CAPITULO I

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Tom caminó por la calle principal, hasta llegar a las escaleras que conducían al subterráneo. Acababa de salir de su turno en la Sex Shop donde trabajaba y estaba exhausto. Comúnmente se pensaría que pasar todo el día frente a un mostrador no requería gran esfuerzo, pero dejando de lado el trabajo de limpieza y mantenimiento; recibir, cargar y ordenar grandes cajas llenas de objetos de dudoso uso e incluso lidiar con preguntas incomodas y ser usado como terapeuta sentimental requerían gran agotamiento físico y psicológico que el cuerpo de Tom no estaba dispuesto a aceptar.  

Abordó el vagón que lo llevaría a la estación Franklin y de ahí iría directo a su apartamento a sentarse en su sillón lleno de envolturas de patatas a ver algunas series anime, si tenía suerte a lo mejor anunciarían en internet la segunda temporada de su serie favorita. Él no tenía muchos amigos -por no decir que no tenía ninguno- y tampoco era como si los necesitara. Socializar no era lo suyo. Si por él dependiera, no saldría de su habitación, pero alguien tenía que pagar la renta, las bolsas de patatas, la cerveza y el internet y, por desgracia, esa persona tenía que ser él.  

Era tarde, tal vez las once de la noche y el octavo vagón estaba casi vacío. Tom iba sentado en un extremo, leyendo un interesante manga de ciencia ficción. Del otro lado viajaba un chico de largo cabello lacio y castaño, con una sucia gabardina marrón varias tallas más grande y sosteniendo una botella envuelta en una bolsa de papel. Tom percibía el olor a alcohol aun con la distancia.  

El chico se levantó de su asiento y se dirigió hacia él. Caminaba tambaleándose.  

-Hola- saludó, sentándose junto a Tom, sin respetar su espacio personal.  

-Hola- respondió incomodo, tratando de alejarse del extraño.  

-Soy Georg- dijo el chico, sin darse cuenta del rechazo de Tom. -¿Estás leyendo Tokyo Galaxy Hunter? Vaya, es increíble. ¿Ya llegaste a la parte donde el capitán se sacrifica cayendo al hiperespacio para evitar que las naves de Vulcanianos hagan un golpe de estado al gobierno de las Sexta Galaxia? Te juro que no me lo esperaba.  

-¿Acaso acabas de decirme el final?- Por primera vez, Tom miró a Georg a los ojos. 

-Si ¿Por qué? ¿Hice algo malo? ¿Te moleste de algún modo?- dijo Georg sin ningún tipo de malicia.  

Tom suspiro, agotado. –No, olvídalo. 

El tren se detuvo. Aún faltaban siete estaciones para llegar a Franklin. 

La puerta se abrió. La estación Roosevelt estaba vacía en su totalidad. Una de las luces de techo parpadeaba dando un aspecto fantasmagórico. En ese momento, Tom deseo no haber visto tantas películas japonesas sobre fantasmas aterradores que aparecían en los subterráneos y arrojaban a sus víctimas a las vías. 

Paso un rato y las puertas no se cerraban. La maldita luz seguía parpadeando. El tren estaba inmóvil. 

De pronto, todas las luces se apagaron. La oscuridad era total. Tom trago saliva. ¡Malditas películas japonesas! ¡Que les follen!. Su ritmo cardiaco empezó a acelerarse. Sintió a Georg aferrándose a él y su olor a alcohol fue más fuerte, incluso podía distinguir de que marca era. ¡Pero joder! Ese no era el momento para ponerse a pensar de qué marca era la botella de whisky de un sujeto raro que acababa de arruinarle su manga favorito... 

La iluminación se hizo presente de nuevo. Las puertas se cerraron y el tren se puso en marcha. 

-¿Qué mierda acaba de pasar?- susurro Tom para sí. Georg, por su parte seguía aferrado a Tom como un gato asustado. 

-No lo sé- Ambos gritaron y dieron un brinco al percatarse que había otra persona del lado contrario del vagón. Era un chico, de no más edad que ellos. Tenía la piel muy blanca y un llamativo cabello azul eléctrico. A su lado estaba un estuche para violonchelo negro. 

For the lulz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora