De la vida y otros males.

Demonios

Mal ha terminado el reloj de marcar la media noche, cuando ellos ya están ahí, al rededor mío, ya sea en mi habitación o donde quiera que me encuentre, acuden puntuales a diario para nuestra cita. Dan vueltas y tumbos, piruetas y malabares; algunos más sosiegos se limitan a observarme; hay quienes me hablan, unos endulzan mi oído, mientras otros me llenan de ira, desánimo y hasta odio, por medio de simples susurros.

Otrora me atormentaban, luego por obra del hábito, me causaban poco menos temor, hasta que llegó el momento en que de a poco, les acepté en mi vida y ahora disfruto de su compañía. En el pasado me obligaba a dormir para no hacerles caso, ahora paso las noches en vela atendiendolos, aprendiendo de ellos y a veces, sumiendome en el agridulce de sus palabras.

Son mis demonios y negarlos me volvería un hipócrita, enfrentarlos un necio, pero aceptarlos y aprender a controlarlos, para poder así vivir con ellos. Eso mis amigos, es aquello que me vuelve humano.

Si fuese perfecto quizás sería uno de ellos, pero soy todo menos un ejemplo a seguir. En mi corazón hay soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. No son monstruos astados, ni enemigos de algún dios imaginario, no, ellos son reales, son sentimientos, ideas, sombras de acciones pasadas, son arrepentimiento y orgullo. Ellos son yo, mi rostro les dota de identidad. Algunos son versiones pasadas, otros un reflejo fiel del presente y los más sabios sin duda, son proyecciones futuras, orgullosos de su origen.

Pero todos sin importar la época de la que provengan, convergen y coexisten cada noche al rededor mío, para hacerme compañía. Para recordarme que no estoy solo, pues mis demonios, mi imperfección, lo que me hace humano, está siempre presente, conmigo, en mí.