CAPÍTULO XXXV

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El recuerdo de un dolor

 

—Sabe quién soy—me arrepiento de aquello en cuanto sale de mi boca.

‹‹Estos son los momentos en los que me avergüenzo de ser parte de ti››.

La mujer sonríe, suavizando los ángulos de su rostro.

—La última vez que la vi no era más que una niña. Le mencioné al Ashriel que sería tan hermosa como una noche de luna llena—menciona aquel nombre con una confianza familiar, de las que despierta alguien a quien se respeta y aprecia—. No me equivoqué. Mi nombre es Regina Casaverde—se inclina en una elegante reverencia—. Líder de Las Guardianas, a su servicio princesa—como no digo nada, ella agrega, ladeando la cabeza con interés—. Si llamó a Claro de Luna es porque viene por Fragarach, ¿o me equivoco?—la sorpresa debe reflejarse en mis facciones con una transparencia patética, porque su sonrisa se vuelve comprensiva— Él dijo que en algún momento nos convocaría y que debíamos hacerle entrega de su herencia.

El corazón me va tan rápido y con una fuerza tal que debo entreabrir la boca. Toma todo de mí no mirar hacia atrás.

—Entonces... ¿La tiene?

—La dejaron a nuestro cuidado hace un tiempo—hace una mueca que no logro descifrar—. Ha estado un tanto inquita estos días—antes que pueda preguntar al respecto, mira por encima de su hombro, hacia una de las fronteras del claro, y habla con alguien que no se observa en ninguna parte—. Rada, cariño; es hora de entregar a Fragarach. Ten cuidado.

Vuelve la vista a mí y los nudos se contraen con demasiada fuerza a medida que pasa el tiempo. Porque aquella mirada se siente como un escrutinio a mi alma, a mis pensamientos y temores. Pero tampoco puedo apartar los ojos.

—Antes de entregarle el Instrumento Celestial—su voz vuelve al tono solemne, y algo que me parece advertencia—... Me gustaría decirle que el caos, aunque es destrucción, también puede transformarse en algo hermoso y sublime cuando está en las manos correctas.

Frunzo el ceño, sin entender.

—Yo...—quedo a media frase, porque Regina mira hacia atrás, como si la hubiesen llamado.

Cuando me enfrenta de nuevo, tiene en las manos una gamuza negra, grabada con los mismos símbolos que están en la puerta de hierro y que vi los libros que abrieron la bodega; estos tienen el mismo brillo tornasolado del elixir Essential. Regina estira ambas manos hacia mí.

—Esto le pertenece, princesa.

Miro de aquello que cubre la gamuza a ella. Trago con fuerza y respiro hondo antes de que pueda obligar a pies a moverse.

—¿Por qué el Oráculo me habló de ustedes hasta ahora?—inquiero sin el apuro de hace un rato cuando logré conectar con Epona. No es que ahora esté mejor, pero la duda no me dejará tranquila.

Regina deposita la carga en mis brazos cuando llego hasta ella. El murmullo cadencioso se mete debajo de mi piel apenas la gamuza hace contacto; los símbolos destellan con mayor fuerza, como si me reconocieran.

—Porque así debía ser. Así lo dispuso el Ángel de la Muerte.

‹‹Claro. Siempre él››.

—Gracias por atender mi llamado.

—Estamos para servirla—mira hacia la tela y agrega—. Eso es más para protección de los demás que de ella. Mantiene su esencia en reposo hasta que decida liberarla. Espero volver a verla, princesa—y con una sonrisa en los labios desaparece detrás del velo. Sin ella, el portal comienza a desvanecerse del mismo modo que llegó.

Empíreo. ✔. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora