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Josefa.


Rio por el comentario que hizo Mateo mientras ambos salimos caminando de la universidad. Durante los últimos días, luego de que hiciéramos las pases, hemos hablado bastante. Me gusta que sus ojos me vean de forma distinta a la que lo hacen las personas de mi círculo cercano.

—Pero tienes que admitir que al principio sí fuiste pesá —sentenció.

—¡No fui pesada! No te conocía, no tenía porqué ser simpática, solo fui seria —me defendí.

—Ni siquiera fuiste seria —negó con la cabeza y su cabello, que estaba largo, cayó por sus pómulos. Me dieron ganas de echarlo hacia atrás con mis dedos...

—¿Y cómo fui entonces?

—Como si... ¿Te digo la verdad? En un principio me pareciste... intimidante, te vi apartada de todos y cuando me acerqué a hablarte me sentí como inferior, como si tú tuvieras todo el control de la situación y yo solo tenía el poder de responder cuando tú me dejaras.

Solté una pequeña risa—. No creo que yo te diera esa impresión.

—De verdad, tenías como una sonrisa de suficiencia en la cara y parecía que lo sabías todo... Me sentí intimidado —llevó una mano a su pecho, como si estuviera herido.

—No era mi intención que te sintieras intimidado, pero se me hacía raro que te acercaras a hablarme si nunca nos habíamos visto.

—Me imagino qu...

—¡Josefa! —me tensé al escuchar el grito del Cristóbal y fruncí los labios antes de girarme hacia donde venía caminando con el ceño fruncido.

—Mierda —murmuré con cansancio.

—¿Es tu pololo? —preguntó el Mateo con el ceño fruncido.

—Sí —murmuré en voz baja.

Odiaba que viniera a buscarme sin haber avisado, y él lo sabía.

—Hola, amor —tomó mi cara con una mano y me dio un beso en los labios.

Me separé e hice una mueca por lo brusco que fue—. Hola —mascullé.

—Hola... ¿Cuál era tu nombre, disculpa? —le preguntó el Cristóbal al Mateo.

Como si no recordara su nombre después de todo el escándalo que me armó luego de haberme ido a dejar a mi casa el día del carrete.

—Mateo —asintió el castaño con cara seria.

—Ah, claro —el Cristóbal esbozó una pequeña sonrisa que, si no lo conocieras tanto como yo, no te darías cuenta de que es falsa—. ¿Nos vamos, amor? —enarcó una ceja hacia mí.

Quería decirle que no, que no me quería ir con él porque sabía que solo discutiríamos y como siempre me ignoraría hasta que se le pasara la weá, como si todo hubiera sido culpa mía.

—Ya, vamos —acepté, porque sabía que, si no lo hacía, era capaz de armar un escándalo aquí y no quería que todos vieran lo weón que se ponía a veces,

—Chao, hermano —le dijo al Mateo palmeándole el hombro.

—No soy tu hermano —tomó el brazo del Cristóbal y lo sacó de encima sin expresión alguna en el rostro. Giró hacia mí y sentí que su mirada se suavizó—. Chao, Josefa, ahí hablamos después —hizo un pequeño asentimiento con su cabeza y se dio la media vuelta para comenzar a caminar.

Apreté los labios y comencé a caminar hacia el auto del Cristóbal a paso apresurado, me quería ir cuando antes y llegar a mi casa para refugiarme en los brazos de mi hermana mayor.

Péscame poDonde viven las historias. Descúbrelo ahora