En las madrugadas, cuando mis pesadillas me hacen despertar, él esta allí, en la orilla de mi cama sonriéndome con sus lindos dientes de conejito...me acostumbre a verlo en sueños también pero de vez en cuándo me asusta.
¿Cómo te llamas, niño de...
Tuve que frotar mis ojos varias veces para poder comprender que no estaba en un sueño. Logré apreciar sus ojitos azules, brillantes y parecidos a los de Bambi los cuales hacían un leve contraste con su piel de tez blanca, al igual que con su cabello azabache semi ondulado.
El niño más bonito que había visto en mis 10 años de vida.
—¿Q-qué...?
—Shhh, cállate.
No se el porqué le hice caso al niño, pero mi corazón palpitaba con una fuerza similar al de las fuertes pisadas de los caballos que corrían en la televisión. Todavía tenía agarrado a Osito, y no me sentía capaz siquiera de reclamarle.
—E-es O-Osito...-Susurré apenas audible.
Me miró en silencio, parecía mayor que yo, quizá unos 12 años o más. No sabía porque mis piernas temblaban cómo gelatina y todo en mi cerebro quedó en blanco. Sólo podía concentrarme en qué la sombra que veía por las noches era ese chico que me daba miedo y ahora tenía entre sus manos a mi amado Osito.
—Me lo quedaré.
Señaló a mi peluche y yo me asusté de inmediato.
—¡No, no puedes llevártelo, e-es mío, e-es m-mi amigo! ¡Es mi Osito!
—Cállate, tu mamá se levantará.
Mordí mi lengua, la oscuridad hacía que no divisara del todo los colores de su lindo pero viejo suéter, el niño solo me tomo de la manga de mi remera y me lanzó con brusquedad a mi cama, en la cual tenía miedo de recostarme, luego me lanzó a Osito en la cara y estiró la sábana sobre mi cuerpo, arropándome. Estaba muy confundido y asustado, entonces se dio la media vuelta.
—Cambiaré mientras duermes, así que cierra los ojos y duérmete.
Agarré con temor la sábana dejando a la vista solamente mis ojos, lo último que pude ver antes de arroparme de pies a cabeza fue cómo algo negro cubría el lindo rostro del niño, llevándoselo a la oscuridad, deformándose.
Escuché lo que parecía ser un gruñido y me asusté mucho más, temía mojar mis pantalones, pero poco después no volví a escuchar nada. El niño se había ido.
Y yo por fin cerré mis ojos.
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