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Capítulo II

Un calor abrasador empezaba en el pulso alterado de su cuello y se extendía por todas sus extremidades hasta la punta de sus dedos, dejando un ligero cosquilleo en anticipación, adormeciendo cada terminación nerviosa a su paso. Su izquierda es un témpano de hielo ansioso por experimentar la misma calentura visceral, pero esta se escurre como arena entre los dedos en una llama espesa que deja su huella criminal en el cuello de la pulcra camisa perlada. El músculo que une su hombro con el inicio de su cuello es evitado con una agilidad y destreza obtenidas con la práctica.

Su mente registra el calor de una manera diferente a la real. Los espasmos de su cuerpo ahogado en angustia por no dejar escapar más del líquido que calma los ojos cornalina lucha contra la nebulosa en su mente, pero esta cede todo el control a su sistema uno, impulsivo e intuitivo, rápido y cognitivo, reaccionando bajo la seguridad de lo aprendido. No hubo prudencia en su decisión, su lengua fue veloz queriendo huir de cualquier razonamiento lógico que pudiera silenciar su petición. El sistema dos totalmente desconectado por la dopamina que el solo pensamiento liberó. Su cuerpo, recostado en el único mobiliario del salón principal, a trece conocidos pasos desde la puerta caoba y rodeado de estantes que almacenan hojas marcadas con tinta oscura y cubiertas por tapas duras que contienen historias conocidas y vividas, no muestra autocontrol, solo una plácida sumisión que lo tensa en satisfacción y lo obliga a clavar sus cortas uñas en las palmas de sus manos, contraer sus entrañas y elevar el rostro con ojos presionados en un ángulo incómodo que facilita la tarea de quien lo apresa contra el sofá.

Cuando la idea cruzó su mente en un pensamiento fugaz, una parte de él sabía que estaba mal. En el pasado, tras jugar en el límite entre la vida conocida y la que imaginamos, se formó un acuerdo tácito, insatisfactorio para todas las partes, pero de beneficio para el eslabón más débil. Entonces perdió la línea de pensamiento, todo dentro se apagó como si el peso del mecanismo de un faro se rindiese totalmente ante la gravedad y su luz dejara de brillar.

'Es mi decisión', se repite a sí mismo; 'solo será una vez más', intenta convencerse. Siempre una vez más, como leer un capítulo más de un libro que acumula páginas a su izquierda, seducido por la promesa de un final desconocido. La certeza sobre el cansancio que sentirá la mañana siguiente no es suficiente motivo para detenerse, porque las manecillas del reloj se persiguen entre sí, llevándose las sensaciones y convirtiéndolas en un recuerdo, una memoria hundida en las costumbres del día a día. No sabe cuándo lo volverá a experimentar, no sabe cuándo el placer se aplacará, tampoco sabe si es que el libro tiene un final triste, feliz o simplemente abierto. Por el momento, solo se dedica a disfrutar del efecto de corto plazo impulsado por la dopamina liberada. Diferente a la serotonina, diferente a la felicidad.

Adictivo.

"Es suficiente". En lo profundo de su conciencia, un leve murmullo lo alerta, sacándolo de su aturdimiento para regresarlo a la vida. "Detente", la orden en el imperativo disfraza cualquier preocupación y entonces un músculo ajeno, húmedo, se encarga de sellar la puerta de escape.

Se hunde en una bruma similar para entrar en un estado de recuperación.

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La cena estaba transcurriendo tranquila. Hasta el momento no habían mencionado las próximas celebraciones, ningún comentario sobre bebés, bodas ni personas buscando pareja. Ana esperaba que fuera así toda la noche.

"Recibí una carta de su hermano Sunghoon," comienza su madre, "el mensajero de los Lee nos hizo el favor de entregarla por pedido de su padre.", siguió.

"Sunghoonie~ lo extraño mucho. ¿Dijo cuándo vendrá?" pregunta Gabriela. "Espera," corta Sunoo, deteniendo su tenedor a medio camino hacia su boca, antes de que su madre responda, "¿por encargo de nuestro padre?, ¿vendrán juntos?" una chispa de emoción y anticipación brilla en sus ojos inmediatamente.