De repente, otra vez tú

159 12 0
                                    

Pasó 1 año desde que me fui de Madrid, perdí el contacto con todos, incluso con Chenoa. Me gustaba la vida que estaba viviendo ahora, ya ni me acordaba de lo que pasé allí. 18 de febrero llegó, el día de mi cumpleaños. Montamos una fiesta en un local de Barcelona con mis amigos. Estábamos pasando una gran noche, pero íbamos un poco indispuestos. Fuimos a pasear por la playa, riéndonos a carcajadas literalmente de todo. César y Lucas, no paraba de hacer el tonto saltando y jugando con las olas del mar. Lucía y yo íbamos riéndonos de ellos, pero mucho más tranquilas.

- Lu: ¿Qué es eso que se ve a lo lejos? Parece una pelota negra. – Nos reíamos de lo que decía Lucía.

- Ce: A lo mejor es una pelota de fútbol jajaja.

- Lucas: Jajaja venga hermano, vamos a marcarnos un partidito.

No parábamos de reírnos de las tonterías que soltábamos por la boca. Dentro de mi cuerpo algo empezó a cambiar, pensaba que tenía ganas de vomitar por el alcohol, pero era mucho más fuerte que eso. A medida que nos acercábamos a esa 'pelota negra', me daba cuenta de que era la silueta de una mujer encogida entre sus piernas. Me frené en seco y cerré los ojos. Respiré profundamente, era un olor totalmente familiar. Conforme más me acercaba, más familiar me parecía. Me separé del grupo, las risas las escuchaba cada vez más lejos. Me planté en frente de esa mujer que no paraba de sollozar.

- Mi: Hola, perdona. ¿Está bien? – No obtuve respuesta. Insistí de nuevo. – Si quiere que le ayude, dígamelo. – Seguía envuelta entre sus piernas y brazos. Sus cabellos caían por sus hombros, tapando por completo su rostro.

Di unos pasos atrás y me senté cara a cara con ella. A lo lejos escuchaba gritar a aquellos tres que no paraban de llamar la atención. Toqué su brazo y sentí como si una descarga de electricidad me traspasaba desde su brazo hasta mi mano. No quería creerme quien era, no podía ser.

- Mó: Me casé... - Esas palabras me dolieron menos de lo que pensaba, pues ya había aprendido a quererla de otra manera.

- Mi: Me alegro, Mó. Me alegra saber que eres feliz y has rehecho tu vida, de verdad. – Levantó su cabeza y me miro. 1 año sin sentir su mirada en la mía. Se me removió todo por dentro, y aunque aprendí a quererla de otra manera, donde hubo fuego, cenizas quedan. – Pero ¿qué te pasa?

- Mó: Quería un poco de aire diferente... Supongo que es eso.

- Mi: ¿Eres feliz?

- Mó: Sí, debería al menos. Lo tengo todo, amor, dinero y salud. – Su voz era entrecortada, rota.

Supe que no quería hablar más, así que me callé y le cogí las manos. Las apreté a modo de soporte y las besé. Ella me miró mientras se le caían lágrimas de esos preciosos ojos. Me dolía verla así realmente, pero no sabía que hacer exactamente para animarla. Pasamos varios minutos en silencio.

- Mi: ¿Quieres que te lleve a casa?

- Mó: Vivo a 45 minutos de aquí, no creo que quieras conducir hasta allí.

- Mi: Uf... Además, he bebido. Si quieres te puedes quedar en mi casa, no voy a dejar que conduzcas así, y menos un trayecto tan largo.

Asintió con la cabeza y nos levantamos. La cogí por la cintura ya que noté que no se podía mantener por sí sola. Llegamos a mi casa después de un paseó y la senté en el sofá. Fui a preparar la cama para que pudiera dormir. La llevé a la habitación y le dejé un pijama encima de la cama para que pudiera dormir cómodamente.

- Mó: Dormiré yo en el sofá, no me parece justo.

- Mi: Cállate y ponte el pijama. Buenas noches, Mó. – Le sonreí y cerré la puerta.

Fui al sofá y me acomodé. Hacía mucho tiempo que no la veía y de golpe la tengo durmiendo en mi cama. Escuché como abría la puerta de la habitación y venía hacia el comedor.

- Mó: Te he echado mucho de menos, Mire. – Dijo mientras se sentaba a mi lado.

- Mi: Yo también, pero creo que este tiempo sin vernos ha sido lo mejor para las dos. Ahora tu eres feliz con la persona que quieres y yo soy feliz conmigo misma, disfrutando de mi propia soledad.

- Mó: Me gustaría no perder el contacto otra vez, quiero seguir sabiendo de ti.

- Mi: De acuerdo, podemos mantener una relación amistosa.

Me sonrió y apoyó su cabeza en mi hombro. Me sentía muy a gusto cuando la tenía cerca, cuando me tocaba. Poco a poco se fue quedando dormida. La cogí y la llevé hasta la cama. La arropé y le di un tierno beso en la frente, apartándole los pelos que tenía en la cara para que no le molestaran.

- Mó: Quédate a dormir conmigo... - Dijo susurrando y no sé si inconscientemente.

- Mi: Mejor que no... Sigues siendo mi mayor tentación.

Me alejé de ella. Supuse que no escuchó lo que dije ya que se giró y se quedó totalmente dormida. Tras mucho tiempo, volví a descansar como una bebé y volvía soñar con Mónica...

Cuando las miradas hablanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora