con voz profunda, sin apartar aun la mirada de él. Habían comenzado a sudarle la nuca y las palmas de las manos, pero temía secarselo en los pantalones y que JiHoon lo viera y se riera de él en su cara.

― No es eso. Solo es extraño ―susurró desviando la mirada a sus muslos.

― ¿Extraño? Somos compañeros, debemos llevarnos bien y conocernos entre todos, eso es lo que creo y mantengo —JiHoon lucia como si estuviese dando un discurso pre-ensayado antes de algún partido. Tan serio y apasionado, como tonto y re-tonto. DoYoung lo observó en silencio, preguntándose una y otra vez si lo decía de verdad o le estaba tomando el pelo. Decidió que era mejor continuar fingiendo demencia, y se centro en su cajita de yogurt de todas las mañanas.

fat ; treasure auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora