CAPÍTULO IV

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‹‹No, quiero hablar contigo››

El sonido del agua hirviendo en la tetera me trae de vuelta al presente. Y en el momento que me acerco a la cocina, la puerta principal del apartamento se abre como si un viento huracano se abriera paso por esta. Lo que no está lejos de la realidad.

—¡A que no sabes a quiénes acabo de ver!— Ese es su tono de excitación máxima. Cierro los ojos un momento y doy una respiración profunda, preparándome para lo que viene —¡¿No adivinas?! ¡Adivina! — No importa que esté sin aire, sé que puede seguir así hasta el desmayo.

De forma mecánica vierto el agua hirviendo en una taza que ya había preparado con dos bolsitas de té de lavanda.

—¿Quieres?— Pregunto sin verla. Puedo sentir sus ojos clavados en mi nuca, incluso puedo percibir el incontrolable movimiento de sus piernas.

—Ajá. Claro — la escucho sentarse en una de las sillas frente a la isla —. Quizás así se me baje la adrenalina. ¡¿Sabes a quién vi?! — Sonrío mientras saco otra taza. No mide su entusiasmo.

Se impacienta cuando no le respondo, pero no dice nada; esta es nuestra dinámica: ella llega eufórica por cualquier tema y yo lo tomo con calma, hasta que su excitación baja varios niveles. Le paso la taza con el té y me siento frente a ella, con la isla de mármol de por medio. Una taza humeando entre mis manos. El aguamarina de sus ojos apenas es visible, lo que indica que está sumamente emocionada por lo que sea que haya visto; ¡si hasta tiene el cabello alborotado!

—¿A quién viste?— Pregunto antes que explote.

—¡Al Coro! — Chilla, con los brazos al aire.

Mis cejas se unen en confusión, e inclino la cabeza a un lado.

—¿Estás así porque viste a la banda de la universidad? Ni siquiera te gustó Glee.

Me echo hacia atrás en la silla cuando lanza una mirada asesina en mi dirección. Hasta levanta un dedo, que queda colgado entre ambas, como una amenaza.

—Sé que crees que el sarcasmo y la ironía son el mayor nivel de humor, pero no es así.

Abro la boca, entre asombrada y herida.

—¡Amas mi sentido del humor!

Desdeña mi reacción con un gesto impaciente de la mano, sabe que estoy fingiendo.

—No te distraigas de lo verdaderamente importante —insiste. Definitivamente no va a abandonar el tema. Llevo un sorbo de té a mi boca, mientras ella se va a su lugar feliz —. Nunca había visto a un grupo de chicos tan ridículamente atractivos, son todo lo que he escuchado y más. No los vi a todos, pero... ¡Dios! ¡Lo que vi! ¡Lo que vi, Galadriel! — Coloca ambas palmas en el mármol y enfoca sus ojos, muy abiertos, en mí — Debes verlo.

—Mmm... no lo sé. No es un tema que me interese.

—¡¿No te interesan los chicos atractivos?! — Como si le hubiese dicho que apoyo la explotación infantil... entrecierro los ojos; mis labios crean una línea fina. Aprieta los suyos un momento, luego, de forma sabia, toma un poco del té — Mi culpa. Lo siento. Pero en serio, tienes que verlos.

—¿Qué cambiaría si los veo?

—Que no estaría sola en esto.

—Según me dices no estás sola, porque parece que ya tienen club de fans. No morirán si no tienen otra.

Se dedica a sorber de a poco el contenido de la taza que tiene entre las manos, con la mirada fija en la oscura superficie del mármol. No dejará pasar esto. Lo sé, por lo que mientras termino el contenido de mi propia taza, no aparto los ojos de ella.

El Coro.

Han sido el tema de conversación básicamente desde que nos instalamos. No sé cómo hace para descubrir los secretos de cada lugar al que llegamos, pero es muy buena en ello, por eso creo que será una gran periodista.

Estos chicos — sigo sin comprender por qué les dicen así, porque no están en una banda y no pertenecen a ninguna religión; al menos ninguna que Alanna haya descubierto hasta ahora —, son, al parecer, los machos alfas, lomo plateado, adonis de la universidad. Lo que según mi querida periodista es mucho decir: ‹‹Aquí viene la progenie de políticos, artistas y empresarios. Y que ellos sean la crema de la crema, dice mucho de quienes son›› Le dije que eso era pura bazofia; ser hijo, sobrino o nieto de los poderosos no es sinónimo de belleza y mucho menos te hace la mejor clase de ser humano. No me escuchó. Se le metió entre ceja y ceja que debía averiguar más de ellos.

—Ya he preguntado esto y me has respondido un millón de veces, pero... — ahí vamos. Me golpea con su mirada de corderito confundido, que sabe no puedo resistir — ¿Por qué aborreces la belleza?

—Estás exagerando. No ‹‹aborrezco›› la belleza, lo que me molesta es que creas que eso es garantía de algo. Ser atractivo no lo es todo, Ali. Todos envejeceremos y moriremos, sin importar si alguna vez fuimos lo más hermoso del mundo. Ni siquiera el arte en las pirámides egipcias será eterno, se desgasta con cada día que pasa.

—¿Entonces soy una tonta por deslumbrarme? — Muerdo el interior de mi labio inferior; no me gusta hacerla sentir mal, pero nosotras no nos mentimos.

—Solo lo serías si crees que las buenas intenciones y los principios se miden por cuán guapo es alguien.

De pronto sus facciones abatidas pasan a la diversión maliciosa y juguetona.

—Si fuese así, entonces tú serías el ser humano más bueno del mundo.

Le devuelvo el gesto.

—Seríamos, querida. No te excluyas del grupo.

Ambas comenzamos a reír, olvidando el tema del Coro de momento.

Desde el primer día, Alanna y yo compenetramos de una forma que no debería ser posible. Quiero decir, no puedo ser más diferente a ella y ella no puede ser más diferente a mí, y aun así nos convertimos en la pieza que la otra estaba buscando.

El recuerdo de ese primer encuentro regresa a mí:

Cierro el libro que estoy leyendo cuando una sombra alargada cae sobre mí. Al levantar la vista, lo primero que veo es la sonrisa más encantadora y sincera que he observado nunca en este lugar, al menos dirigida a mí. Luego, unos increíbles ojos cristalinos, como si las orillas del Mediterráneo hubiesen sido convertidas en cristal. La chica nueva está parada frente a mí.

—¡Hola! — Exclama con entusiasmo, agitando su mano derecha.

Parpadeo, confundida. ¿Qué hace aquí? ¿Qué quiere?

En este punto, interactuar con otros me parece innecesario. Ser masoquista no es lo mío.

—¿Te perdiste? — Inquiero con tono monótono. Mi mirada debe ser tan inexpresiva como siempre. Pero ella no se inmuta, mantiene su radiante sonrisa.

—No, quiero hablar contigo. — Veo a los lados, esperando ver a alguno de los idiotas grabando o burlándose. Solo estamos nosotras. Al no decir nada, ella continúa — Mi nombre es Alanna Fernández. Mucho gusto... ¿Y el tuyo es...?

—Eras un poco odiosa — confiesa Ali, sacándome del recuerdo. La miro con ironía burlona — Bueno... eres odiosa, cínica, sarcástica, arrogante en ocasiones — rectifica; su expresión es de fingido pesar —. Pero como yo soy un sol, eso no me afecta.

Rio ante su broma.

—A ti nada te afecta — corroboro —. Aunque yo no diría que eres un sol, eres más bien un huracán de energía desmedida — pienso en algo y la observo con interés — ¿Qué hubiese sido de nosotras si no te mudabas a York Hill?

El susto baña sus facciones al instante, como si nunca hubiese pensado en ello.

—¡Nuestra vida sería triste, horrible, detestable, solitaria, desagradable!... ¡No pensemos en eso!— Pide con vehemencia.

Reímos, pero sus palabras no están tan lejos de la verdad.

Desde aquel diciembre, desde los doce años, hemos estado juntas. Inseparables. Encontrarnos fue una fortuna y por ello atesaremos cada momento que tenemos para compartir. 

Empíreo. ✔. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora