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Me despierto con dolor de cabeza, como es habitual. Me visto, como una tostada y me voy. Apoyada en el cristal del autobús, comienzo a recordar. Hacía un año que mi hermana había muerto. Once meses desde el divorcio de mis padres y tres desde mi mudanza. Eso no aliviaba el dolor que sentía. Las cicatrices de mis cortes me escocían, aunque sabía que era psicológico, pues no me había vuelto a cortar desde el primer día en mi nueva casa. Desde entonces me prometí salir adelante (ja, ja). No volví a hacerlo, pero el dolor seguía tan intenso como el primer día.

Cerré los ojos y, masoquista de mi, empecé a recordar aquel día, pero como siempre, no pude llegar hasta el final. Cuando me quise dar cuenta lágrimas rodaban por mis mejillas, mis nudillos estaban blancos y ya había llegado a mi nuevo instituto, donde empezaba primero de bachillerato. Debería ser mi último año, pero repeti curso porque tras la muerte de mi hermana sufrí una depresión muy prolongada, sigue ahí, pero he aprendido a vivir con ella.

Bajé del autobús, dispuesta a seguir respirando. No me gusta decir "seguir viviendo", porque hacía un año que había dejado de vivir; sencillamente me limitaba a respirar, soportando el continuo dolor de mi pecho.

Recuerdos de lo que fue y pudo no ser.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora