O4. HYDRA

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Dominika abrió los ojos de golpe, encontrándose una vez más en aquella habitación completamente blanca, esta vez no era la de los castigos, si no la suya, su celda. Un fuerte dolor de cabeza se hizo presente, así como un fuerte rugido de tripa, moría de hambre.

— Creí que no despertarías.— aquella voz masculina la sobresaltó.— Perdón, no quería asustarte.— se trataba de Rumlow.

— ¿Qué me pasó?

— El Soldado y tú se revelaron contra Pierce. Tuvieron que sedarlos para tranquilizarlos.

— ¿Qué yo que?— preguntó sorprendida de sí misma.

— Mejor dicho, fue él quien comenzó todo.

— Por defenderme...— comenzó a recordar un poco de lo sucedido.

— No, no te confundas, él no se preocupa por nadie que no sea el mismo.— el tono de Rumlow se mostraba severo.— Simplemente vio una oportunidad en todo lo que estaba sucediendo y la tomó. No te defendió.

— ¿Cómo se llama?

— El Soldado del Invierno, ya lo sabías.

— No, me refiero a su nombre real. ¿Cuál es?

— Ese es su nombre real.— su molestia era evidente.

— Dígamelo, por favor.

— Es información que yo no te puedo proporcionar, ¿por qué tienes tanto interés hacia él? ¿Qué pasó entre ustedes?— sentía su cuerpo arder en furia, claro que estaba celoso, habían estado juntos solo unas cuantas horas y al regresar ambos parecían estar bastante interesados el uno por el otro, claro que iba a estar furioso.

— No pasó nada. Simplemente curiosidad.— era sincera.— Tengo hambre, señor.

— No me hables de usted, tutéame, yo no soy Pierce. Soy tu amigo.

— ¿Amigo? Yo no tengo amigos.

— Entonces déjame serlo.— deseaba que ella se abrirá más con él, buscaba volverse cercano a ella y con el pasar del tiempo ganarse su corazón.

Rumlow creía que ganarse la confianza de alguien como Dominika no tendría porque ser difícil. La chica no conocía absolutamente nada del mundo, no sabía lo que era el amor, ni los amigos, ni la familia, es por eso que se conformaba con las migajas que Pierce le ofrecía al intentar aparentar el absurdo papel de Padre. Entonces, ganarse un lugar en su corazón tendría que resultar tarea fácil.

Sin decir algo más, el hombre se levantó de aquella silla frente a su cama y salió de la habitación, iría a recoger la cena de ambos y seguiría buscando la forma de acercarse más a la chica. Era la primera vez en años que lograba intercambiar más de dos palabras con ella, se sentía como un avance.

— ¡Regrese!— anunció apareciendo en la habitación.— El menú del día es: sandwich de atún, jugo de naranja y una gelatina, elegí la de uva para ti.

— No me gusta la de uva.— aclaró apenada.

La sonrisa en el rostro de Rumlow desapareció.

— Pero me la comeré.— apenada por lo sucedido, llevo un bocado de gelatina a su boca y lo masticó con pesar.— Está rica.— mintió.

— No tienes que comerlo si no te gusta.— Rumlow rió agradecido por el gesto. Tal parecía que iba logrando avances.

— Gracias.— en una servilleta escupió lo que quedaba de aquel bocado en su boca. Tomó el sándwich entre sus manos y se dispuso a devorarlo, estaba bastante hambrienta que podría comerse el de Rumlow también.

— Estuviste dormida por tres días, es normal que te sientas así.— le aclaró el hombre sentado frente a ella sorprendiéndola.

— ¿Por qué tanto tiempo?

— Accidentalmente te administraron la misma dosis que al soldado, por eso te pegó más fuerte esta vez.

— ¿Él ya despertó?— asintió.

— A las pocas horas lo hizo y claro, ya recibió su castigo. Pierce lo puso en la silla.

Dominika no pudo evitar sentirse culpable, no sabía exactamente el porqué, si nada de lo que había pasado había sido completamente su culpa, pero aún así su corazón lograba reflejar empatía hacia el hombre de brazo metálico.

— Vendrá por mi, ¿cierto?— Rumlow asintió.

— Pero no te preocupes, aquí estaré yo para intentar conversar con él y convencerlo de que no lo haga.— le animó.

— ¿Por qué no ayudas de la misma manera al soldado?

— Porque no es mi problema.

— Yo tampoco.

— Tú me importas, él no.

Un estruendoso ruido se originó en la puerta logrando sobresaltar a la pareja que comía tranquilamente. Varios uniformados entraron formando una fila dejando el camino libre a Pierce, quien se encaminó hasta su hija.

— Veo que estás pasando una tarde bastante reconfortante.— los miró a ambos de forma burlona.

— Solo estamos comiendo.— se justificó Rumlow.

— Cállate.— le ordenó el mayor.— Alguien de aquí tiene que ser castigada por su pésima actitud de días anteriores.— su mirada se dirigió hacia Dominika, quien tragó saliva y miró temerosa a Rumlow, quien intentaría cumplir su palabra.

— Señor, si me lo permite...— Alexander no lo dejo hablar, pues colocó su dedo índice sobre sus labios pronunciando un ligero "shh."

— Está vez no podrás abogar por ella. Haz sido muy mala con papá, y esto no puede quedarse así, tendrás que visitar la silla para corregir tu mal comportamiento.— una sonrisa de oreja a oreja se formó en su rostro.

— Por favor, no lo haga, todo esto fue culpa del...— Pierce le arrebató el arma a uno de los agentes y colocó está entre ceja y ceja del hombre que lo contradecía, quitó el seguro y colocó su dedo justo en el gatillo.

Brock tragó saliva.

— ¿Va a seguir contradiciéndome, agente Rumlow?

— No señor.— y ahí fue donde todo rayo de esperanza desapareció para Dominika, quien se tuvo que resignar a dirigirse a la silla.

Dos agentes se encargaron de esposar sus brazos y pies, escoltándola hasta aquella habitación tenebrosa, nunca había estado ahí, pero le temía, Pierce se había encargado de contarle todas las historias de terror detrás de aquel cuarto, la peor parte es: que todas esas historias eran reales.

Al llegar, notó que la puerta era más bien una reja de barrotes reforzados algo oxidada por el tiempo, las paredes eran de metal incluyendo el techo, la luz que la iluminaba era cálida y tenue, el ambiente dentro de aquella habitación se sentía pesado y sin más, la obligaron a tomar asiento en aquella silla incómoda, sus brazos fueron rodeados por un pequeño metal salido de esta impidiendo así el movimiento o forcejeo de la chica, dos científicos se acercaron a ella colocándole un bucal y sin previo aviso, la máquina comenzó a moverse buscando instalarse en cada lado de su cabeza.

— Después de esto te darás cuenta que los tubitos de metal no son nada.— se burló su padre.— Bórrenle por completo la memoria, a ver si así por fin logra el nivel de excelencia que necesito. 

La máquina soltó una gran carga magnética sobre la chica obligándola a pegar un fuerte grito, mismo que resonaría por toda la sala, Rumlow, agachó su cabeza conteniendo las lágrimas que estaba a punto de derramar, se sentía culpable pues no pudo hacer nada en su defensa.

Por otro lado, el soldado se encontraba sentado en el borde de su cama, hundido en sus pensamientos, mientras de fondo, se podían escuchar los gritos de aquella chica. Le fue imposible no sentir lástima por ella, si estuviese ahí cerca, estaba seguro que haría lo imposible por evitar que ella sufriera ese dolor, pero no había nada que pudiesen hacer, esa era la vida que les había tocado.

SOULMATES━━ BUCKY BARNESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora