2. Todo menos colonia barata.

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Al entrar al tren sintió que había entrado a un mundo nuevo, uno que olía a rosas y prometía fortuna y riquezas. El capitolio no había escatimado en gastos, casi como si intentaran darle una probada de su mundo antes de enviarla al matadero —de una forma más que literal— y ella sabía de la grandeza de aquel lugar, Gloss había contado historias acerca de mansiones, joyas y de todo aquello que uno pudiese soñar pero era tan diferente tenerlo frente de sí a simplemente escuchar historias

Había pasado al lado muebles que valían más que la casa en la que se había criado y había visto aparatos tecnológicos de los cuales no tenía ni idea de que eran pero nada, absolutamente nada, por más precioso, grande o pequeño que fuera lo pudo tocar. Rodeándola habían un par de agentes de la paz que no abrían la boca más que para pedirle que siguiera y no tocara nada, fue así por un par de vagones hasta que finalmente se encontró en uno que albergaba un sofá verde olivo y a unos pocos metros una mesa de postres que hicieron a su estómago gruñir y la hicieron agradecer que su madre no estuviera ahí para detenerla.

—Tienes suerte de que Silver no te vea— comentó su hermano al entrar a aquel vagón mientras ella tenía en los labios un pedazo de pastel que por su apariencia seguramente era de chocolate, relleno de chocolate, bañado en chocolate y acompañado de chocolate. 

—Tienes suerte de que no te haya escuchado decirle así— murmuró la rubia una vez se comió el pastel y se dirigió al sofá, si iban a regañarla al menos sería en la comodidad de un sofá excesivamente costoso que por alguna razón mantenía un perfecto aroma a rosas. 

Gloss la observó de arriba hacia abajo, sin decir palabra alguna por un par de segundos aunque su mirada lo dijera todo. Era una gran interrogante, enorme. 

—¿Vas a contarme qué pasó?, ¿o prefieres comerte todo y que el azucar te mate antes de llegar siquiera al capitolio? 

La rubia se hundió en su sofá, tal y como su madre le pediría que no lo hiciera y soltó un bufido. ¿Por dónde debería empezar?, ¿era apropiado decir que entre las muchas cosas de las que quería escapar era ser su sombra? Amaba a su hermano pero odiaba tanto cada que el hermoso, perfecto y adorado Gloss hacía la más mínima cosa y lo alababan años por ello, mientras ella por más buena, talentosa y dedicada que fuera sólo era su hermana, sin más, sin alabanzas o siquiera un pequeño reconocimiento. Nada. 

—No suena como una mala opción...— murmuró y esbozó una pequeña sonrisa que apenas duró un segundo—. Quiero lo que tienes, Gloss. 

—¿El dinero, las joyas? no te he negado nada, Cashmere. 

Vaya, tenía tanto que de sus labios sólo había escuchado el "Cash" o algún mote tonto que era tan raro escuchar su nombre. Tal vez había subestimado su molestia. 

—Si sólo necesitara eso, no me habría ofrecido— tal vez ya era hora de contar aquella aventura del año pasado, por más que le avergonzara —. Amo todo eso y lo sabes pero... desde que volviste no sólo eres un héroe, nadie es capaz de tocarte, ni siquiera de alzarte la voz. Eres intocable. 

—¿Quién diablos te...?

La puerta del vagón se abrió y al instante cerró la boca pero su expresión dejó en claro que aquel tema se volvería a tocar, en privado. Cashmere dejó aquella posición tan cómoda al ver entrar a los tres acompañantes que les faltaban; Cesar, Salomé y Amethyst la vencedora de los 25° Juegos del hambre, la mujer que había hecho que el ser tributo pasara de ser una trágica historia a ser toda una muestra de valentía y honor, al menos para el distrito 1. 

La mujer lucía aún erguida pese a la edad, con el porte de una vencedora aunque con una mirada ligeramente mezquina. La mayoría de su cabello lucía plateado, junto con parte de sus cejas y sus pestañas muy probablemente sólo se salvaban por la mascara de pestañas. Las canas y las arrugas dejaban en claro que si bien, se había sometido a ciertos procedimientos que le habían reducido unos años, ella ya no era la joven que había masacrado a un par de niños en sus juegos y es que ese había sido el error de los demás distritos; habían votado por aquellos niños sin importancia, muchos de aquellos por el abandono y en sí la pobreza ya tenían un pie en la tumba antes de siquiera ser cosechados, la mitad de los niños habían sido huérfanos o méndigos que no les había costado sacrificar, otra parte habían sido sólo jóvenes con mala suerte o que bien su único pecado era tener padres desagradables —Al final de cuentas, quien había dejado aquella no muy discreta cicatriz en el rostro de la vencedora había sido el hijo del alcalde del distrito 10— y al final estaban los jóvenes como Amethyst que habían sido enviados porque ya estaban en sus últimos años de cosecha y por ende eran más fuertes y estaban más preparados, aunque en el caso del Distrito 1 la misma joven había hecho una campaña enorme para pedir ser enviada porque se consideraba capaz de ganar los juegos y poco a poco, los siguientes años se hizo común que en el distrito se ofrecieran voluntarios. 

Los juegos del hambre: Lux.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora