Capítulo 1: La chica del hospital.

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Someday ~ Nickelback

Las punzadas en mi cabeza cada vez se hacían más presentes, mis oídos pitaban, retumbando en mis tímpanos y generándome una jaqueca insoportable

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Las punzadas en mi cabeza cada vez se hacían más presentes, mis oídos pitaban, retumbando en mis tímpanos y generándome una jaqueca insoportable. Sentía la garganta reseca, la vista borrosa, apenas y podía enfocar lo que tenía frente a mí.

El ruido a mí alrededor era intolerante, cosas moviéndose de un lado a otro, pasos, gritos, llanto. Mi cuerpo no respondía por completo a mi mente, todo daba vueltas, me sentía adormecido, como cayendo lentamente sin fin a un hoyo sin fondo alguno.

—A ver... ¿Qué tenemos aquí? —canturreo una voz fina, no sabía con exactitud de dónde provenía, pero ya la odiaba—. ¿Nubeo Morgan? Que nombre tan exótico —soltó una leve risa, en un intento de alivianar la tensión que se vivía, cosa que claramente no logro.

Eleve la vista intentando apreciar mejor a la persona que tenía enfrente, sin embargo, apenas y podía verla correctamente, era confuso. De lo que si pude darme cuenta fue que aquella persona frente a mí era una mujer, solo me hizo falta contemplar su silueta delgada, pero aun así llena de curvas. El pelo atado en un moño en lo alto de su cabeza, y unos papeles en sus manos, los cuales no dejaba de repasar una y otra vez.

Tenía la particularidad de toda una principiante, la amabilidad, el intento de broma, y la manera en que agarraba las hojas, como si estuviera desesperada por encontrar lo que buscaba.

—Por lo que observo eres un paciente frecuente. Una sobredosis hace cinco meses, una reanimación cardio-pulmonar, y cuatro ingresos por deshidratación, solo este mes... —murmuró sorprendida.

—Nada más póngame esa cosa y me largo —le dije sin un ápice de gracia.

—¿Tiene algún familiar al que pueda llamar para ayudarlo? —preguntó amablemente inclinándose un poco hacia adelante.

—No tiene que llamar a nadie. Limítese a ponerme el suero.

—Lo lamento, pero si no me responde, no podré ayudarlo, necesito ese dato, jov...

—¡No tengo familiares, no necesita llamar a nadie! —Bramé— ¡Póngame la maldita intravenosa! —me desesperé al ver a la muchacha quieta en su lugar sin mover ni un dedo. Se había alejado tres pasos, asustada por mi grito. No me importo.

Maldije por lo bajo e intenté incorporarme en la camilla para poder ponerme la intravenosa yo solo. Había observado a muchas enfermeras hacerlo antes y no parecía ser muy difícil.

—No, por favor, no haga eso... —la enfermera se acercó a toda velocidad e intento quitarme la inyección de las manos.

Su voz, esa voz...

«—¡No! ¡Por favor! ¡No me hagas esto! »

Alce la cabeza de inmediato al reconocer esa súplica que recordaba haber escuchado antes, una súplica que atormentaba mis recuerdos constantemente. Respire profundo, intentando confirmar mi pequeña sospecha, y la olí, seguía teniendo ese aroma particular a rosas, haciéndole honor a su nombre, como si lo hiciera apropósito.

El chico de las TormentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora