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(Yo no tengo hijos. Toda la información al respecto la saqué de internet, así que no confíen en la veracidad de todas mis palabras.)

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Dai se detiene lentamente cuando alcanza la acera y percibe el mismo sonido otra vez. Sus pies golpean el suelo en un trote lento, girando para tratar de mirar algo desde su lugar afuera de la cerca que apenas deja ver un par de árboles y la fachada tradicional al fondo.

Sabe que tiene que seguir dando sus vueltas alrededor. El ruido no es su asunto y tampoco debería ser su asunto, pero no puede evitar sentir un nudo doloroso de preocupación cuando el sonido aumenta; agudo, angustioso, el tipo de tono que Dai reconoce inmediatamente como el llanto desesperado de un bebé.

Sus pies se detienen completamente cuando alcanza la entrada de reja baja y un nuevo grito suena al fondo, alto y agrio, tenso, acompañado esta vez por otro ruido que Dai no distingue del todo, pero que suena similar a un aullido moribundo que gorgotea en el fondo.

Dai no es un hombre tonto, por su puesto. Sabe de quién es la casa, pasa por ahí todos los días en sus rutas de entrega y también es el camino que utiliza para sus dinámicas y necesarias vueltas alrededor de la aldea como entrenamiento juvenil.

La residencia Hatake es un sitio grande y conocido. No concurrido, y generalmente silencioso, la clase de lugares por la que la gente no se atreve a asomar la nariz a menos que sea lo suficientemente valiente... o ingenuo, tal vez incluso estúpido.

Pero Dai no puede despegar los pies de su lugar, mirando con preocupación el interior de la casa mientras más gritos suenan, variando entre sonidos ahogados y profundamente agudos, casi sonando como un fondo de terrorífico que haría que cualquiera se asuste.

Sin embargo, Dai sabe que lo que siente al respecto no es miedo, sino preocupación honesta y genuina.

Había oído el llanto en su primera vuelta, hace más de una hora, y había pensado que el bebé se calmaría, que probablemente había despertado o se había dado un susto y estaba en un pequeño trance de dolor común en los recién nacidos.

No lo hizo. Y media hora después tampoco lo hizo. Los gritos ahora eran más fuertes y Dai comenzaba a preguntarse si quizá aquel bebé estaba solo, abandonado y corriendo peligro en esa casa vacía siendo apenas un bebé de un mes.

El nacimiento del heredero del clan Hatake había sido un chisme local en Konoha. La muerte de la madre también. El descanso obligado a Sakumo Hatake, el legendario Colmillo Blanco, también lo era, por lo que Dai habría podido jurar que aquel bebé debería estar con su padre en ese momento.

Aun así, el llanto sigue y el otro ruido gutural suena al mismo tiempo, subiendo y bajando en tonos tan intensos que hacen que los intestinos de Dai se contraigan, totalmente afectado por un sonido tan lastimero y angustioso que su corazón simplemente no se atreve a ignorar por más tiempo.

Dai vacila en la pequeña reja y mira la puerta cerrada de la casa principal. No era una idea estupenda, ¡pero no podía dejar que ese bebé siguiera sufriendo si estaba solo! Tal vez su padre había salido a una misión de emergencia y lo había tenido que abandonar sin previo aviso, así que Dai solo daría un pequeño vistazo a la ventana para asegurarse de que todo estuviera bien y luego volvería a completar sus vueltas.

Tercamente endereza la espalda, acomodándose el portabebés sobre los hombros y dándole una rápida mirada a Gai, que mantiene los ojos abiertos y chupa su mano agradablemente, totalmente ajeno a la tensión de su valiente padre cuando desabrocha el pequeño seguro y se adentra en la propiedad sigilosamente.

Como (no) fracasar siendo padreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora