La miraba fijamente bajo la penumbra de aquella habitación, contemplaba como se erigía sublime, ajena del mundo a nuestro alrededor; pero a la par cautelosa, siempre alerta.
La pasión desbordaba a bocajarro, nuestros cuerpos fusionados en aquel ritual de carne, fluidos y almas, se fundían en uno, nos pertenecíamos sin dejar de lado nuestra libertad.
Entre besos, caricias y jadeos, nos decíamos cuán grande era aquel amor entre nosotros, tanto que no importaba para nada el hecho, de que a la mañana siguiente debíamos partir con rumbos distintos. Pues sabíamos que en algún momento volveríamos a toparnos y caer víctimas de la tentación; éramos concientes de que uno representaba la debilidad del otro, de que al ser tan opuestos aún cuando tratábamos de evitarlo, siempre terminábamos siendo atraídos.
Positivo y negativo, alfa y omega, el ying y el yang, bien y mal. Formamos parte de una dualidad universal. No importa cuán alejados estemos del otro, somos el complemento ideal.
Éramos consientes de esto, por ello no importaba despedirnos con un beso furtivo, darnos las espaldas y caminar indiferentes, cada quien en su propia dirección, pues al fin y al cabo, nuestros caminos convergen siempre en el mismo lugar.
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De la vida y otros males.
Short StoryUn retrato literal del día a día en la vida real.